Ex asesinos

EL MUNDO 02/11/13
MANUEL JABOIS

Hace dos años el fiscal superior del País Vasco, señor Calparsoro, hizo una declaración que se interpretó como un guiño de barra: «Si ETA se disuelve, la justicia será generosa». Que sean valientes, dijo, porque el pueblo y los tribunales sabrán reconocer ese paso. Aquello que parecía un exotismo presenta hoy severo diagnóstico. Tiempo después reconocería a El País que la frase «no fue muy fina»; que lo que quería decir es que la justicia se adaptaría a esa situación, «como con cualquier ciudadano». Sobre esta expresión se asienta una de las sintomologías del terrorismo. Tiene que ver con el crimen individual, al que hay que despojar de contexto porque el cadáver lo es por ser español o víctima de maltrato, pero también colectivo: la convivencia de terror generada, el acompañamiento melancólico al asesinato de la amenaza real de que el siguiente serás tú. La justicia ha de adaptarse a «la realidad social», decía el fiscal. Que ETA se abstuviese de poner bombas creaba un clima nuevo; si un terrorista deja de matar, los presos pueden beneficiarse de ello porque comparten un objetivo común: antológico precedente que abre la puerta a curiosas cooperativas. Ese embadurnamiento atmosférico desbarata el concepto de «ciudadano común»: al violador del Exaimple no lo recibirán en su pueblo con carteles de bienvenida ni un asesino en serie saldrá entre aplausos tras matar a 24 personas. La realidad social son los vítores al asesino de un chico que aún lo consideran, tantos años después, bien matado. De acuerdo a esa realidad lo lógico es que el fiscal no la utilice como atenuante sino como agravante. Pero estos días de agitación Calparsoro se ha molestado porque ayuntamientos propongan non gratos a dos terroristas y ni siquiera ha admitido que lo sean: al haber cumplido su pena, dijo, no puede considerarlos de tal manera. Como si un preso, aun arrepentido y reinsertado, aun perdonado por los huérfanos, dejase de ser el asesino de sus víctimas. A veces la única justicia que deja un muerto es la comparecencia inexcusable de su asesino; lo último es que se lo robasen. Hasta la generosidad que promueve el fiscal, de consumarse, tiene límites que la propia naturaleza impone. Y ya hay que llegar lejos para tener que aferrarse a ella.