Arcadi Espada-El Mundo

 

HAY UNA enorme expectación mundial por la respuesta que el presidente de la nueva República catalana (Hola República! Hola nou país!) dé al requerimiento que le ha dirigido el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy. Obligado por los procedimientos del artículo 155, Rajoy quiere saber si Puigdemont y/o asociados han declarado la independencia de Cataluña. Se trata, seguramente, de una pregunta jurídicamente necesaria. Por lo demás, la declaración fue inequívoca y así dice su texto, que pronto aprenderán en la escuela los bebés republicanitos: «Llegados a este momento histórico, y como presidente de la Generalitat, asumo al presentar los resultados del referéndum ante el Parlamento y nuestros conciudadanos, el mandato del pueblo de que Cataluña se convierta en un estado independiente en forma de república». A esta declaración le siguió otro párrafo donde con la misma solemnidad anunciaba: «El Gobierno y yo mismo proponemos que el Parlamento suspenda los efectos de la declaración de independencia». La proposición aún no ha sido tomada en cuenta por el parlamento y por lo tanto siguen vigentes los efectos de la declaración, y el primero, que es el de Puigdemont tocado con el gorro frigio y estrellado. Habrá quien dé a estas consideraciones el valor de un estrambótico gambeteo. No. Cuando la putrefacción es general la única salvación está al pie de la letra.

Sin embargo, el requerimiento formal del presidente del Gobierno adquiere un valor insospechado en razón de los hechos alternativos descritos por un puñado de políticos sin vergüenza y otro puñado de cómicos periodistas. Entre los primeros destacó el político Miquel Iceta, también muy cómico, que ilustrando lo que ha sido siempre la política de su partido, le dijo al ya presidente de la nueva República que cómo iba a suspender algo que no había declarado. Lo dijo inmediatamente después de que Puigdemont declarara la independencia. Pero esta es la relación que los socialistas catalanes han mantenido con los hechos a lo largo de su triste historia. Al requerimiento, el presidente Puigdemont puede contestar de tres maneras. La primera es con el silencio, que sería lo suyo, dado que si ya no reconocía la autoridad de los tribunales cuando pertenecían a su propio país, menos va a reconocer ahora la autoridad de un gobernante extranjero. La segunda es con un sí, pletórico e informativo, retador si no fuera indiferente: yo lo sentiría por los merluzos, pero no les viene de una. Y la última, y que, aunque perjudicara mi juicio, yo preferiría por grandiosa y wagneriana: que dijera que no, y con mucha educación.

Qué días estamos viviendo.