Fugas

ABC 06/04/14
JON JUARISTI

· Resulta conmovedor el alboroto de la izquierda en defensa de la ley y el orden a raíz de la tocata y fuga de Esperanza Aguirre

Me moriré sin haber sacado el carnet, lo que me ahorrará todavía muchas preocupaciones. No me expondré a broncas con agentes de movilidad ni me angustiará la amenaza perpetua de que me quiten puntos. Gastaré menos en gasolina que un esquimal en abanicos. Renunciar a la conducción me ha hecho bastante feliz hasta ahora y me ayudará a mantener la calidad de vida en lo que de ésta me quede. O eso espero.

Claro que también ha tenido algunos inconvenientes. Nunca he podido darme a la fuga sin recurrir a las piernas (con resultados normalmente pobres), pero, en compensación, desconozco humillantes experiencias del tipo de las que evocaba David Gistau el pasado viernes. Por ejemplo, la de tener que mostrar el DNI o el permiso de conducir o el de circular a requerimiento de cualquier agente de uno de los numerosos cuerpos policiales que regulan el tráfico, una función esencial de la economía de la muerte. O la de soplar por un canuto a altas horas de la madrugada, cuando vuelves a casa en el coche de un amigo compasivo que por tu culpa será detenido en un control mientras tú paras un taxi. Ese tipo de experiencias que te llevan a odiar a la autoridad y a sentirte resarcido por el delito ajeno.

Supongo que, a mi edad, ponerme a conducir destruiría el precario equilibrio psíquico logrado con los años entre los impulsos agresivos y la represión superyoica, convirtiéndome en un criminal peligroso, pero, sinceramente, no creo que ese sea el caso de Esperanza Aguirre, a la que cierta prensa y la práctica totalidad de la bloguería zurda ha presentado como poco menos que una asesina frustrada de policías municipales. Algún ciudadano ejemplar ha lamentado incluso que los agentes supuestamente arrollados no recurrieran a sus armas reglamentarias para dar de baja definitivamente a la presidenta del PP de Madrid en la biosfera. Es una excepción, lo admito. La mayoría estaría conforme con que la condenaran a cadena perpetua. Resulta curioso comprobar cómo la misma gente que hasta hace cuatro días despellejaba a los guardias civiles de Melilla, a los antidisturbios de Madrid o a las fuerzas de choque de la alcaldesa Botella cierra filas en defensa de la ley y el orden ante el aparente deslizamiento de Aguirre al campo de los antisistema.

Esperanza Aguirre ha cometido, en efecto, una falta ya sancionada administrativamente con una multa. El alcance judicial de su supuesta fuga todavía está por ver. Pero si yo fuera un progre vengativo, no me haría demasiadas ilusiones. No parece que la causa, si llegara a haberla, vaya a tener mucho recorrido. Ni ha quemado contenedores ni le ha partido la crisma al agente que la multó. Es cierto que éste, un consumado karateka, sufrió un ataque de ansiedad a raíz del incidente, pero difícilmente podría imputarse su responsabilidad a la fugitiva. La verdad, produce cierta rabia que Esperanza Aguirre no haya tenido que tomarse ni un miserable valium cinco y que, por caro que le salga este desaguisado en su futuro político, contribuya fatalmente a acrecentar la delantera que le va sacando desde hace mazo de tiempo a Lara Croft. A este paso la harán protagonista de un videojuego para Play Station y se va a forrar con los derechos. No hay justicia perfecta en este mundo. La ley, es cierto, debe ser igual para todos y si su peso debe caer sobre Aguirre o, como ésta sostiene, sobre los agentes que trataron de retenerla, que caiga. Los jueces decidirán. De momento, el despliegue mediático y bloguístico en aras de un ajusticiamiento ejemplar y revolucionario de la ciudadana Esperanza Aguirre Gil de Biedma ha hecho el ridículo de un modo bochornoso.