España por montera

ABC  23/02/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Sánchez es una marioneta de Iglesias y Junqueras impulsada por un despecho casi infantil

ABRAZADO a su rencor, ahogado en su propia bilis, Pedro Sánchez ha decidido ponerse España por montera a ver si así rasca algo. El que fuera candidato socialista a la presidencia del Gobierno, hoy aspirante a dirigir nuevamente el partido que se lo quitó de encima hace meses, está dispuesto a lo que sea con tal de volver al coche oficial. Lo que sea, incluido destruir la nación que, en un exceso de generosidad rayano en la inconsciencia, le dio la oportunidad de alcanzar el vértice del poder pese a su absoluta carencia de méritos, capacidad y bagaje.

El presidente frustrado, despojado del ansiado despacho cuando ya lo veía a su alcance, quiere suprimir nada menos que el artículo 2 de la Constitución, donde queda consagrada la indisoluble unidad de la Nación española, convencido, dice ahora, de que España es un «estado plurinacional». Una convicción tan tardía como falsaria, porque la realidad es que pretende llevarse por delante la soberanía del pueblo español, la base de igualdad entre todos los ciudadanos que sostiene nuestra democracia, sin otro propósito que el de auparse sobre sus escombros hasta la secretaría general del partido del puño y la rosa y, una vez allí, vender a su país y a sus compatriotas a cambio de un plato de lentejas servido calentito en La Moncloa.

Tan infame es la metamorfosis sufrida por el exlíder de la izquierda socialdemócrata a raíz de su fracasada investidura que ni quienes fueron sus más leales compañeros de siglas le reconocen. Ni uno solo de los barones con mando en plaza se digna acompañarle en su gira. Se ha convertido en un paria al que únicamente respaldan quienes conocen la experiencia de hincar la rodilla en tierra ante el avance intimidatorio del separatismo. Gentes como Miquel Iceta o Idoia Mendía. O sea, los que han condenado al socialismo a la irrelevancia política en Cataluña y el País Vasco por falta de coraje, de principios, o de coraje y principios para plantar cara a los dogmas nacionalistas y defender el ideario socialista. Los que han apostado por la comodidad de mimetizarse con un paisaje hostil a costa de rendir sus valores. Los fracasados.

Dicen varios «psoeólogos» de reconocido prestigio que en el seno de la formación no existe demasiada inquietud ante el éxito aparente de convocatoria alcanzado por el aspirante en sus actos porque quienes llenan las salas no son militantes de carné, de los que pagan la cuota y adquieren de ese modo derecho a votar en las primarias, sino meros «simpatizantes» que a menudo ni siquiera respaldan en las urnas al PSOE sino que se inclinan por Podemos. Lo cual tiene todo el sentido, porque ya tras las elecciones de junio se vio claro que Sánchez y Pablo Iglesias entablaban un impúdico «ménage a trois» con Oriol Junqueras, que habría de resultar en la voladura de España. Aquella operación se frenó, gracias al buen juicio del socialismo sensato, pero ninguno de sus protagonistas parece haber dado la batalla por perdida. Todos vuelven hoy a la carga, cada cual desde su propio frente y con motivaciones diversas. Ezquerra, erre que erre con el referéndum de autodeterminación; Podemos, cerrando heridas internas mediante purgas despiadadas que eviten «tentaciones desviacionistas» susceptibles de entorpecer el proyecto totalitario del macho alfa, y Sánchez, emboscándose como candidato del PSOE cuando en realidad solo es una marioneta de los otros dos impulsada por un despecho casi infantil.

Algunas iniciativas en sí mismas buenas, como la de las primarias, pueden acabar encumbrando a personajes de esta calaña cuando, como nos ocurre aquí, no existe costumbre ni cultura que las respalden.