Jaramagos

ABC 28/02/17
IGNACIO CAMACHO

· Al subsumir el partido con las instituciones, el PSOE ha trasladado a la autonomía la zozobra de su conflicto dinástico

HACE mucho tiempo que la autonomía andaluza vive en estado de letargo. Gobernada al trantrán por el partido hegemónico, que lleva desde la Transición establecido como un régimen, una de las comunidades españolas con más competencias y mayor presupuesto vegeta en la modorra política de un monocultivo de poder en lenta crisis de agostamiento. Pero aunque el PSOE ha ofrecido ya en otras ocasiones síntomas de debilidad y fatiga de materiales, lo que en los últimos años parece cuartearse no es tanto su supremacía electoral como la estructura misma del edificio autonómico, en la que crecen visibles jaramagos de desidia. La Junta, única referencia de cohesión regional y factor omnímodo de la economía, se mueve con la lentitud y la pereza de una inmensa tortuga administrativa. Sin proyectos, sin pujanza, sin fibra; abúlica, negligente, dormida.

Los recortes en servicios públicos han mermado el equilibrio social y provocado la percepción de declive en un bienestar que se sostenía con inyecciones de renta y distribución clientelar de recursos. Los diferenciales de desarrollo con la media nacional continúan estancados y el hecho autonómico se ha vuelto distante, casi esotérico, para unas generaciones desvinculadas del impulso identitario que sacudió a la población hace treinta y siete años. El desgaste de la gestión autonómica es palpable y han comenzado a brotar protestas civiles con cada vez mayor impacto. En ese clima de creciente desencanto las instituciones han perdido anclaje ciudadano. La remota efeméride del 28 de febrero es apenas un puente laboral sin significado.

Al ya largo marasmo se ha venido a sumar una cierta fragilidad de liderazgo. Susana Díaz ofrece desde el principio la impresión de ser una presidenta provisional, con el pie en el estribo de un tren que no acaba de cumplir su horario. El conflicto del PSOE le reclama una atención preferente que acumula tensión a unas responsabilidades a las que no puede dar de lado. Es una dirigente atrapada entre vocaciones dispares que maneja con más instinto que cálculo. El resultado es una sensación interina que añade incertidumbre al problema de parálisis institucional, de decaimiento, de modelo agotado. El Gobierno andaluz pierde ascendiente, respeto y prestigio aunque mantenga su poder nominal intacto. Es una potente maquinaria con el motor gripado.

Es el sentido mismo de la autonomía lo que está en cuestión bajo ese síncope funcional que amenaza desmayo. Al identificarse con el sistema como un partido-guía, que administraba el territorio con mentalidad de propietario, el PSOE ha trasladado a la Junta toda la zozobra de su trance dinástico. Durante décadas ha gobernado Andalucía con la comodidad de un virreinato; de repente, su agitación interna compromete la estabilidad de un armazón político envejecido cuyas grietas patentes advierten la posibilidad seria de que se venga abajo.