JON JUARISTI-ABC

  • Chomin de Amorebieta, como jebo civilizado, tiene a su cargo explicar los conceptos inéditos de la neolengua sanchista

No habrá en el Congreso jebo más feliz que Chomin de Amorebieta, siempre de merienda por los chacolís. Además no es un jebo del montón. Es un ‘jebo sibilisao’, no del mismo Bilbao, pero de los alrededores. Esa era precisamente la definición que daba Unamuno del ‘jebo sibilisao’, o sea, del jebo del alfoz de Bilbao que chapurrea el castellano. José Luis de Vilallonga y Cabeza de Vaca, el socialista más pijo que haya existido, decía que Unamuno era un jebo que sabía griego clásico. También los griegos tenían sus jebos, que eran los adyacentes a la polis y a los que Aristófanes metía en sus comedias. La comedia, por cierto, se llamaba así porque sus argumentos se desarrollaban en las ‘komai’, los arrabales de Atenas, donde empezaba el campo.

Pues bien, a Chomin de Amorebieta, como jebo ‘ilustrao’ que te es, encomienda el Puto Amo explicar a las masas el concepto revolucionario incorporado cada semana a la neolengua sanchista (antes se encargaba el Bola, pero ya no da para la complejidad que el proceso requiere). Por ejemplo, el Bola ha sido incapaz de explicar un sintagma como ‘financiación singular’. Chomin lo ha hecho en un pispás, sin ir a la teoría, sino a los efectos prácticos. ‘Financiación singular’ quiere decir que las comunidades autónomas con lengua propia recibirán un trato fiscal particular, exquisito y –se supone– ventajoso. Las que no la tengan, ajo y agua.

Ahora bien, ¿que comunidad autónoma con campo no tiene lengua propia? La última aldea de la España vaciada cuenta con lengua propia. Como muy legítimamente sostiene la ‘influencer’ rural Nazareth Martín, espléndida y luminosa pastora de la sierra de Gata, ella y los suyos, familiares y vecinos, hablan la lengua propia de Extremadura (a la que denomina castúo), tan digna de la consideración de lengua propia como el catalán y el vascuence o incluso más. Por otra parte, Nazareth es hablante de cuna de dicha lengua, no como Chomin y la mayoría de los diputados vascos, que han aprendido de mayores y con cargo al presupuesto la que, con todo el morro, reclaman como propia, pero que no deja de ser una lengua ajena de la que se han apropiado. Es solo un ejemplo. Los nacionalismos catalán y vasco y todo el pijerío sanchista que los alienta y beneficia no son más que la sempiterna conspiración de la España rica y parasitaria contra la pobre y laboriosa de los campos, cuya capital es Madrid, mucho más abundante en lenguas propias que las nacionalidades histéricas.

Otrosí, entre el pastor y el jebo, la España rebelde lo tiene muy claro desde los tiempos de Viriato o de Mingo Revulgo. Y más, si resulta que los pastores son pastoras como Nazareth Martín o Pastora Imperio, empoderadas desde que sus antepasadas y las nuestras apacentaron bisontes de Altamira en las sierras antaño encendidas y hoy tristes y oscuras.