Gracias, señor alcalde

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 18/02/14

José María Ruiz Soroa
José María Ruiz Soroa

· Se nos vende por doquier la receta de «pasar página» con lo que ha pasado en los últimos treinta años y al mismo tiempo se pone el foco en unos alcaldes de hace casi setenta.

Es ya raro encontrar, en este mundo poblado de políticos carreristas atentos a la encuesta y la opinión, uno que sea capaz de juntar en una fuerte personalidad dos facultades tan atípicas como son las de tener criterio propio y, además, la de tener el atrevimiento de mantenerlo en público. El alcalde Azkuna es uno de esos raros ejemplares, y lo ha demostrado con su última toma de posición ante la exigencia de retirar de la galería de retratos de regidores municipales a los que lo fueron en la época de la dictadura. «Eso es historia», ha dicho a los que quieren tirar a la Ría unos retratos concretos al tiempo que nos agobian con sus propios retratos gloriosos, casualmente de terroristas y asesinos.

Criterio: la capacidad de distinguir entre lo que es un hecho histórico que está ahí nos guste o no, por un lado, y la llamada ‘memoria histórica’, que no es historia ni memoria, sino sólo el uso político actual del pasado según la conveniencia del presente. Para la memoria histórica los hechos del pasado siguen activos entre nosotros y debemos dedicarnos a combatirlos y exorcizarlos. Debemos seguir ganando eternamente la Guerra Civil que se perdió ante Franco. Debemos borrar las huellas de aquel tiempo, hacer como si doña Pilar no hubiera existido. Así nos afirmamos en nuestra democracia, se nos dice.

Naturalmente que había y hay que suprimir los escudos, insignias, placas, símbolos de toda clase que exalten (esta es la palabra clave, ‘exaltar’) personal o colectivamente la sublevación militar, la Guerra Civil y la represión de la dictadura. Lo dice el art. 15 de la Ley de 2007. Pero el hecho de que los alcaldes existieron como tales, y que como tales aparecen retratados en la galería de regidores no es exaltación de nada ni nadie, es puro testimonio de un hecho. Y los hechos no deben borrarse, por incómodos y desagradables que resulten: son nuestra historia como villa, una historia ‘mezclada’ como la de todas las villas y lugares del mundo.

Porque si no es así, ¿qué haremos con los retratos de los alcaldes de la dictadura de Primo de Rivera? ¿Y qué con los alcaldes de la época de la Restauración caciquil? ¿Tendremos que suprimir también la lista de los reyes godos? ¿Son por ventura sus nombres y sus rostros una exaltación de sus valores epocales? ¿O son historia, pura historia hoy en día inerte como política?

El Congreso de los Diputados se ha negado en varias ocasiones durante los últimos años a retirar de la galería de retratos de sus presidentes a los de los presidentes de las Cortes de la dictadura, distinguiendo con buen criterio entre lo que es el registro de un puro hecho histórico y lo que es una exaltación o ensalzamiento del significado de ese hecho. Y es que resulta ridículo pretender fingir que «unos hechos no han pasado jamás y pueden quitarse de en medio del tiempo», como declaró solemne Fernando VII cuando anulaba la Constitución de Cádiz en 1814. Para bien o para mal, las cosas han sido como fueron. Podemos lamentarlas, condenarlas, deplorarlas, enjuiciarlas, contarlas de nuevo, pero no podemos suprimirlas.

La sola circunstancia de que esta idea de quitar unos retratos no surgiera y se llevara a cabo en 1980, ni en 1990, ni en 2000, está demostrando con la fuerza de lo evidente que no estamos ante una exigencia fundacional de la democracia, sino, muy por el contrario, ante el uso interesado del pasado para peleas actuales. Si no fuera así, esos retratos se hubieran quitado en algún momento de los pasados treinta años. ¿O es que se producían últimamente procesiones y manifestaciones de nostálgicos del franquismo en torno a esa galería? Asombra comprobar que la llama de la intolerancia y la exclusión prende de nuevo en la sociedad. Que lo que no juzgaron necesario para afirmarse en la democracia un buen montón de consistorios desde 1978 sea ahora imprescindible para los nuevos cruzados.

Atrevimiento: señalar que, en nuestro caso bilbaíno, esa antorcha pretendidamente purificadora la enarbolan los especialistas en reescribir la historia de ayer mismo. Que son precisamente los que están reescribiendo una historia en la que –según su vulgata– no existieron terroristas ni criminales con caras, nombres, apellidos e ideología, sino sólo «violencia multilateral derivada del conflicto», los que quieren también reescribir la historia de los alcaldes de la Villa y borrar del tiempo el nombre y rostro de los incómodos. Es su especialidad, reescribir el pasado a gusto de su conveniencia.

Pero lo que resulta más portentoso, no encuentro otro adjetivo para definirlo, es que se nos venda por doquier la receta de ‘pasar página’, ‘no mirar el retrovisor’, y similares, cuando tratamos de lo que ha pasado en los últimos treinta años, y al mismo tiempo se ponga el foco en unos alcaldes de hace casi setenta. Sería un cómico dislate si no fuera porque uno alberga la fundada sospecha de que una cosa va unida a la otra: que hablar de Franco es una manera peculiar de no hablar de ETA.

Yo me temo, Sr. Azkuna, que casi nadie le hará caso y los retratos acabarán en un sótano, o colgados al revés de cara a la pared en señal de castigo, como nos hacían los frailes de niños. Es lo de menos. Muchos bilbaínos le damos las gracias por tener criterio y por decirlo. ¡Es tan raro!

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 18/02/14