Hacia la democracia tutelada

Manuel Montero, EL CORREO, 23/4/12

Entre quienes saben adónde van y quienes no suelen ganar los primeros

Cuando dentro de algunos años los analistas quieran entender cómo se produjo en el País Vasco el tránsito desde la democracia a la posdemocracia o democracia tutelada deberán fijarse en las actitudes de comienzos de 2012. No para localizar las causas, que vienen de atrás –pero no de muy atrás: la última media docena de años, poco más–, sino porque en estos meses se ha escenificado la incapacidad de la democracia para sostener sus valores básicos.

De ello da muestra el éxito de la izquierda abertzale al imponer sus conceptos tras el ‘cese definitivo’ de ETA. Los demócratas van a la contra, a la defensiva, con criterios enfrentados y no muy claros, a veces acomodaticios para quedar bien con todos. La antigua Batasuna no. Va a lo suyo y logra que su ‘hoja de ruta’ se convierta en el referente general. En las tensiones entre quienes saben adónde van y quienes no, suelen ganar los primeros.

Una paradoja: el Gobierno vasco sostiene, con razón, que no podrá hablarse de paz sin un relato democrático de lo que ha sido el terrorismo. Sin embargo, falta el elemento fundamental para diseñar ese relato: su final definitivo. Si este llega como resultado de apaños, sin la derrota nítida del terror, será imposible tal relato. A no ser que se concluya que al final los demócratas cejaron.

En estos meses se da al olvido que el cese de ETA ha llegado fundamentalmente por la eficacia policial. Lo presentan como un hecho político, de contenido impreciso: sin vencedores ni vencidos, salvo en el relato. Aparece de pronto como un asunto teñido de cambalaches. Puede la sensación de que no todo está claro: si es ya definitivo, si tenemos que ganárnoslo. Si ha habido cesiones que desconocemos.

La izquierda abertzale gana estos meses decisivos en otro punto. Crea el clima a cuyo son danzan todos. La política se desvanece y el País Vasco deviene en un parque temático dedicado a procesos de paz. Todo se juzga (y sentencia) en función de si nos acerca a la paz o nos aleja, sin que haya acuerdo en la definición de la paz. Se impone la del nacionalismo radical y también su campo de batalla, hoy en torno a los presos. Así como la relativización de la justicia, cuando se quiere que su aplicación dependa de las circunstancias políticas.

Las visiones periodísticas se refieren al País Vasco como a una especie de campo de experimentación de la paz. De paso, se difunde la noción radical de que estamos en el final de una guerra en la que hubo dos bandos, así como su corolario, el de que a ambos les asiste alguna razón… en particular al que ha luchado contra el Estado, siempre con peor prensa.

En el relato periodístico predominante, el ‘cese definitivo’ ha confirmado ese esquema bipolar, de agresiones mutuas. Se presenta como una suerte de ‘reality’ político: de cómo reñíamos antes, de cómo nos entenderemos ahora. De eso hablan los reportajes y los documentales. En el guión, el final deseado es la escena de la reconciliación, los perdones mutuos por tanto daño que nos hemos hecho los unos a los otros, los abrazos finales. No disgustaría la escena de Arnaldo saliendo de la cárcel y dirigiéndose hacia Ajuria Enea a tomar posesión.

De esta visión dan fe algunos conceptos que se repiten, tales como «Euskadi da pasos hacia la paz», «el ansia de paz de los vascos». Euskadi se deconstruye: desaparece su diversidad. Queda subsumida en una formulación personalizada: un pueblo, una sola voluntad, no necesariamente la democrática. Euskadi quiere la paz, viene a decirse: si no llega será porque se lo impiden otros. En esta lógica, en el parque jurásico reina Bildu, el favorito de los telespectadores, por agreste, reconvertido y hacedor de la paz.

Para esta veneración hay más, y no solo la propaganda que le hizo el anterior Gobierno. En el sedicente progresismo español subyace la idea de que la izquierda abertzale representa autenticidades y tiene, si no toda la razón, sí buena parte frente a esta democracia que, dicen, se vendió en la Transición. Además, la añorada escena televisiva del triunfo de la paz y de la reconciliación exige creer en partes beligerantes concretas y fácilmente identificables: el enfrentamiento entre las víctimas y los terroristas.

La lucha conceptual la está ganando la izquierda abertzale. Tiene todos los mimbres para imponer una democracia asimétrica, tutelada: la posdemocracia vasca. ¿Es un efecto del cese del terror, ‘definitivo’, junto a la subsistencia coactiva de la organización terrorista? Sólo en parte. Tampoco el menoscabo de la democracia podría atribuirse a una estrategia renovada del MLNV. Sus objetivos siguen siendo los de siempre, menos (de momento) el empleo directo del terror.

Las razones del quebranto del régimen nacido con la Transición se encuentran en los sectores democráticos. Está el sustrato: una sociedad acostumbrada a mirar hacia otro lado y presta a pasar página cuanto antes, pues a nadie le gusta que le flagelen por sus pecados, mucho menos pagar una penitencia con efecto retroactivo, la de resistir al terror ahora que ya no practica. Y, sobre todo, está la actuación de los partidos que sustituyeron la resistencia civil al terrorismo por los paños calientes y la triquiñuelas del dejadnos solos que esto lo arreglo yo a negociazo limpio y dando gato por liebre. Los efectos fatales de sus desatinos comienzan a notarse estos meses. Nadie sabe hacia dónde van los demócratas –no hay discurso– y todos sabemos el camino de la izquierda abertzale, pues lo anuncia.

Dentro de algunos años los analistas concluirán que, al final, la sociedad vasca se rindió con gusto.

Manuel Montero, EL CORREO, 23/4/12