Espejos Trucados

IGNACIO CAMACHO, ABC – 27/05/15

· Los espejos del poder siempre están trucados. No es a ellos donde tiene que asomarse Rajoy sino a la calle.

EL poder es un espejo trucado como el de la madrastra de Blancanieves; siempre devuelve un reflejo falso. El de la coba, la endogamia, el halago. El gobernante vive entre una escenografía de trampantojos que no sólo le idealizan su propio perfil sino que le tapan el paisaje de las ventanas con un decorado. La ficción es perpetua a su alrededor; hace que cualquier dirigente gris se pueda sentir líder de masas en una plaza de toros llena de fervorosos militantes acarreados. Ni siquiera las encuestas, a menudo maquilladas, dicen la verdad escueta al hombre que tiene el mando; sólo las urnas, y aun de vez en vez, le pueden situar ante la realidad de un desengaño.

Mariano Rajoy es un hombre impasible con una musculatura emocional rígida, forrada con una cubierta de titanio. Está dotado para la resistencia pero no para la flexibilidad, y tiene un gélido temperamento refractario a las novedades que dificulta su adaptación mental al marco lábil de la política posmoderna. Esa naturaleza conservadora, ordenada, contrachapada de disciplina y método, lo hace tan previsible, determinado y tenaz como inhábil para las reacciones rápidas.

De su carácter estoico emana un liderazgo pesado, parsimonioso, distante, expresado en un lenguaje de almidón, ausente de empatía, anticuado. Difícil de comprender y de aceptar en una sociedad efer vescente, agitada, apremiante, saturada de urgencias compulsivas y de sacudidas generacionales. Ya no le entiende casi nadie con menos de cuarenta años. A menudo da la sensación de un dirigente fuera de época obstinado en la prevalencia de unos valores y de un discurso a contraestilo; como si gobernase para un país de atrezzo pintado por sus

fontaneros en los ventanales. Por eso insiste en mantener su estrategia a despecho de su propio desgaste. Convencido de su responsabilidad y de su abstracto «sentido común» está dispuesto a extremar hasta el final ese empeño de capitán Ahab agarrado al mástil entre el pánico de unos marineros que se va tragando el oleaje social. Ha convertido su autoconfianza y su impavidez en un programa, desdeñando cualquier señal de alarma. Quizá porque en el fondo se sabe incapaz de cambiar, desmañado para construir imposturas tácticas. Con su proyecto entre ceja y ceja parece decidido a imponerlo o a tumbarlo.

Si se mirase en un espejo de sinceridad, como le ha conminado con honesta lealtad Juan Vicente Herrera, no encontraría en su imagen ningún motivo para no seguir adelante. Pero a diferencia de los grandes palacios clásicos, en el de la Moncloa, al menos en su parte visitable, apenas hay espejos. Sus inquilinos viven en el interior de una blanca, limpia tramoya diseñada para aislarlos. Por eso el ejercicio de claridad que acaso necesite el presidente sea, simplemente, el de salir de esa clausura, romper las puertas a patadas y asomarse a sentir el pulso de la calle.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 27/05/15