José María Múgica-Vozpópuli

Todo lo que no sea una mayoría de gobierno centrista y reformista, que abarque desde la social democracia hasta la derecha democrática, será un desastre que Francia

Creíamos que la campaña para las elecciones europeas del 9 de junio concluía ese día. Pero no, ha intervenido un actor inesperado: Francia. Antes de conocerse los resultados oficiales, el presidente Macron anunció la disolución de la Asamblea Nacional, y la convocatoria de elecciones legislativas para el 30 de junio y el 7 de julio (segunda vuelta). Siendo Francia un país esencial en la Unión Europea, aquel anuncio sonó como una deflagración, la apertura de la caja de los truenos. Su propio campo, macronista, no entendió aquella maniobra del todo inesperada, que ha sido calificada reiteradamente como insensata. Al punto que hoy el propio presidente Macron juega un papel secundario en la campaña electoral, dirigida básicamente por su primer ministro Gabriel Attal.

Con unos resultados que dieron la victoria abrumadora al Rassemblement National (Agrupación Nacional) de Marine Le Pen –más del 31% de los votos– seguido a gran distancia de la propia lista electoral del presidente –14% del voto–, el desafío de unas elecciones legislativas exprés es extraordinario. Una suerte de fin de reinado se abate sobre las filas macronistas desde aquel momento. Tanto es así que la mayoría parlamentaria saliente -macronista- no presenta más que 489 candidatos en una Asamblea Nacional que cuenta 577 escaños, lo que da muestra de su incapacidad para agrupar nuevas alianzas.

El primer fracaso de la operación consistió en el estallido de Los Republicanos, partido que hunde sus raíces en el gaullismo. Allí, su líder Eric Ciotti, rompiendo una disciplina republicana de décadas que impedía todo acuerdo con la extrema derecha de la Agrupación Nacional, optó por unirse a ésta en las elecciones programadas. Resultado, un partido roto en el que unos sesenta candidatos se presentan bajo los auspicios de ese líder borrascoso, en tanto otros, alrededor de cuatrocientos, lo hacen bajo la bandera de no llevar a cabo ningún acuerdo con la Agrupación Nacional de Le Pen.

Es así que Francia, con una economía deficiente, más que endeudada y con un déficit público atosigante va a una campaña dividida en tres bloques: el centrista, liderado por Macron; la extrema derecha de la Agrupación Nacional; y la extrema izquierda del Nuevo Frente Popular –vaya nombrecito, que evoca las tragedias europeas de los años 30 del siglo pasado–.

Pasaron los años, y su hija Marine Le Pen se hizo cargo del partido, incluso expulsando a su padre. En su intento de desdiabolización del mismo, le cambió el nombre y jugó a ejercer una política de derecha nacional

En cuanto a la Agrupación Nacional hunde sus orígenes en el Frente Nacional, creado en 1972 por un notorio nazi y antisemita, Jean Marie Le Pen, vaya, lo peor de la historia de Francia en el siglo XX. Concurrió a las presidenciales de 1974, donde se enfrentaron Giscard Mitterrand, donde obtuvo menos del 1% de los votos. Y como siempre cabe en un responsable político la tentación de ejercer de aprendiz de brujo, andando los años, en las legislativas de 1986 fue justamente Mitterrand quien cambió el sistema electoral mayoritario a dos vueltas, por uno proporcional; resultado, el Frente Nacional se acercó al 10% de los votos y obtuvo 35 diputados. Se volvió al sistema mayoritario, pero ya era tarde. Y así, en 2002, el propio Jean Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta de las presidenciales frente al candidato de centro derecha Jacques Chirac, por más que las perdiera abrumadoramente con un escaso 20% de los votos. Pasaron los años, y su hija Marine Le Pen se hizo cargo del partido, incluso expulsando a su padre. En su intento de desdiabolización del mismo, le cambió el nombre hace unos años y jugó a ejercer una política de derecha nacional, alejada de los disparates paternos. Siempre será falso porque es la extrema derecha. Su euroescepticismo, su programa basado en reducir la contribución francesa a la Unión Europea, su propósito de incrementar aún más el gasto público, sus acuerdos con Putin en la década pasada, incluso en forma de recepción de financiación, su negativa a sancionar a esa Rusia autoritaria con motivo de la guerra de Ucrania que supone un riesgo existencial para toda Europa, el hecho de que sea la candidata preferida por el régimen ruso, hacen de la Agrupación Nacional un partido de odio, de división, de confrontación entre los franceses, por más que sea, desdichadamente, el primer partido del país.

El tercer bloque es la extrema izquierda del Nuevo Frente Popular, liderado, entre purgas y conflictos internos infinitos entre sí por el jefe de la Francia insumisa Jean Luc Mélenchon. Con un programa electoral de auténtico desvarío y que conduciría al abismo económico de Francia, sobre medidas demagógicas, cuyo coste se avecina a los 300.000 millones de euros –casi el equivalente a todos los ingresos fiscales anuales del estado–, con una propuesta de jubilación a los 60 años que requiere encontrar más de 50.000 millones de euros adicionales, la puesta en vigor de 32 horas semanales que arruinaría la productividad francesa, la omisión voluntaria de la energía nuclear, que supondría un debilitamiento de la soberanía energética de aquel país, un incremento brutal de impuestos. En suma, el horror económico.

Con una comunidad judía de más de 500.000 habitantes, víctima de atentados terroristas en un pasado bien reciente, que se siente señalada, perseguida, que trata de ocultarse, cuando no de emigrar a Israel, ese antisemitismo es moralmente inaceptable

Se hace incomprensible que los socialistas –que venían de obtener un decoroso casi 14% en las europeas con su candidato Gluksmann– se hayan sumado a esa coalición en que la Francia Insumisa hace la mayoría con 229 candidatos, frente a 175 socialistas, 92 ecologistas y 50 comunistas. Esa Francia Insumisa, cuyo líder Mélenchon es igualmente euroescéptico y enemigo de sancionar a Rusia; amén de perfecto antisemita, que consideró el progrom de Hamás sobre Israel el 7 de octubre pasado como un acto de resistencia e incapaz de llamar a Hamás organización terrorista. Con una comunidad judía de más de 500.000 habitantes, víctima de atentados terroristas en un pasado bien reciente, que se siente señalada, perseguida, que trata de ocultarse, cuando no de emigrar a Israel, ese antisemitismo es moralmente inaceptable.

Se está viendo en Francia desde la misma noche de la disolución: la prima de riesgo que se dispara hasta niveles de la crisis de la deuda de 2011. Se crea una situación que el propio ministro de economía, Bruno Le Maire, viene de calificar próxima a un terremoto financiero.

En ese panorama lastimoso, quedan muchas cosas por ver de aquí al 7 de julio, incluidas las triangulaciones que se pueden producir en la primera vuelta del 30 de junio (pasan a segunda vuelta los dos primeros y quien obtiene más del 12,5% de los votos). Y bien puede suceder que, al cabo, la Asamblea Nacional sea ingobernable. Jordan Bardella, candidato a primer ministro por la Agrupación Nacional, ya ha anunciado que no accederá a ese cargo si no consigue la mayoría absoluta. A su vez, el Nuevo Frente Popular no dispone de candidato, ni siquiera de un sistema por el que decidirlo. Todo lo que no sea una mayoría de gobierno centrista y reformista, que abarque desde la social democracia hasta la derecha democrática, será un desastre que Francia, y toda Europa, pagaremos caro. El error de no entender que los países avanzan cuando reina la concordia y la convivencia, cuando los extremos son expulsados de la acción de gobierno, cuando esa acción está dirigida por las fuerzas centrales del país, a centro derecha o a centro izquierda, acaba arruinando el porvenir democrático de ese país, que acaba sumido en una polarización enloquecida donde reinan la división, la discordia y el enfrentamiento sociales.

La coalición de izquierdas puede saltar por los aires

Puede suceder que ninguno de los tres campos enfrentados tengan la mayoría absoluta, que asistamos a una Asamblea Nacional ingobernable, que la segunda parte del mandato presidencial de Macron se convierta en un infierno, que incluso al día siguiente esa extravagante coalición del Nuevo Frente Popular salte por los aires, tan dispersos y enfrentados son sus propios partícipes; que Francia en suma se muestre incapaz de afrontar las profundas reformas que requiere ese país. Son la consecuencia de abrir, de forma insensata, la caja de los truenos que a todos alcanza, y a Europa, además de a Francia, en primer término.