El Correo-ANTÓN JOSEBA ARREGUI

Para algunos políticos y comentaristas cualquier ocasión es bienvenida para calificar la situación política, económica y social de la sociedad vasca como un oasis. Últimamente acostumbran algunos a tomar como referencia lo que consideran el espectáculo de la política en el resto de España. Esa política se caracteriza, en su opinión, por la inestabilidad, falta de altura, corrupción, pérdida de centralidad, el escoramiento hacia la derecha entendiendo por derecha no el término correspondiente a la izquierda, sino algo no deseable cuando no peligroso, mientras que izquierda implica progresismo y posee solo significado positivo.

Dejando Cataluña a un lado, es probable que de casi todas las autonomías se podría decir algo parecido: tienen gobiernos estables, de un solo partido o en coalición, no son conocidos por tener grandes problemas y pasan bastante desapercibidas, lo que es señal de oasis o excepcionalidad en comparación con la política española en el ámbito nacional.

La descripción del oasis excepcional vasco puede ser correcta, pero quizá se sustente en buena medida en la ocultación de algunos elementos y en la sobrevaloración de otros. Si el Gobierno central anda con dificultades para aprobar los presupuestos para el año próximo, algo parecido sucede en Euskadi. Quizá olvidamos que el primer Ejecutivo vasco fue estable y tuvo mayoría gracias a la incomparecencia de Herri Batasuna. Quizá también hemos olvidado que la época de mayor estabilidad fue la de los gabinetes de coalición PNV-PSE/EE. Quizá hemos olvidado que durante algunos años Ibarretxe tuvo que gobernar con Presupuestos prorrogados.

En estos momentos, el oasis excepcional está gobernado por un Ejecutivo en minoría. Se trata de un Gobierno en el que no hay acuerdo sobre el asunto político de mayor transcendencia: la reforma del Estatuto de Gernika (como subterfugio para una reforma de la Constitución en fraude de ley). La estabilidad la busca el PNV para materializar su pretensión política de mayor calado, la citada reforma del Estatuto o de la Constitución, en alianza con EH Bildu, aun a costa de su división interna, paralela a la división social que supondría aprobar lo pactado con EH Bildu. Todo menos estabilidad, todo menos excepcionalidad de oasis.

Algunos comentaristas apelan a que el panorama político vasco está alejado de cualquier extremismo, ni de derechas ni de izquierdas (en realidad creen que extremismo solo puede haber en la derecha). La memoria es muy corta en el país que se basa precisamente en la memoria, en los derechos históricos: no están tan alejados en el tiempo los asesinatos de ETA, existe una lucha nada larvada, sino a la luz del día, para controlar la memoria de esos tiempos infaustos y para conseguir que el nacionalismo no salga contaminado por esa historia de terror. Y el PNV pacta la reforma del Estatuto, o lo que sea, con EH Bildu, con los que no han dado nunca el paso para condenar la historia de terror de ETA y que basan su legitimidad en ser los herederos de ETA, los que han recogido los frutos de lo sembrado por ETA, dando continuidad a su historia. Excepción sí, pero difícilmente una que pueda ser definida como oasis.

Como todo es bueno para el convento, también las encuestas ayudan. La sociedad vasca es una sociedad mayoritariamente centrada políticamente, lejos de cualquier extremismo –aunque uno no sepa dónde quedan Bildu/Sortu y sus votantes en esa sociedad centrada–, porque así lo dicen las encuestas: hasta los votantes del PNV se definen como de centro-izquierda, es decir son los puros socialdemócratas cuya mejor definición es que no se distinguen por nada especial. Esa foto de centro-izquierda es una estimación subjetiva, probablemente impulsada porque a todos nos gusta aparecer guapos en la foto. Y la belleza en política se distingue por huir de los extremos, ser medianamente progresista porque es lo que se lleva, lo que manda –y no es ninguna exageración– el pensamiento hegemónico y la corrección política. Todos se apuntan a la casilla que promete la foto más guapa.

Parece que a quienes analizan de la forma descrita la realidad social y política vasca no se les ocurre preguntar si en la estabilidad, en la excepcionalidad, en la centralidad vascas tendrá algo que ver el sistema de financiación de la comunidad autónoma de Euskadi, el que dispongamos del doble de financiación por alumno que, por ejemplo, CastillaLeón, aunque obtengamos peores resultados en el informe PISA. Si en esa estabilidad de oasis tendrá algo que ver el que, al no participar en la LOFCA – la ley que regula la financiación de las autonomías no forales–, estamos exentos de aportar a los distintos fondos previstos en esa ley y así no aportamos nada al fondo de nivelación, que es el que garantiza la solidaridad, de la que por cierto se han quejado los nacionalistas catalanes por lo que les cuesta, y que recibe la respuesta desde la Comunidad de Madrid de que ellos aportan más.

El 25 de octubre (no) se celebra la aprobación del Estatuto de Gernika. Un Estatuto como acuerdo entre los vascos diferentes en el marco de la democrática Constitución española que ha permitido construir el entramado institucional de la sociedad vasca sin la cual no es posible ninguna estabilidad política, o social y económica. Un Estatuto que podría haber sido fuente de una mucho mayor estabilidad si no hubiera sido puesto en riesgo permanente por la falta de voluntad del nacionalismo para reconocer que su –del Estatuto– legitimidad deriva de la legitimidad democrática de la Constitución española. Sí: Es cierto que faltan algunas transferencias, pero no todas las que dice el PNV o el Gobierno vasco, pues en el listado que se usa se confunden las transferencias debidas por ley, previstas en el Estatuto, y las delegaciones de gestión de competencias exclusivas del Ejecutivo central.

Hemos llegado a la situación en la que la celebración de aquello que nos constituye como comunidad política, el Estatuto en el marco de la Constitución, solo se puede celebrar en privado, como si fuera algo de lo que avergonzarnos. Esa es nuestra estabilidad y nuestra excepcionalidad.