Golpes de pecho en Madrid

EL MUNDO 25/03/14
ARCADI ESPADA

Una gran cantidad de políticos, y algunos periodistas, hacen penitencia ante el cadáver de Suárez. No le comprendimos. Fuimos injustos. De acuerdo. Es un bello espectáculo. Pero voy a echarles una mano y a depurar su teatro. Tenían su derecho y hasta su razón para criticarle entonces. En algunas ocasiones porque se les había negado la información estratégica que él, como presidente, manejaba. Pero sobre todo porque ustedes actuaban como actores en medio de la refriega argumental. Sin poder saber en qué iba a consistir la obra, criticaban agriamente decisiones que les parecían torpes, contradictorias y erráticas. Y que es probable que lo fuesen, aisladamente concebidas. Las críticas al día de la Transición son compatibles con su apología final.

La Transición se hizo como Casablanca (y como ella es una obra maestra que no caducará). Es probable que ustedes, penitentes, hayan leído aquellos lamentos de Ingrid Bergman, siempre un poco bleda, dirigiéndose antes de empezar una sesión del rodaje al director Curtiz: «¿Pero Michael, yo de quién estoy enamorada: de Laszlo o de Rick?» Y, también sabrán que el director se encogía de hombros, solo abrumado por los graves problemas del guión del día. En realidad él tampoco sabía de cuál de los dos estaba enamorada, pero confiaba en que los acontecimientos acabaran revelándoselo. La Transición se hizo como Casablanca: a tientas, improvisando, y sin conocer lo que iba a suceder al día siguiente. Hasta tal punto que una tarde Suárez dimitió, dijo «no quiero que la democracia sea un paréntesis» y el día después intentaron dar un golpe de Estado que nada tuvo que ver con su frase. Por lo demás, Suárez fue nuestro trágico y masculino Rick: todos su movimientos, a veces cínicos, fulleros y dudosos, adquirieron su consistencia cuando el oficial nazi cayó baleado junto al teléfono y advino la huida final desde el centro de la noche. Como Rick, gobernó en un estricto, furioso y arriesgado presente: el futuro siempre pertenece al tipo de hombre mejor gestionado.

El argumento de Casablanca era imprevisible, pero no su objetivo. A Curtiz le encargaron una película de propaganda aliada. El encargo que recibió Suárez fue más complejo y nadie lo explicó mejor que él mismo en la rara y descarnada entrevista que concedió a Josefina Martínez del Álamo. Allí donde dijo que los españoles no le habían apoyado por ilusión sino por miedo.