ETA, 50 años

En el pacto de Lizarra, el plan Ibarretxe y hasta en las conversaciones de Loyola, la izquierda abertzale ha encontrado justificaciones históricas a la actividad terrorista, y no han servido para que la banda ponga fin a la violencia. La radicalización del nacionalismo es considerada por ETA y su entorno como algo que justifica la actividad de las armas, en el pasado y en el futuro.

El domingo se cumplió el 30 aniversario del asesinato del dirigente etarra José Miguel Beñaran, ‘Argala’. La noche anterior a su muerte estuvo cenando con Javier Larreategui Cuadra, ‘Atxulo’, quien lo encontró preocupado por la falta de acuerdo con el PNV en las conversaciones de Txiberta (Anglet), a pesar de que esa ruptura se había producido año y medio antes.

‘Argala’ estaba muy preocupado por eso y decía que se había perdido una oportunidad histórica y que quedaba lucha, por lo menos, para «otros veinticinco años», relató ‘Atxulo’ de aquella cena (‘Gara’ 21-12-03). Se quedó corto el dirigente etarra pues son ya treinta los años de actividad terrorista de ETA que hemos soportado desde entonces, que se suman a los veinte anteriores que habían pasado desde que, en diciembre de 1958, José Luis Álvarez Emparantza, ‘Txillardegi’, se inventara el nombre y las siglas de la nueva organización. En total, medio siglo de historia de ETA.

En el acto de homenaje a ‘Argala’ celebrado el pasado domingo, Tasio Erkizia justificó estos últimos treinta años de actividad de ETA -aunque él hablara de «lucha de la izquierda abertzale»- por los cambios experimentados en el nacionalismo institucional, el del PNV, EA o ELA, que han pasado a cuestionar la Constitución, el Estatuto de Gernika y el Amejoramiento Foral navarro y reclaman la autodeterminación.

El pacto de Lizarra, el plan Ibarretxe y hasta las conversaciones de Loyola han servido a la izquierda abertzale para encontrar justificaciones históricas a la actividad terrorista de ETA en este tiempo, pero no han servido para que la banda decida poner fin a la violencia.

La radicalización del nacionalismo institucional es considerada por ETA y su entorno como un mérito propio, como algo que justifica la actividad de las armas en el pasado y su continuidad en el futuro. Las estrategias consistentes en asumir las reclamaciones políticas de ETA, total o parcialmente, como método para conseguir que la banda renuncie a la violencia, tal como se hizo, por ejemplo, en el Pacto de Lizarra, no sólo no resultan eficaces, sino que se han revelado contraproducentes para el objetivo de poner fin al terrorismo.

Hasta el momento, en el seno de ETA las únicas voces que han defendido el fin de la violencia han sido las de aquellos que constataban el fracaso del terrorismo para conseguir sus objetivos. Por contra, los que han decidido seguir pegando tiros y colocando bombas lo han hecho porque estaban convencidos de que iban a conseguir sus aspiraciones y cada vez que alguien ha asumido alguno de sus postulados se han reafirmado en su decisión de continuar matando.

Florencio Domínguez, EL CORREO, 23/12/2008