Heterodoxias

ABC –  26/04/15 – JON JUARISTI

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Que le aproveche el Cervantes, pero Américo Castro era de otra pasta

CITO: «Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias».

Se trata de un párrafo sacado de entre dos puntos y aparte del discursillo pronunciado por Juan Goytisolo en el acto de recepción del premio Cervantes 2014, el pasado jueves 23 de abril, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, universidad de la que soy el único catedrático de Literatura Española en ejercicio. Tal condición me autoriza moralmente, creo yo, a aportar retrospectivamente a la celebración un breve comentario estilístico, toda vez que tenía mejores planes para la jornada cervantina que asistir al último numerito de Juan sin Tierra.

Supongo que, al aparecer entre dos puntos y aparte, el citado párrafo pretende plasmar una totalidad de sentido no estrictamente anafórica (como habría dicho Rafael Sánchez Ferlosio, otro premio Cervantes, al que lo de la anáfora –tomado de su maestro Karl Bühler– le ha chiflado siempre), es decir, relativamente independiente de los párrafos anteriores y posteriores. Cuál sea ese sentido, ya es otra cuestión. No es que no se entienda nada. Se entiende algo, pero no la totalidad. Ni siquiera las dos terceras partes.

Lo que se entiende es que, según Goytisolo, la violencia religiosa es una reacción previsible a «la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia». En otras palabras, que los islamistas asesinan a cristianos, judíos, animistas o humoristas, amén de musulmanes que pasaban por allí, y secuestran y violan a niñas cristianas (como de costumbre), porque el fundamentalismo de la tecnociencia (cualquier cosa que signifique tal melonada en la jerga de Goytisolo) amenaza sus credos y esencias.

A esto se llama retórica de la retorsión. La empleaban mucho (y la siguen empleando) los palanganeros de ETA. La violencia política (el terrorismo, en traducción al castellano de Cervantes) fue, según ellos, la reacción previsible de las identidades étnicas a la uniformidad impuesta por la democracia liberal.

No me escandaliza en absoluto la desdeñosa liturgia que Goytisolo impuso al acto de entrega del premio, ni sus aliños indumentarios para la ocasión, que fueron los esperables en un honrado escritor marroquí, ni el «guiño final a Pablo Iglesias» al que se han referido los medios biempensantes. Tenía todo el derecho a columpiarse, tanto como a montar una serie de desplantes personalizados en cadena al ministro Wert, al secretario de Estado de Cultura y al director del Instituto Cervantes. Resulta un poco decepcionante que se curase en salud al atribuir a Cernuda lo de los «vientres sentados» de la burocracia oficial, pero hasta el más heterodoxo de los heterodoxos españoles sabe dónde debe pararse antes de poner en riesgo ciento veinticinco mil razones para la prudencia.

Ningún artista, por muy ruptural que se pretenda, consigue librarse de la simultaneidad inevitable del momento heroico y del momento cínico. Ahora bien, todos los vientres sentados tuvieron lo que se merecían, porque la política cultural del Gobierno Rajoy parece haber sido diseñada por Juan Carlos Monedero, y si no me creen es que no han ido ustedes en todos estos años por el Centro de Arte Reina Sofía, por ejemplo. Lo que no nos merecíamos los demás es una justificación pública y solemne, en presencia de los Reyes, de la «previsible reacción violenta» de la única identidad religiosa que practica el terrorismo «en el mundo globalizado de hoy».