Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Todo el periodo presidencial de Sánchez ha discurrido bajo el signo de la aventura

Sí. La guerra con Argentina y la paz con Palestina, en las que anda últimamente metido el Gobierno, tienen un olor inconfundible a las clásicas cortinas de humo; un reconocible tufillo a balones que se echan fuera del campo; un no sé qué de producciones televisivas de Netflix, de miniseries para el consumo y divertimento del personal. No son en absoluto los azarosos e inevitables episodios que puede ir generando cualquier legislatura de manera natural e imprevista. Se ve en ellos la indisimulada mano del guionista profesional. Son unas escenificaciones demasiado sobreactuadas, unos kilos de carnaza-basura y grasilla mediáticas que cualquiera que posea un mínimo olfato periodístico tiene forzosamente que detectar. Y su evidente objetivo se ha cumplido con creces. De pronto, han pasado a un segundo plano, cuando no directamente al olvido, la ley de amnistía y el ‘lawfare’ del asalto al Estado perpetrado con Junts, el ‘affaire’ mafioso de las mascarillas, la cátedra begoñoide de tráfico de influencias o el fenómeno paranormal del hermanísimo que teletrabaja en dos conservatorios españoles desde Portugal.

De pronto, sí, todos enredados en el tedioso y fangoso debate sobre si tiene la razón, o parte de ella, Milei, o la tienen Sánchez y el ministro Puente, que cualquier día nos vuela todos los puentes diplomáticos con el hemisferio austral. De pronto, todos prestando atención a esa postiza y estéril cruzada sanchista, más falsa que la mala moneda, por llevar la armonía universal a Oriente Próximo y salvar a los palestinos de sí mismos. La irrupción de este hombre en ese debate es, además de un evidente revival de la alianza de civilizaciones de Zapatero, un extemporáneo alarde de ignorante osadía, impostura y frivolidad. ¿Quién puede creerse que le importa algo la paz del mundo a quien no habla más que de la guerra en su propio pueblo?

Un Gobierno Netflix. En eso han derivado los seis meses que llevamos de legislatura. En realidad todo el período presidencial de Sánchez ha discurrido bajo el signo de la aventura. Desde la moción de censura a Rajoy, que fue un salto de pértiga propio de James Bond al balcón de La Moncloa, el sanchismo ha sido un permanente ejercicio de funambulismo sobre el alambre del poder, una huida hacia adelante en la que cada escándalo quedaba tapado de manera improvisada con el escándalo siguiente. Lo que ha cambiado desde los comicios del 23-J, en los que no casualmente Zapatero tuvo un protagonismo estelar, es la teatralidad, y el signo buenista de ésta, al puro estilo zapateril. El sanchismo ha dado, en efecto, un giro al zapaterismo y ahora va a salvarnos a todos de Milei y de Netanyahu. La cuestión es quién nos va a salvar de Sánchez. Eso solo Netflix lo sabe. Continuará.