Juego de apareiencias

EL CORREO 06/01/15
FLORENCIO DOMÍNGUEZ

El PNV y la izquierda abertzale han protagonizado este fin de semana un juego de ficción para aparentar que cada uno de ellos era más partidario que el otro de la unidad de acción nacionalista. El primero en agitar las aguas fue el dirigente del PNV Joseba Egibar al plantear la necesidad de un acuerdo sobre bases políticas entre ambas familias del nacionalismo como forma de superar lo que llamó «desencuentro estratégico histórico». Respondió EH Bildu diciendo que el PNV ya tenía una propuesta encima de la mesa sobre el derecho a decidir.

La última vez que el nacionalismo vasco hizo un intento de superar ese «desencuentro estratégico» fue en 1998 y aquello terminó como el rosario de la aurora porque las diferencias entre unos y otros eran abismales.

Las necesidades de pacto del PNV para afrontar las cuestiones principales de la gobernación cotidiana están resueltas gracias al entendimiento presupuestario alcanzado con el PSE. En los demás asuntos el pacto no es tan urgente y, además, la cercanía entre el PNV y la izquierda abertzale brilla por su ausencia.

Unos y otros acaban de escenificar en los últimos días un desacuerdo radical sobre la forma de gestionar el final de ETA. Ante una cuestión relevante, el PNV y la izquierda abertzale han protagonizado un encontronazo significativo. El PNV teme que ETA y la izquierda abertzale planeen realizar movimientos pensados para obtener beneficios partidistas en las elecciones. No es un temor descabellado porque en el seno de ETA se ha interiorizado que el anuncio de abandono de las armas de octubre de 2011 tuvo réditos electorales. La tentación de repetir la jugada en futuros comicios no es, por tanto, irrelevante. Hace bien el PNV en desconfiar de ETA, Sortu y Bildu sobre esta cuestión.

La izquierda abertzale y el PNV tienen también diferencias notables sobre la forma de plantear un proceso soberanista. Los primeros quieren imitar el modelo catalán, con la unión de todo el nacionalismo en torno a la defensa de los postulados más radicales. Este esquema, por cierto, es el que se aplicó en 1998 con el Pacto de Lizarra. El PNV, sin embargo, mantiene las distancias con el proceso catalán y tiene su propio programa en este punto, bien distinto del aplicado por Artur Mas.

La unidad de acción, sin embargo, sigue siendo una cuestión con una alta carga simbólica para toda la comunidad nacionalista y todos las familias tienen que aparentar que la desean por encima de todas las cosas, aunque la realidad de cada día demuestre lo contrario. Por eso, de vez en cuando, unos y otros se entregan a escenificar esos juegos de apariencias.