Intifadas

ABC – 25/10/15 – JON JUARISTI

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· El doble rasero del buenismo occidental exculpa a los asesinos islamistas.

Ha granizado azufre esta semana sobre la testa de Netanyahu, por haberse atrevido a decir que el Gran Muftí de Jerusalén inclinó el ánimo de Hitler al genocidio cuando el Führer estaba todavía dispuesto a encontrar una solución incruenta a la cuestión judía. Efectivamente, esta salida del primer ministro israelí es una barbaridad, pero no por lo que sus detractores alegan. Para estos, lo censurable estriba en la inculpación del Muftí y, por extensión tácita, la de los palestinos de la época. En realidad, lo verdaderamente grave es la tesis de que Hitler no hubiera previsto, desde sus comienzos como demagogo, exterminar a todos los judíos del continente.

¿Pidió el Muftí al dictador nazi que no dejase un judío vivo para detener así la emigración sionista a Palestina? Es verosímil, aunque resulte imposible saber de qué hablaron el venerable Hadj Amin al Husseini y Adolf Hitler en la cancillería de Berlín, aquel 9 de diciembre de 1941, cuando las tropas del III Reich avanzaban victoriosas en el frente del Este, practicando sin restricciones el holocausto de la bala a lo largo y ancho de Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos. Aún no se habían estancado ante la fiera resistencia del Ejército Rojo en Krasny Bor y en el Volga. Los partisanos de las regiones ocupadas estaban en la fase más incipiente y débil de su actividad guerrillera, y los americanos no habían entrado aún en la guerra. Una consecuencia inmediata de la visita del Muftí a Alemania fue la rápida formación, en los Balcanes, de un cuerpo de voluntarios musulmanes –bosnios en su mayoría– para la Wehrmacht, según la fórmula ya ensayada con la División Azul, la Walonia, la Charlemagne y los cosacos de Krasnov.

Como estos últimos, los voluntarios musulmanes exhibían un antijudaísmo elemental y frenético de raíz religiosa, muy distinto del antisemitismo secular de los nazis y sus aliados occidentales, pero igualmente genocida. A la vista de los resultados de esta diplomacia islámica del Reich, iniciada en mayo de 1941 por Ribbentrop, volvamos a la pregunta inicial: ¿pidió el Muftí a Hitler el exterminio de los judíos? Si así fue, como cree Netanyahu (y un servidor de ustedes), predicaba a un convencido. Hitler y su banda jamás contemplaron la posibilidad de una alternativa a la Shoah. Ni Madagascar ni Siberia. Como lo confirmó el rabino vienés Murmelstein, obligado a trabajar con Eichmann desde 1938, «Madagascar» fue siempre un eufemismo nazi para la pura y simple aniquilación de los judíos.

De modo que no cabe atribuir al Muftí la responsabilidad de los campos de la muerte, pero no porque le faltaran ganas. La fotografía de su entrevista con Hitler, utilizada hasta hoy por la propaganda antisionista en los países islámicos, parece sacada de una viñeta de Tintín, pero nos consta que la inmunda parejita hablaba allí de asesinar judíos, ¿de qué, si no? De lo mismo que hoy habla Hamas, de lo mismo que habla ISIS, de apuñalar, de degollar judíos. Ah, pero el malo de la historia, para las bellas almas occidentales, incluidas las israelíes, es Netanyahu, y, por extensión, el Estado de Israel, como ayer lo fue Isaac Rabin, que ante la intifada de 1988, pidió a los soldados israelíes que rompieran los huesos de los apedreadores.

Ojo: no que los mataran, sino que los dejaran fuera de combate en legítima defensa del Estado contra la anarquía violenta. Nunca un gobernante israelí ha llamado al exterminio de sus enemigos. Por el contrario, y ahí acierta Netanyahu, hay una continuidad entre los delirios asesinos del Muftí y los de los organizadores de la actual intifada del cuchillo.

ABC – 25/10/15 – JON JUARISTI