Fatuidad no, por favor

J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 2/5/12

El discurso del lehendakari al proponer el modelo vasco al resto de comunidades es a la vez –quizás sin ser consciente de ello– una ofensa a la inteligencia y un insulto a la solidaridad

Kepa Aulestia ha insinuado con prudencia el de ‘engreído’. A mí me va más el calificativo de ‘fatuo’. ¿Para qué? Pues para caracterizar ese discurso económico que el lehendakari ha adoptado últimamente, y que parece centrarse en la exhibición orgullosa de un ‘modelo vasco’ de hacer frente a la crisis que se caracterizaría por no precisar de recortes en las prestaciones básicas del Estado de bienestar. No como en el resto de España, donde el Gobierno central parece empecinarse en recortar derechos básicos, no se sabe si por maldad ideológica o por estupidez técnica o por las dos cosas a la vez. ¡Hagan como nosotros, no recorten sus prestaciones, mantengan el gasto público social invariable, permítanse incluso hacer inversiones públicas de fomento de la actividad! Otro modelo de salida de la crisis es posible, y es además más justo y más cómodo: ¡hagan como los vascos!

Hace un año prologué una edición del Gobierno vasco de los discursos del lehendakari, y me atreví a calificarlos como un caso de buena retórica política, una retórica a la vez sencilla y esperanzada y muy apegada, eso era su mayor mérito, a los valores estrictamente democráticos, lejos de los partidistas o ideológicos. Tal circunstancia no me otorga autoridad alguna en esta ocasión, claro está, pero sirve por lo menos como aval de mi buena intención. Y con esa buena intención, debo decirle al lehendakari que su discurso actual es de una fatuidad llamativa, pues se viste con plumas y méritos que ni de lejos le corresponden.

Seamos claros, pues parece que hay personas que siguen empeñadas en desconocer la evidencia (y demostrar lo evidente a quien no quiere reconocerlo es una tarea poco menos que imposible): cualquier análisis que pretenda comparar la situación del País Vasco (y Navarra) y el resto de comunidades españolas en lo referente al sector público, su financiación, y su capacidad de prestación de servicios a la ciudadanía, cualquier discurso que incluya esa comparación, directa o indirectamente, es una pura falsificación si no menciona como punto de partida la muy diversa situación en que el sistema ‘Concierto+cupo’ coloca al País Vasco por relación a las comunidades de régimen común. Comparar directamente el nivel de prestación de servicios públicos en Euskadi con la de otra comunidad cualquiera sería una postura similar a la de aquellos ricos burgueses del siglo XIX que miraban a los proletarios miserables y les decían: ¿por qué no nos imitáis? Nosotros somos frugales y ordenados, somos ahorradores y previsores, y por eso no tenemos las dificultades que a vosotros os afligen; sed como nosotros.

El sector público vasco dispone de un 60% más de financiación por cabeza que la media de las comunidades autónomas españolas. Donde las demás tienen un euro por ciudadano para organizar la sanidad y la enseñanza, el Gobierno vasco tiene más de euro y medio. No es difícil comprender su éxito. ¿Se debe esta sobrefinanciación a su mayor riqueza y productividad? No, se debe a la circunstancia de poseer un sistema de financiación privilegiado que le exime de contribuir a las necesidades de los demás, que le permite ser en España receptor neto de financiación pública cuando en buena lógica equitativa debería ser deudor neto.

Un estudio de la Fundación BBVA sobre datos del decenio 2000-2009, publicado hace pocos meses, ha puesto de nuevo de relieve la «anomalía foral», en los términos siguientes: el efecto redistributivo del sector público sobre la renta bruta de los hogares hace que, como es obligado en un sistema de solidaridad, la renta disponible de los hogares de las comunidades ‘ricas’ disminuya al pasar sobre ellas el rasero fiscal (Madrid pierde 7%, Cataluña 3%), mientras que la renta disponible de otras mejora de un 10% a un 20% (Extremadura, Andalucía, Galicia, Asturias). Es la solidaridad interregional de ricos y pobres, algo lógico. Pues bien, en el cuadro general correspondiente aparecen dos excepciones llamativas que van en contra de la corriente general: Navarra y Euskadi, cómo no. En el caso del País Vasco, a pesar que por su nivel bruto de renta primaria le correspondería haber perdido un 5% por efecto del rasero fiscal, resulta que ha ganado (¡¡ganado!!) un 5% por efecto del sistema fiscal aplicado. Diez puntos a favor. Por decirlo suavemente, esto es algo así como si aquí le pagásemos a Llorente la renta de inserción mínima. Igual de maravilloso.

Durante los veinte años en que España ha sido perceptora neta de fondos europeos se estima que recibió un volumen equivalente al 0,9% de su PIB al año. Todos sabemos lo que significó en términos de ayuda al desarrollo. Pues bien, Euskadi ha recibido y recibe (aunque sea en forma de no contribución) una cifra que supera el 3% de su PIB del resto de España.

En estas condiciones, el discurso del lehendakari al proponer el modelo vasco al resto de comunidades es a la vez –quizás sin ser plenamente consciente de ello– una ofensa a la inteligencia y un insulto a la solidaridad. No puede decirles ‘haced como nosotros’ cuando nuestro hacer se basa, precisamente, en que ellos no sean como nosotros.

El lehendakari debiera ser consciente de que, en un mundo de ricos y pobres, a él le ha tocado ‘ser rico’ en este concreto campo. No es un papel fácil para un lehendakari socialista, al que le gusta reclamar una mayor equidad en el reparto de las cargas públicas (lo que le aplaudo). Pero debe asumirlo y, o bien lo denuncia (y empieza de una vez a explicar a la sociedad vasca el privilegio de que disfruta, que ya va siendo hora), o bien se lo calla y hace como que no sabe de qué va la cosa. Que es lo que hacen todos. Pero presumir, no, rotundamente no. Por favor.

J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 2/5/12