IGNACIO CAMACHO-ABC

LA CARRERA ESTÁTICA

EN Sevilla, la capital de los ERE, con una macrocausa en marcha donde esta semana tendrán que declarar Griñán y Chaves, la convención nacional del PP pasó sin menciones relevantes al escándalo que enjuicia treinta y cinco años de régimen. Hay elecciones andaluzas en el horizonte, quizá para otoño, pero el partido parece enfrascado en preocupaciones más urgentes. Sobre todo el mastergate de Cristina Cifuentes, capaz de eclipsar hasta a Puigdemont en una cita convocada para infundir energía anímica en un momento de moral débil. Los populares se sienten atacados por tantos flancos que no acaban de identificar el adversario del que defenderse. Para fijar una prioridad de combate con la que reagrupar a sus huestes, Rajoy señaló ayer de modo inequívoco a Ciudadanos, rival que le disputa los votos del centro-derecha y aliado que le da oxígeno de forma intermitente. Pero la batalla de Andalucía, decisiva en el ciclo electoral que viene, estuvo ausente del debate a pesar del significado simbólico de la sede.

Muchos asistentes se quejaban en los pasillos del doble rasero de opinión pública que magnifica los escándalos peperos y minusvalora el de la financiación irregular de Valencia o el de los propios ERE. Sin embargo, nadie les dio allí mismo la importancia que según ellos merecen. No había otro tema de conversación que Cifuentes. Llegó Rajoy el sábado y se le abalanzaron los periodistas preguntándole por Cifuentes. Entró Cospedal y la primera cuestión fue sobre Cifuentes. Apareció Feijóo… y le interpelaron por Cifuentes. Pasó Soraya: Cifuentes. Alcaldes de provincias: Cifuentes. Eurodiputados: Cifuentes. En el bar, en los almuerzos y cenas, en la hora indecisa de los gintonics, hasta en la cola de los taxis, era un asunto unívoco, omnipresente. Que si debía de haberse ausentado, que si se había cargado el evento, que si nada más llegar se lanzó por la foto de un abrazo con el presidente. Cifuentes, Cifuentes, Cifuentes.

«Hemos tirado un millón de euros, esto no ha servido para nada», sentencia un parlamentario sumido en la desconfianza. «Ni siquiera sabemos cuánto tiempo va a seguir Rajoy apoyándola». La impresión generalizada es que el líder terminará por dejarla caer en uno de sus gestos de frialdad pragmática. Pero sobre todo, primaba una sensación patente de tiempo perdido, de ocasión malgastada. Al fondo, por encima de las arengas de compromiso y de las buenas palabras, un desasosiego inexcusable ante la amenaza naranja. «A muchos de los que estamos aquí ya nos han tocado para irnos con ellos. De momento la gente resiste pero si palmamos en Madrid, adiós: desbandada».

Como parte del atrezo escénico había dos cintas de correr para invitar a los participantes a seguir «el ritmo de Rajoy» en sus caminatas. No estaba mal como metáfora del actual PP: una carrera estática en la que el corredor se mueve y se esfuerza pero no avanza.