ANTONIO R. NARANJO-EL DEBATE
  • El mismo «progresista» que exige más fondos a Alemania para construir Europa está dispuesto a que los alemanes de España no paguen un duro

El ‘cupo catalán’ es, tras la independencia, la segunda exigencia más recurrente del separatismo, y como la primera, igual de aldeana: considera que se puede lograr más prosperidad para Cataluña si se aplica el razonamiento de que todo el dinero ingresado por los catalanes con su esfuerzo se quede allí, aunque no en sus bolsillos, sino en los de la Generalidad, para que ésta aplique a continuación una de las mayores presiones fiscales de España y se lo gaste en abrir embajadas en Tombuctú.

Madrid adelantó hace muchos años a Cataluña en PIB, ocupación laboral, inversiones extranjeras, apertura de empresas, renta y alegría aplicando, con razón y éxito, la receta contraria: si los madrileños tienen más dinero, aunque Gallardón, Aguirre o Ayuso tengan menos, todo irá mejor.

Y si además aporta más recursos a su entorno, esa mejoría será aún más notable: se vende más cuando al otro lado del mostrador hay más compradores con mayores recursos, una evidencia científica sistemáticamente pisoteada por ese tipo de políticos, básicamente izquierdistas o nacionalistas, que consideran estúpidamente que velan mejor por uno mismo que uno mismo si se quedan con todo tu dinero, y no la parte razonable para mantener lo esencial de un Estado social.

En España, sin contar con Gibraltar y Andorra, ya hay dos paraísos fiscales, el País Vasco y Navarra, donde ya se aplica el sistema reclamado por Junts y ERC, con la complicidad hipócrita de toda la izquierda y el complejo miedica de toda la derecha, con un resultado deplorable: a parecida renta que Madrid, la Comunidad Valenciana o Baleares; los políticos vascos y navarros disponen aproximadamente del doble de financiación per cápita.

En nombre de una supuesta superioridad histórica, inexistente si la comparación es con Castilla, Aragón, León y casi cualquier territorio que conforma la vieja Hispania, se reconoció el derecho a disponer un fuero propio para recaudar sus impuestos. Y, en nombre de las necesidades de cada gobierno central, se le añadió una formula para calcular su contribución al Estado, el cupo, cada vez más laxa e insolidaria.

A ese abuso ahora va a sumársele el de Cataluña, con el que Sánchez quiere comprarse otro gobierno, con la misma falta de escrúpulos, de sentido común y de decencia que le hizo presidente: unas veces paga con una amnistía, otras con un cheque en blanco cargado a una cuenta colectiva, la del resto de los españoles. Y en ambos casos, como mero preludio de un referéndum, objetivo final cada vez más cercano: las obscenas concesiones ya firmadas o en marcha no son un calmante del independentismo, sino un estimulante, como la cafeína, para llegar más pronto a la meta. El nacionalismo es ludópata por definición, y siempre apuesta más en el casino si la banca le cede más fichas.

Vemos, en resumen, cómo el tío que más fondos le exige a Alemania, para construir una Europa supuestamente solidaria, exonera de un esfuerzo similar a los alemanes de España, con toda la izquierda palmípeda aplaudiendo una grosera bajada de pantalones insolidaria con las comunidades más humildes, condenadas al tercermundismo si los ricos se quedan con su dinero para que Sánchez no pierda su cargo.

Al error conceptual de aceptar que los recursos individuales se confisquen por la Administración Pública, para que los gestionen indocumentados como Sánchez, Montero y Díaz; se le añade el de traspasárselos a otros ignorantes como ellos, envenenados además por el virus del supremacismo, para crear una España troceada, esquilmada y empobrecida. Pero, eso sí, muy progresista y muy confederal, con los ladrones al frente de cada comisaría y falsos policías patrullando la ciudad.