Imaginarios perversos

MANUEL MONTERO, EL CORREO – 18/11/14

Manuel Montero
Manuel Montero

· ¿De verdad creen que el posicionamiento de un tercio del censo catalán, en condiciones pintorescas, da para romper el concepto constitucional de soberanía?

La consulta-trampa de Artur Mas ha hecho aflorar una circunstancia lamentable. Las principales fuerzas políticas actúan a partir de imaginarios que no se corresponden con la realidad. Son falsos, pero cuentan más que los hechos, y tienen efectos perversos sobre la vida política.

El arreón soberanista de los catalanes se basó en un supuesto que se avisó como erróneo, sin que hiciese mella, pues todo lo que no está con Artur y Oriol está contra Cataluña. Es la idea de que desde 2007 el independentismo empezó a subir como la espuma, un fenómeno antinatura, con crisis o sin ella, pues no es la primera que ha habido y las otras no tuvieron tales secuelas. Desde la Transición hasta entonces tal opción estaba en torno al 33%, moviéndose entre el 29% y el 35% sin una tendencia definida. De pronto, las encuestas iniciaron la escalada que lo llevó a superar el 50%. Cabía dudar de que eso estuviese sucediendo, pues casualmente el salto se produjo a partir del momento en el que las encuestas las realizó un organismo dependiente de la Generalitat. Cambios tan súbitos en las conciencias nacionales no suelen producirse y por lo que se ve estamos donde estábamos. Los resultados del referéndum/consulta/participación coinciden con lo de antes de 2007, no con los vaticinios posteriores de los encuestadores, y eso que el independentismo ha echado el resto.

Había un tercio y hay un tercio: no es poco, pero no se ha dado el avance imparable del soberanismo identitario que se sugería, ni siquiera tras más de tres décadas de política nacionalizadora. El independentismo tenía que haberse dedicado a convencer a los catalanes de sus bondades, no a creer que la hegemonía en la comunicación y el dominio de lo políticamente correcto transforman la sociedad.

Eso sí, en estos años el independentismo se ha movilizado con mayor intensidad que nunca, a golpe de manifestación, y sus elites han ido subiendo la apuesta, quizás convencidas de que aquello era una maniobra fascinante de las fuerzas de la intrahistoria. No había tal. El resultado real es sólo que ese tercio, pero no más, ha ido entusiasta a votar/opinar, además del espectáculo de unas autoridades saltándose a la torera el Estado de Derecho.

En el imaginario nacionalista no caben los traspiés. Todas las gestas están diseñadas como avances triunfales. En su discurso lo son, pase lo que pase. Ha sido victoria pírrica, pues puede hacer gala de haber desafiado al Estado sin graves consecuencias, pero no de los respaldos descomunales que presumía. No importa. El guión dice que tras la exhibición de fuerza, el Estado queda contra las cuerdas, sin más salida que el diálogo y la negociación. Para hablar no de cómo restablecer la convivencia entre los catalanes, tan dañada, sino sobre cómo y cuándo se hará el referéndum definitivo. Un imaginario crea su propio lenguaje. A base de repetir sus ficciones acaba creyéndoselas y concluye que la jerga es compartida por todos, unos principios universales. ¿De verdad creen que el posicionamiento de un tercio del censo catalán, en condiciones pintorescas, da para mantener la amenaza y fuerza a romper el concepto constitucional de soberanía? Si dejas de pedalear te caes de la bici: eso es todo.

No es el único imaginario que juega en este juego. Resulta incomprensible el que despliegan los socialistas. Predican la equidistancia como la solución de sus males. Llevan unas cuantas semanas abroncando a unos y otros porque no negocian, como si hubiese dos partes enfrentadas de las que no forman parte y ellos estuviesen en el medio, que dicen la virtud, pero sin posición al respecto. Equiparan el desafío del independentismo al Estado con el sostenimiento de la Constitución, como si la crisis la hubiesen generado los dos, y no quienes apuestan por la ruptura. Plantean el diálogo no como un medio, sino como un fin en sí mismo. Como si carecieran de un proyecto nacional y aspirasen a una salida basada en apaños. ¿Hay un punto equidistante entre la Constitución y quienes quieren saltársela, pues la contraparte no ha hablado nunca de reformas, sino de ruptura?

Para más inri, plantea la propuesta federal como el camino para contentar al independentismo, cuando este la ha rechazado expresamente. Las virtudes que el federalismo pueda tener, que son muchas, van por otra vía, siempre que se aclare que es una racionalización constitucional, no un viva Cartagena, que es lo que se suele entender. En el fondo, los socialistas quieren recuperar el poder por el camino de salirse por la tangente, como si bastasen las buenas intenciones, en plan ojalá nos pusiésemos de acuerdo, pero sin posiciones ni programas previos.

En el sainete ha contado también el imaginario del PP, que alguno tendrá, pero no se manifiesta, lo que debe de ser su nota esencial. La cuestión catalana la ha afrontado desde el silencio o a la defensiva, quedándose a la espera de que el independentismo se estrelle él sólo, como si tampoco tuviera una alternativa que hablase de la ciudadanía, la libertad y la igualdad. Y así, el principal problema nacional que hemos tenido desde 1978 se ha afrontado desde el vaciado ideológico, el equidistancianismo y el frenesí rupturista. En estas condiciones, no sería de extrañar que todo acabe con algún premio político a los desestabilizadores.

Navegamos a la deriva y el principal efecto de la algarabía catalana está siendo aumentar la confusión política. Resulta fatal en un país en el que la quintaesencia del debate es el ‘adónde vas, manzanas traigo’, pues consiste en monólogos paralelos.

MANUEL MONTERO, EL CORREO – 18/11/14