Europa sí/no

EL MUNDO 18/09/14
ARCADI ESPADA

DESDE el 13 de agosto de 1961, en que la ciudad de Berlín, y con ella Alemania, quedó dividida en dos mitades, Europa, la Europa nacida en Potsdam y felizmente corregida en 1989, no vivía una jornada tan decisiva como la que hoy incumbe a los escoceses. Hoy se decide la continuidad o la destrucción de un Estado europeo y se constata, como si aún no fuera suficientemente amarga y elocuente la lección de la historia de que el nacionalismo, después de dos guerras y ochenta millones de muertos, sigue siendo el principal riesgo de Europa.

Ayer, en el Congreso, el presidente del Gobierno español, de forma rápida e incluso algo atropellada, acertó a decir que el referéndum escocés y la intentona catalana eran un torpedo en el corazón de la Unión Europea. Aunque lleguen tarde, tardísimo, y aunque prueben paradójicamente el lado débil de su política ante el nacionalismo, yo me alegro mucho de estas palabras del presidente. Estas palabras contrastan con la doctrina del asunto interno que Europa, pusilánime y torpemente, ha ido pronunciando en torno a los dos proyectos secesionistas. Europa ha reaccionado ante estos dos supuestos de secesión con la boca mínima del juridicismo, fiada a que la arquitectura legal y el principio –económico– de la realidad bastarían para disolver las intenciones secesionistas. Y ha olvidado que estos dos intentos de secesión no obedecen a razones económicas ni tampoco a razones vinculadas con el ejercicio de la llamada identidad cultural, sino a emociones políticas perfectamente gestionadas por un caciquisimo populista y sentimental. Aún es la hora de que en todo este larguísimo año de agitación nacionalista se haya oído la voz grave y tajante de un político europeo, ¡uno solo!, subrayando el lugar moral que el nacionalismo ocupa en la historia europea. Es cierto que parece un tópico aludir a la retórica francesa que cíclicamente, y a la vista del paisaje político, se pregunta: «Ou sont les grands hommes?» Pero en esta hora de banalidad se echa de menos, por ejemplo, el Mitterrand que en su último discurso, en Berlín, sentenció: «Le nationalisme, c’est la guerre». Y se echa de menos, sobre todo, la ausencia de un profundo y comprometedor relato europeo.

Si hoy el voto escocés se decanta por el secesionismo Europa habrá entrado, casi sin advertirlo, a su funesto estilo siglo XX, en una dinámica de fagotización imparable. Ella misma, entonces, se habrá convertido en un asunto interno. La pregunta es un asunto interno de quién.