Irreconducible

DAVID GISTAU – ABC – 24/07/15

· Si quieres que algo se sepa, cuéntaselo como secreto a Revilla. Y lo que el Rey le contó fue que Mas está «irreconducible».

Imagino a Revilla después de compartir confidencias, de estadista a estadista, con el Rey. Los productos regionales cántabros depositados cerca. A la espera de que algún día se le ocurra presentarse en La Zarzuela o en La Moncloa llevando las anchoas, la quesada, el queso de Tresviso, una rodaja de bonito, un sobao, un faro marítimo, el Capricho de Gaudí y un perol humeante de marmitaco colocados en un tocado como los frutales de Carmen Miranda. Al escuchar la palabra «irreconducible», Revilla pega un respingo, se levanta, se pone la chaqueta y se marcha. «¿Pero adónde vas?», le pregunta el Rey. «¿Adónde voy a ir? ¡A contarlo!».

Así, igual que el torero de la leyenda urbana que dejó a Ava Gardner desnuda sobre el lecho, Revilla corrió a que se le notaran en casa sus frotamientos con los personajes principales de nuestra vida pública, aunque fuera a costa de no valer más por lo que calla que por lo que dice, como exige Jaime Peñafiel. Revilla no calla nada. Se derrama por completo. No hay discreción protocolaria que lo contenga. Esto tenía que haberlo sabido el Rey al recordar que, antes incluso de convertirse en uno de los profetas populistas que trafican en televisión con pornografía emocional, Revilla se hizo famoso al sur de El Escudo contando quién, y con qué armamento, entraba a mear en el WC donde estaba apostado durante la boda de los entonces Príncipes de Asturias.

Si quieres que algo se sepa, cuéntaselo como secreto a Revilla. Y lo que el Rey le contó fue que Mas está «irreconducible». O al menos eso creemos, porque tampoco hay que descartar la posibilidad de que a Revilla le ocurra como al gallego de «Airbag» al teléfono y en realidad el Rey no le dijera que Mas está irreconducible, sino irreconocible. Iba Revilla hacia las cámaras murmurando: «¿Cómo era…? Irre… Irrec…».

Agarremos el «irreconducible» de Felipe sobre Mas y comparémoslo con el «Hablando se entiende la gente» de Juan Carlos a Benach y a Pujol. Después cojamos el semblante serio de Felipe durante la recepción a Mas y comparémoslo con la proverbial campechanía. Podemos inferir dos cosas. Que España está alcanzando un desenlace abrupto a un problema mal resuelto, demorado, por la Transición en el que ya no hay espacio para conversaciones ligeras, sonrisas, ambigüedades florentinas y demás sutilezas de salón social. Y que con el cambio en la Jefatura del Estado terminó el hábito del borboneo. Un modo de no resolver los problemas, sino de postergarlos con técnicas tales como la simpatía, la relativización e incluso la concesión por parte del Estado de patentes de corso para la fundación de cleptocracias familiares compensatorias.

En las palabras que últimamente usa el Rey, las que dice y las que le dicen, hay un diagnóstico correcto y temible. Otra cosa es que no deba haber nada más, porque conviene recordar a los que confieren a la monarquía poderes taumatúrgicos que ciertos asuntos han de resolverlos el Parlamento, el Gobierno y las herramientas legales del Estado.

DAVID GISTAU – ABC – 24/07/15