La coartada

JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC 01/02/13

· El lenguaje corporal de Don Juan Carlos y Artur Mas fue más explícito que los comunicados a su entrevista: el Rey sobrio, el president zalamero.

Qué haría usted si un socio suyo de toda la vida le viniera con que, ya que le ha estado robando, oprimiendo, humillando —supuestos que no comparte en absoluto—, quiere separarse y, encima, le pidiera ayuda para ello? Supongo que, a menos que usted sea uno de esos santos y escasísimos varones que ponen la otra mejilla cuando les dan una bofetada, le pondría de patitas en la calle. Eso, en el mejor de casos; en el peor, no quiero imaginármelo.

Siendo éste el fondo de la entrevista de Artur Mas y Don Juan Carlos, no fue así como transcurrió ni podía serlo. El president de la Generalitat y el Monarca español están obligados, tanto por razones políticas como de protocolo, a guardar las formas. Y aunque poco se ha filtrado de la entrevista, el lenguaje corporal de ambos hablaba por sí solo: el Rey apareció mucho menos cordial que acostumbra, mientras el president se mostraba dicharachero, como si estuviera diciendo a los catalanes: «¿Veis lo bien que me entiendo con el Rey?». Ya a solas, suponemos que hablaría de la crisis económica de Cataluña —debida a que aporta más que recibe del Estado—, del distanciamiento de los catalanes hacia España y de su derecho a la autodeterminación. Mientras Don Juan Carlos insistiría en que, para superar la crisis, es mejor unir fuerzas que separarlas y que los maximalismos y las políticas rupturistas no convienen a España, como ya advirtió en su última entrevista televisada. Era lo único que podía decir, porque, incluso si quisiera, no podía acceder a la demandas de su visitante, al prohibírselo la Constitución que ha jurado respetar y defender. Una Constitución que tiene como base la «unidad de la Nación española».

¿Entonces, me preguntarán, ha sido un paripé? Pues sí y no. Sí, porque era un encuentro cuyo desenlace se sabía de antemano, por lo que podían habérselo ahorrado. No, porque ambos interlocutores estaban en su papel. ¿A qué vino, entonces, Mas a Madrid, si sabía qué iban a decirle? Es él quien tendría que explicarlo, pero tampoco resulta difícil de imaginar: a cumplir un protocolo y, de paso, a cubrirse las espaldas. Viene insistiendo en que la independencia de Cataluña tiene que ser legal. Para ello, lo primero es comunicárselo y solicitarlo a las más altas instancia del Estado, el Rey y el presidente del Gobierno, con quien se verá próximamente. ¿Y si se lo niegan? Pues ya nos ha dicho que seguirá adelante con su proyecto soberanista, les guste o no a las instancias españolas. Pero, de fracasar tal proyecto, ya tiene a quien echar la culpa: a Madrid, causa de todas las desgracias que afligen a Cataluña. Terminará ocurriendo que hasta los casos de corrupción catalana se originan en Madrid.

Para resumir: Artur Mas ha venido en busca de una coartada, de un escape al callejón sin salida en que se ha metido. No es la primera vez que lo hace: viene haciéndolo cuando no puede pagar sus deudas.

JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC 01/02/13