Guerras de marca blanca

IGNACIO CAMACHO, ABC – 30/08/14

· La guerra posmoderna, mixtificada y compleja, es de marca blanca como la de Siria o Ucrania. Se hace pero no se declara.

Suele decir Javier Solana, el ex jefe de la OTAN que mandó bombardear Serbia, que la de Irán e Irak fue la última guerra entre estados. La última guerra convencional –la de Gaza no cuenta porque Palestina no es técnicamente un Estado– librada a la antigua: dos naciones enfrentadas por cuestiones territoriales, con declaración formal de hostilidad mutua y dos ejércitos uniformados de manera distinta matándose de modo más o menos organizado.

Desde entonces los conflictos bélicos responden a una lógica posmoderna, confusa y mixtificada: confrontaciones civiles, étnicas, religiosas, a menudo todo a la vez, mezcladas con terrorismo, masacres de población indefensa, intervenciones multinacionales en zonas críticas o invasiones internas dentro de un mismo país fracturado. A efectos de matar y morir es lo mismo pero en el plano político se producen enredos en los que los grandes agentes internacionales, sean potencias u organismos, encuentran mucho más difícil la localización de sus propias razones y los fundamentos jurídicos para una toma de postura. Dicho en román paladino: a falta de un criterio para discernir entre buenos y malos tienen más dificultades para diferenciar entre amigos y enemigos, entre propios y extraños. Antes al menos se sabía quiénes eran los aliados.

De esas dudas más políticas que morales se aprovechan siempre los más decididos. La Historia enseña que la ventaja es de quien golpea primero, y la reciente extensión del pensamiento pacifista en la opinión pública occidental añade la lección de que con frecuencia la agresión sale gratis. Hechos consumados. El agresor irrumpe liquidando gente a mansalva y al cabo de unos meses de mucho debate lo peor que le puede suceder es que el mundo libre decida oponer una leve y muy restringida actuación para proteger a los supervivientes, en la hipótesis de que exista un acuerdo sobre quiénes son los damnificados.

La segunda guerra del Golfo marcó el punto de inflexión en el absentismo norteamericano y sin la fuerza militar de Estados Unidos no hay coacción seria que impida soltar la mano armada. Bien lo entendió Assad en Siria –ciertamente allí, entre asesinos de diversa índole, resultaba complicado elegir bando– y con más determinación aún lo ha interpretado en Irak el salvaje yihadismo cortacabezas islámico.

Algo parecido ha debido colegir Putin en Ucrania, donde para salvar las apariencias ha enviado un ejército sin insignias a combatir en otra guerra de marca blanca. Al cabo de 2.600 muertos parece que la OTAN se ha dado cuenta de que allí pasa algo extraño, que llueven bombas y balas, y le ha ofrecido un paraguas a los ucranianos. La impunidad se va a acabar, ha dicho Obama, harto de abusos, vestido con elegante traje claro. Cualquier día de éstos se cabrea la UE, castiga sin postre a Putin y le prohíbe a sus amigos millonetis atracar sus yates en Marbella o en Montecarlo.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 30/08/14