Independentzia

Inmersos en la etapa del españoleo político, el Gobierno de España -que así ha decidido llamarse en la actual campaña- acaba de crear la Comisión Nacional para el Bicentenario de la Guerra de la Independencia. El discurso que la justifica me embriaga, aunque no sea del todo cierto. Porque todo en la historia es parcial y en la de España, mucho más.

En Vitoria existe una calle que se llama Independencia. No confundir con independentzia, pues esta segunda se refiere a la reivindicación del nacionalismo vasco y la de la calle vitoriana, a la alcanzada tras singular gesta expulsando a los franceses en la guerra de 1808. Si nos fijamos en su callejero aledaño, veremos que los que dieron nombre a sus calles sabían lo que se hacían. Al lado, la del General Álava: increíble vida la del militar liberal que, desde sus orígenes afrancesados -cosa que les pasó a muchos protagonistas del momento-, acabará dirigiendo la guerra al lado de duque de Wellington hasta perseguir a los franceses en su tierra. La calle Fueros, también al lado, que tiene su aquél, pero se echa en falta la de la Constitución, por la que tanto penó el patricio alavés. Pero héteme aquí que también existía al lado, que los que pusieron nombres a las calles sabían lo que se hacían, mas antes de que viniese el nacionalismo vasco para quitarla el que vino fue Franco y cambió su nombre por el de Diputación, que sería lo que hubiera hecho cualquier nacionalista vasco. Por lo que verán ustedes que las cosas se repiten y que, a la postre, unos y otros no se diferencian tanto (recuerden mi artículo de hace 15 días, que los de Batasuna no hacen más que lo del cura Santa Cruz en lo que a los trenes se refiere).

Y todo esto viene porque, desde que hemos entrado en la etapa del españoleo político, lo cual me parece bien, al menos mejor y con más sentido constructivo que el cantonalismo acrático-nacionalista periférico -y de San Mamés-, sin que se me abran las carnes tampoco, el Gobierno de España, que así ha decidido llamarse en la actual campaña publicitaria, acaba de crear la «Comisión Nacional para el Bicentenario de la Guerra de la Independencia». El discurso que justifica tal creación me embriaga, aunque no sea del todo cierto, porque todo en la historia es parcial y en la de España, mucho más. El discurso dice que aquella guerra supone la inflexión de la historia de España, «la soberanía nacional, la voluntad popular, el nacimiento del liberalismo, la lucha por la libertad…» Demasiado pa el cuerpo, fenomenal, ahíta el alma, cuando hasta el propio general Álava descubrió al poco de ganarla que el peso de la tradición y de las cadenas es muy poderoso en España, en ocasiones disfrazado de revolución o de lo que haga falta.

Todo volvió al pasado, como nos pasa cada dos por tres, cuando una delegación de diputados serviles fueron a recibir en Valencia al Deseado, sobrenombre que le había puesto el ingenuo pueblo al más inútil y perverso personaje que hasta el momento haya dado la política española -recalco lo de hasta el momento-. Pero eran tales las ansías de volver a las esencias patrias, que siempre van unidas a la reacción, que se bajaron del caballo, le besaron el estribo, pues el Deseado les devolvía a ellos el poder, y le leyeron el Manifiesto de los Persas, que inauguró el estilo pelotilla, pues con Franco todo político, burgués o empresario que tuviera el dudoso honor de loarle, le recitaba algo semejante. Me dirán que después también.

Pues bien, magnifico el discurso de la Comisión para recordar la gesta, pero aprovechen para aprender de la Historia. Descubrirán que Vitoria se hizo famosa en el orbe con su batalla ganada al invasor, también por la obra orquestal que con tal motivo y título compuso Beethoven. Recuerden la batalla de San Marcial y el incendio de San Sebastián, y que hubo una partida armada de afrancesados por Lekeitio y aledaños. Los míos, porque, como ustedes bien saben, mi gran frustración es no ser ciudadano de la Republique.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 3/1/2008