Ferrusola, monja criptógrafa

ABC 15/05/17
JUAN MANUEL DE PRADA

· La madre superiora Ferrusola no se muestra tan ocurrente como Santa Teresa

HACE año y pico el filólogo catalán Jordi Bilbeny anunciaba que Santa Teresa de Jesús era en realidad una monja catalana que llegó a ser abadesa del monasterio de Pedralbes. Según este Bilbeny, el castellano de Santa Teresa estaba plagado de «catalanadas idénticas a las utilizadas por otros escritores del país que fueron adulteradas por la censura del Estado» (sic). Bilbeny, que también ha afirmado que Cervantes se apellidaba en realidad Servent y escribió el Quijote en catalán, es miembro de Nova Historia, una asociación de historiadores catalanes –digna de cualquier novela de Chesterton– empeñados en denunciar una monstruosa conspiración que habría convertido a los más eximios personajes catalanes en castellanos.

Las delirantes erudiciones de Bilbeny fueron en su día ridiculizadas por doquier; pero a mí siempre me parecieron muy dignas de estudio, pues demuestran que un catalán no puede explicarse del todo sin asumir como propio el legado de Santa Teresa, del mismo modo que un castellano no puede explicarse del todo sin asumir el legado de Verdaguer. Y es que, como afirmaba Prat de la Riba, «el ser de Cataluña seguía pegado como los pólipos al coral del ser castellano»; y, por mucho que el nacionalismo empleara el instrumento del odio para lograr despegarlo –como el propio Prat de la Riba reconoce, en una frase estremecedora–, nunca podrá hacerlo del todo sin volver locos de remate a los catalanes. Y cuanto más se esfuerce en hacerlo, más eruditos dementes surgirán, defendiendo la catalanidad de Santa Teresa; pues lo que no se asume sanamente se termina incorporando de forma retorcida y desquiciada. Santa Teresa es, en efecto, también catalana, por ser españolísima; y en una Cataluña que no la reconociese como propia florecerían de inmediato filólogos e historiadores que, para recuperarla, urdirían erudiciones tan rocambolescas como ese Bilbeny.

Estos eruditos de Nova Historia empeñados en demostrar la catalanidad de Santa Teresa no deberían dejar pasar, entretanto, la oportunidad de señalar la pervivencia del legado teresiano en esas cartas cifradas en las que la madre superiora Marta Ferrusola reclama el traslado de misales. La criptografía fue recurso muy utilizado en sus cartas por las monjas castellanas durante los siglos XVI y XVII, que así evitaban castigos y represalias, si su correspondencia era interceptada. Sor María Jesús de Ágreda, por ejemplo, escribía cartas en clave al rey Felipe IV, advirtiéndole de las asechanzas de sus enemigos y de la venalidad de sus validos. Y la propia Santa Teresa, en sus cartas a Jerónimo Gracián, ideó un lenguaje cifrado, para evitar que sus enemigos los carmelitas calzados se enterasen de sus planes. Y así, al nuncio lo llamaba irreverentemente «Matusalén»; a San Juan de la Cruz, «Senequita», por su claro entendimiento (y su diminuta estatura); a los jesuitas, «cuervos» (por el hábito); «lobos» a los carmelitas calzados que trataban de morderla; y «cigarras» a las monjas calzadas, por vagas. A los inquisidores, en cambio, los llamaba «ángeles», pues no en vano siempre la protegieron; y a sus queridas hijas descalzas, «mariposas», y también «águilas», pues volaban libres.

Ciertamente, la madre superiora Ferrusola no se muestra, en sus tejemanejes financieros, tan ocurrente como Santa Teresa en sus enredos por evitar las asechanzas de los frailes calzados. Pero urge que los eruditos de esa asociación Nova Historia la incorporen –siquiera en condición de discípula tardía– a la tradición castellana de monjas criptógrafas, en compañía de Santa Teresa. Que, desde luego, era mucho más catalana que Marta Ferrusola, pues sabía ahorrar sin robar ni un céntimo.