Guerra fresquita a Gibraltar

ABC 03/04/17
JUAN MANUEL DE PRADA

· El español es mucho peor militar que el inglés; en cambio, es mucho mejor guerrero

COMO le preguntaban mucho por el modo en que se podría recuperar Gibraltar, Franco respondió lacónica, pero tajantemente: «Gibraltar no vale una guerra». A lo que José María Pemán, desde este periódico, añadió irónicamente que Franco había querido decir que no valía una guerra convencional, pero sí una guerra fría o, todavía mejor, una «guerra fresquita». Esta acuñación de la guerra fresquita viene como pintiparada al tamaño del Peñón y también a la actitud de los llanitos, que son unos frescachones. Y es una muestra más del fino humor gaditano de Pemán, que además enunciaba las estrategias de la guerra fresquita: estrangular, encerrar, producir claustrofobia.

O sea, copiar el fariseísmo inglés, pero con la retranca y la sorna españolas. Los ingleses, en su Enciclopedia Británica, reconocen que el episodio de Gibraltar es el menos honroso de su historia militar; pero luego, en las cancillerías, se han dedicado durante tres siglos a sostenello y no enmendallo. Y España tendría que hacer algo parecido, poniendo cara de buenecita en las fotos y siendo a la vez implacable entre bambalinas. Como lo fue Castiella, el ministro de Franco que impidió que los ingleses incluyesen Gibraltar en los planes de descolonización de Naciones Unidas, para convertirlo en una republiquita de opereta, al estilo de San Marino, de tal modo que perdiera todo lazo jurídico con España y a ellos les sirviera como casino y cobijo de contrabandistas. Castiella también se leyó el Tratado de Utrecht, por el que se cede la propiedad de la ciudad de Gibraltar con su puerto, «sin comunicación alguna abierta con la región circunvecina de parte de tierra». Y Castiella, con un par, mandó cerrar la verja a los llanitos, lo que les causó gran fastidio, porque aunque presumen de beber té les gusta ponerse ciegos con la manzanilla que compran en las tascas gaditanas.

Es verdad que por esa «espina clavada a nuestros pies» –como decía Felipe V– no merece la pena hacer como el gran José Cadalso, que se puso a tirar cañonazos contra Gibraltar hasta que, desde Gibraltar, lo mataron de un cañonazo. Pero, aunque sólo sea porque disputando Gibraltar murieron españoles tan valiosos como Cadalso, a Gibraltar hay que hacerle la guerra fresquita por tierra, mar y aire. El reciente error de la cancillería británica, que olvidó mencionar a Gibraltar en la carta que remitió a Bruselas para iniciar su salida de la Unión Europea, ha sido hábilmente aprovechado por la cancillería española, imponiendo que ningún acuerdo entre la Unión y Gran Bretaña pueda aplicarse en Gibraltar sin permiso de España. Este veto español es una brillante acción de guerra fresquita que debe continuarse, solicitando a la Unión Europea que reconozca que la cesión que hizo España fue sólo sobre la ciudad de Gibraltar y sobre su puerto, pero no sobre el territorio que las rodea, y mucho menos sobre el mar adyacente.

El español es mucho peor militar que el inglés, por lo que conviene no declarar nunca la guerra a Gran Bretaña; en cambio, es mucho mejor guerrero, por lo que debe estar siempre tocándole los huevos. Y hay que hacerlo en todos los órdenes. Pemán contaba que había conocido a viejos hidalgos de San Roque que nunca abrían la ventana de la fachada de su casa, para no tener que ver el Peñón. Ahora ya no quedan hidalgos en España, pero tenemos todavía algunos mozos con instinto patriótico que podrían pasarse a Gibraltar y dedicarse a estrangular monos. Cuenta la leyenda que Gibraltar lo perderán los ingleses cuando mueran todos los monos del Peñón; así que estrangular los monos de la Roca es también una manera de hacer la guerra fresquita a Gibraltar. El caso es estrangular, encerrar, producir claustrofobia, como pedía Pemán.