Escepticismo

Los voluntariosos juegan con el ventajismo moral de considerar que los demás no quieren un pronto final del terrorismo. Les resulta difícil aceptar, siquiera como hipótesis, que el curso de la historia no depende de su entusiasmo. Todos podemos apuntarnos al optimismo, pero lo discutible es qué actitud puede propiciar que la espera se prolongue.

Las decepciones son siempre proporcionales a las esperanzas que se albergan. Las expectativas alimentadas en torno a un inminente anuncio de tregua por parte de ETA han acabado aguadas por la literalidad de un zutabe y por la periódica demostración de fuerza con la que el terrorismo trata de palparse a sí mismo. ETA vive de su enigma. Vive de que los demás nos esforcemos en interpretar sus presencias y sus ausencias. De que leamos sus textos buscando algún adjetivo inédito en su lenguaje. De que especulemos suponiendo al terrorismo una lógica que nada tiene que ver con sus impulsos. De que imaginemos escenarios y modelos de resolución de conflictos, como si ETA estuviera destinada a transitar por ellos.

Los voluntariosos llaman pesimistas a los escépticos. Y en momentos así se muestran como los grandes conocedores de los entresijos etarras, restando importancia al extremismo de un comunicado o a atentados como los de anteayer. «Es lo esperado», vienen a decir. «No pueden hacer otra cosa». Y tratan de convencer y convencerse de que los acontecimientos siguen al pie de la letra lo apuntado por un guión ineludible que conduce a un final de pizarra. De igual forma que hace unos días presentaban las declaraciones de Rodríguez Zapatero, las de Arnaldo Otegi o los escritos de ETA como si formaran parte de un trenzado pactado previamente.

Los voluntariosos juegan con el ventajismo moral de considerar que los demás no quieren un pronto final del terrorismo. Por eso desoyen las sugerencias para que moderen su críptica elocuencia. Porque les resulta difícil aceptar, siquiera como hipótesis, que el curso de la historia no depende de su entusiasmo. Y si depende será porque lo contrarrestan otras actitudes, reacias a verlo todo mucho más maduro de lo que probablemente está. Cuando tampoco cuesta tanto sacudirse el entusiasmo.

Basta con pensar que los seis expulsados de ETA no lo fueron más que por razones de disciplina: porque los jefes actuales no admiten sombra alguna sobre su incierta autoridad, aunque no sepan para qué la van a emplear mañana. O que los escritos del terrorismo discurren, sea para mal o sea para bien, por circuitos diferentes a los que utilizan sus comandos. O que los artefactos explosivos con los que ETA valida su presencia son el reflejo de una debilidad que cualquier día podría dar un susto mucho más serio. Todos podemos apuntarnos al optimismo; aunque sea por la certeza de que cada día estamos más cerca del final. Pero lo discutible es qué actitud puede propiciar que la espera se prolongue; o a que asistamos a un brusco retroceso, por momentáneo que resulte. ¿La del voluntarismo o la del escepticismo? Una discusión tan inevitable como inútil a estas alturas. En cualquier caso, un interrogante que invita a la mesura y no al entusiasmo.

Kepa Aulestia, EL CORREO, 8/12/2005