José I. Torreblanca-El País

Esto no “va de democracia”, sino de independencia. Siempre que haya que elegir entre una y otra, los soberanistas elegirán la segunda

SOS Racisme Catalunya ha dicho que los reiterados posicionamientos de Joaquim Torra, nuevo president de la Generalitat, le parecen “peligrosos, irresponsables, inaceptables y basados en prejuicios”. Los discursos del odio, advierten, deterioran la convivencia y la cohesión social, sobre todo cuando quienes los emplean lo hacen desde posiciones de poder. En una sociedad racista, recuerdan, no hay derechos, libertades ni igualdad, por lo que instan a asociaciones y movimientos sociales a denunciarlos sin detenerse en la instrumentalización que se pueda hacer de dichas críticas.

En una sociedad democrática, uno esperaría que ese llamamiento fuera secundado por las instituciones de la sociedad civil, máxime, como ocurre en Cataluña, cuando cientos de ellas, desde universidades hasta clubes de fútbol, han adoptado posiciones políticas a favor del derecho a decidir, cuando no directamente a favor de la independencia. El Colegio de Politólogos de Catalunya, por ejemplo, colgó en su cuenta de Twitter un lazo amarillo y apadrinó en change.org una petición de mediación internacional pero hoy guarda silencio. El Colegio de la Abogacía de Barcelona también ha promovido cuantiosas llamadas al diálogo, pero su duro comunicado secundando a SOS Racisme no aparece por ningún lado. Tampoco en la cuenta oficial de Comisiones Obreras en Cataluña es posible encontrar la firme condena de la organización sindical a las manifestaciones de Torra. Y así sucesivamente en lo que en tiempos fue una sociedad civil vibrante e independiente del poder político.

En lugar de, como hubiera sido natural, desacreditar a Torra para así acreditar la legitimidad del soberanismo, los gestores ideológicos y mediáticos del procés han decidido minimizar los hechos para así no dañar a la causa. De ahí que, ante todo, lo que se lamente no sean los hechos en sí, sino que el contrario los vaya a aprovechar para impulsar una campaña de descrédito del soberanismo en el exterior. Una vez más se demuestra que esto no “va de democracia”, sino de independencia. Siempre que haya que elegir entre una y otra, los soberanistas elegirán la segunda. Si ello conlleva dejar que el racismo personal acceda a la Presidencia y se convierta en institucional, se acepta el precio a pagar. Al fin y al cabo, hablamos de religión, no de política.