Gongorismos

Jon Juaristi, ABC, 3/6/12

El descubrimiento de un manuscrito de Góngora ha servido de pretexto a un curioso ejercicio de corrección política

RESULTA que una investigadora, Amelia de Paz, ha descubierto un manuscrito de cinco páginas que contiene la declaración prestada el 25 de febrero de 1597 por don Luis de Góngora y Argote contra un inquisidor de Córdoba, Alonso Jiménez de Reynoso, a quien el poeta acusaba de amancebamiento múltiple. Resulta que el hallazgo del manuscrito se ha hecho público coincidiendo con la inauguración de la exposición Góngora: la estrella inextinguible, el pasado miércoles, en la Biblioteca Nacional. Y resulta que la descubridora del manuscrito y algunos periodistas se han creído obligados a decir que el texto de la declaración de Góngora (una denuncia en toda regla) no desmerece de su obra poética, que en él se nos muestra un Góngora «simpático y guasón» que «mide sus palabras como un endecasílabo», y que, en fin, «supondrá un cambio en la forma en que vemos a este clásico».

No lo creo. Góngora tenía sentido del humor; eso jamás se ha puesto en duda, aunque era el suyo un humor con muy mala uva. Ahora bien, una deposición judicial no es un poema. Se trata de géneros distintos, y la de Góngora ante la Inquisición y contra uno de sus miembros no se parece a ningún poema de Góngora, sino a infinidad de delaciones semejantes cuyos autores no eran poetas.

Se percibe cierto regustillo en los titulares periodísticos al indicar que el delatado era un inquisidor, e incluso un «inquisidor vicioso». A cuatro siglos largos de distancia, la presunción de inocencia no cuenta para el pobre Reynoso, pese a que, al parecer, no hubo proceso (se le sancionó y fue trasladado a Valladolid, según Amelia de Paz; es decir, se le trasladó para cortar el escándalo por lo sano). Me encantan estas muestras de corrección política. Si el delatado hubiera sido un arriero, Góngora habría quedado como lo que fue en realidad: un malsín, un chivato de la Inquisición. Pero, ah, Reynoso era un inquisidor, y, por lo tanto, Góngora sale del trance como un simpático guasón. Lo que se pasa por alto es que el poeta denunció, con nombre y apellidos, a las cuatro supuestas amantes de Reynoso, una de ellas casada, amén de mencionar a unas moriscas con las que vivía la (supuesta) concubina principal del inquisidor. Unas moriscas en el ajo… y en 1597. Qué detalle tan inocente por parte de Góngora, ¿verdad?

En cuanto a los motivos escabrosos que aparecen en la denuncia —el chistecillo de que la casada iba a tratar con Reynoso un negocio tan secreto que lo llevaba debajo de las faldas, o la alusión a las inmundicias seminales en la ropa interior del inquisidor puesta a secar— son chocarrerías folclóricas bien conocidas, y como decía bien don Antonio Machado, el folclore en Góngora «tiende a ser, más que lo popular, lo apicarado y grosero». ¿Alguien se imagina a Cervantes escribiendo delaciones? Por cierto, ocho años después, en Valladolid, las hermanas y la hija de Cervantes fueron infamadas ante los tribunales como lo habían sido por Góngora las (supuestas) amantes de Reynoso. A ellas se las tachó de prostitutas y a Cervantes de rufián. También en este caso se conoce el nombre de los soplones. No eran poetas, pero a Reynoso, que probablemente vivía aún en Valladolid, aquel feo asunto de las Cervantas le debió de sonar a música conocida.

Jon Juaristi, ABC, 3/6/12