Heterodoxo leal

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 02/04/14

· Iñaki (Azkuna) representaba un modo de estar en el PNV que sólo causaba escándalo a los más recalcitrantes de sus miembros. Nunca se lo causó a la dirección.

Las multitudes que abarrotaron todos los escenarios en que se homenajeó y se lloró al alcalde Iñaki Azkuna miden, mejor que cualquier otra vara, la hondura del vacío que su fallecimiento ha dejado entre los bilbaínos e incluso, más allá, entre todos los que, sean de donde fueren, se han sentido seducidos por su singular figura personal y política. Y es que, quien eche la vista atrás hasta donde su memoria alcance, no podrá encontrar otro regidor de la villa cuya muerte haya producido un sentimiento de orfandad tan hondo como el que estos días ha podido palparse en las calles de Bilbao ni otro de admiración que tanto haya trascendido sus límites. Será también muy difícil, por no decir imposible, que, mirando al futuro, previsión alguna se atreva a pronosticar una repetición del fenómeno en un horizonte temporal abarcable. Nunca, por ello, la frase de «echar de menos» ha sido tan apropiada como hoy para reflejar la añoranza que sienten los bilbaínos por la ausencia de quien ha sido su mejor alcalde y, por esa misma razón, el mejor alcalde del mundo.

Pero, tratando de ir más allá, no sin cierta resistencia, de este aspecto más entrañable en que a uno le gustaría detenerse, la desaparición de una figura como la del alcalde Azkuna va a tener también efectos pragmáticos, y no sólo sentimentales, sobre la política local. Para empezar, el partido en que el ya desaparecido alcalde militaba, el PNV, lo va a echar de menos en un sentido que va mucho más allá de la añoranza humana. En este nivel más prosaico, el vacío que deja Iñaki es, más que de orfandad, de un boquete que se le abre a su partido en su misma línea de flotación electoral y que le va a ser muy difícil de taponar. Todos aquellos votos que estaban afectos a la personalidad del ciudadano Azkuna, más que a su candidatura partidaria, y que las últimas elecciones municipales permitieron cifrar en el entorno de los 11.000, le habrán acompañado en su último viaje y serán probablemente los que primero eche de menos el PNV cuando le toque añorar la mayoría absoluta que su candidato político, bien arropado por el ciudadano Azkuna, llegó a acumular.

Más aún. El halo mítico que, por encima de su personalidad real, ha empezado a sublimar la figura del difunto alcalde puede producir, precisamente por efecto de la añoranza, una suerte de desengaño prematuro, de desencanto anticipado, respecto de cualquiera que tome su relevo en la candidatura nacionalista, no importa cuáles sean las virtudes que le adornen. El recuerdo de la grandeza pasada empequeñece todo lo que viene detrás. Se crea así una prevención instintiva ante lo nuevo que hace al elector más exigente que si nunca hubiera experimentado lo que cree haber sido «lo mejor», hasta el punto de poder llegar a paralizarle ante la urna. Puede así ocurrir que aquel a quien ahora tanto se le echa en falta, en vez de transmitir su empuje al sucesor, ejerza sobre sus expectativas electorales un efecto depresor. El peor remedio para superar esta posible amenaza –remedio que la voracidad electoral de los partidos puede estar siempre dispuesta a recomendar– consistiría en acortar el tiempo de duelo, acelerar el olvido y minusvalorar los méritos de quien acaba de desaparecer. El remedio sería, en este caso, además de imperdonable, suicida. Sólo la continuidad y la consolidación del legado, y no cualquier atisbo de ruptura, es, por tanto, la medicina a aplicar.

Más allá de este efecto local, no cabe temer que la ausencia de la figura de Azkuna vaya a repercutir, como algunos sugieren, en el futuro electoral de su partido. Mucho se ha insistido, y no sin razón, en que Iñaki funcionaba al modo de un verso libre o suelto en su organización. Yo preferiría expresar la idea diciendo que se trataba de un ‘heterodoxo leal’. Como tal heterodoxo, y con el margen añadido de libertad que a cualquiera le da la posición de alcalde de una importante ciudad, Iñaki pensaba por su cuenta y daba a conocer lo que pensaba. Por resumirlo en un único gesto, decirse unamuniano en el partido jeltzale era ya una declaración de principios y un alarde de libertad.

No era, pues, de los que se mordieran la lengua, cuando algo que le resultaba importante estuviera en juego. A tal propósito, era de dominio público con qué alma de su partido –de las dos que se le atribuyen– se identificaba, y nunca trató él de ocultarlo cuando las circunstancias lo requirieron, que, en algunas etapas de su alcaldía, no fueron infrecuentes. Pero Iñaki representaba un modo de estar en el PNV que sólo causaba escándalo a los más recalcitrantes de sus miembros. Nunca se lo causó a la dirección. Y es que, a la vez, era muy consciente de en qué partido militaba y a quién debía lealtad. Nunca se engañó, por ejemplo, sobre cómo había que repartir, entre su aportación personal y su papel de candidato partidario, los éxitos electorales que obtenía. Y nunca alardeó de éstos ante su partido a cambio de permanecer al margen de la política que de éste emanaba. Si algo sabía Azkuna, era que no pertenecía al aparato de producción doctrinal del PNV. Nunca lo pretendió. Se sabía, más bien, respecto de aquél, un ‘outsider’ y, como tal, supo combinar lealtad con libertad.

Por lo demás, una de las principales características del PNV es su confianza en la organización por encima de las personas. El tiempo ha demostrado además que los electores, y no sólo el militante, se han hecho conscientes de ello. Al margen del ámbito local, donde las dotes personales de liderazgo resultan decisivas para el éxito electoral, en aquellos comicios en los que la distancia y el desconocimiento desdibujan el rostro de los candidatos, el PNV ha logrado una identificación tal del electorado con su ‘modo de gobernar’ –si no exactamente con su proyecto político– que apenas sufre altibajos en los resultados por el cambio de personas. En este sentido, Iñaki Azkuna seguirá siendo un referente cuyo recuerdo sume, sin que reste su ausencia.

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 02/04/14