EMILIO CONTRERAS-EL DEBATE
  • No nos dejemos engañar. Los insultos y el lenguaje de corrala de algunos ministros no son resultado de su mala educación; obedecen a una estrategia política puesta en marcha con detalle por la cúpula del Gobierno

Un energúmeno sentado en una silla hablaba solo y balbuceaba palabras que no se entendían. «¿Quién es ese hombre? Me da miedo», preguntó Kay a Michael Corleone. «Su oficio es dar miedo» le respondió Mike y le contó una historia. Un cantante amigo de su familia estaba en las garras de un director de orquesta al que le había firmado un contrato leonino, y su padre, el «padrino don Vito Corleone», acompañado por Luca Brasi, fue a ver al director y le hizo una propuesta que no pudo rechazar: o rescindía el contrato en el acto o Brasi le reventaría la cabeza de un tiro.

El energúmeno con pinta de mala bestia era el asesino a sueldo que «el padrino» de la célebre película de Coppola azuzaba para aterrorizar a sus enemigos del hampa neoyorquina en los años cuarenta del siglo pasado. Ese era el personaje.

Tras recordar esta historia, me costó creer que fueran ciertas las palabras de la portavoz del PSOE, Esther Peña, cuando dijo: «Miguel Ángel Rodríguez es el Luca Brasi de Ayuso». Comparar a un adversario político, jefe del gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid, con un asesino a sueldo, y a Isabel Díaz Ayuso con el capo de todos los capos de la mafia de Nueva York, es una señal más del proceso de degradación verbal y política en que los dirigentes socialistas se están hundiendo para arrastrar al país hacia el fango que ellos denuncian.

Pero hay más. El ministro Óscar Puente, experto en lenguaje de corrala, ha dicho que Vito Quiles, portavoz de Alvise Pérez, es «un saco de mierda». Por profundas que hayan sido las diferencias entre partidos, nunca en 41 años de democracia ningún gobernante utilizó una expresión tan soez porque el nivel de respeto cívico había subido en nuestro país, y porque nadie quería que volviéramos a las andadas de los odios cainitas. Al lado de estas expresiones de alcantarilla, las palabras de Alfonso Guerra cuando llamó «tahúr del Missisipi» a Adolfo Suárez –por las que luego se disculpó– nos parecen un exabrupto de patio de colegio.

Pero no nos engañemos. No estamos ante un alarde de desprecio y ordinariez, sino ante el despliegue de una estrategia de provocación puesta en marcha con detalle desde la cúpula del gobierno. Su presidente ha hecho suya la que diseñó José Luis Rodríguez Zapatero y descubrimos en febrero de 2008 cuando al terminar una entrevista en televisión, creyendo que no estaba siendo grabado, dijo: «Lo que pasa es que nos conviene que haya tensión». Ahí está la clave de lo que estamos viviendo. El presidente del Gobierno y los suyos creen que si consiguen que esa tensión cale en la ciudadanía y se convierta en tensión social enfrentando de nuevo a los españoles, van a conseguir beneficios electorales. Creen que sólo así podrán salir del hoyo en el que está hundido el PSOE de Pedro Sánchez con 121 diputados en las elecciones generales y 700.000 votos menos que el PP en las europeas.

El declive empezó en 2011 tras la desastrosa gestión de la crisis económica de 2008 por el Gobierno de Zapatero, que llevó al PSOE a perder 59 diputados y lo dejó hundido con 110 escaños, su peor resultado desde la restauración de la democracia. Dicen que es ahora asesor de cabecera de Pedro Sánchez. Así le va, porque los resultados electorales del PSOE caen en picado y están a años luz de los que consiguieron los que ahora llaman con desdén «la vieja guardia».

El presidente ha basado su supervivencia en el apoyo de Sumar, Podemos y los independentistas. Los de Yolanda Díaz van de fracaso en fracaso electoral, y los de Pablo Iglesias han pasado de 71 diputados a 4. ERC sufrió un duro revolcón en las elecciones catalanas de mayo, y es un partido descabezado y asambleario con sus dirigentes enfrentados, en el que Pedro Sánchez no puede confiar. Y el PNV está de capa caída con Bildu ocupando su terreno y robándole los votos. Pedro Sánchez sabe que las muletas en las que se está apoyando desde desde hace seis años son cada vez más frágiles, y trata de buscarse la vida por otros pagos.

Sus apoyos se debilitan y cree que el único recurso que le queda es recuperar los votos de izquierda que desertaron del PSOE hace 13 años. Y para conseguirlo piensa que sólo dispone de una estrategia: provocar a la derecha para que entre al trapo y dé una imagen radical que asuste al voto moderado y movilice el de la izquierda. Además, fomenta y airea la división del voto conservador porque sabe que con nuestra ley electoral la fragmentación de un mismo sector ideológico es la garantía de su derrota.

Por eso destruyen puentes y levantan muros. No les importa que las provocaciones y los insultos contribuyan a dividir y enfrentar de nuevo a los españoles. Tampoco les importa que desandemos el camino de la reconciliación que hemos recorrido desde 1976; los mejores años de nuestra historia.

Están jugando con lo más valioso que tenemos, que es nuestra convivencia en paz, y algún día les pasará factura.