La crisis y la oportunidad escondida

FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA – ABC – 25/01/16

· «España vive una de esas coyunturas singulares que hacen que un nuevo gobierno fracase, arrastrando y alargando la crisis, o revierta la situación devolviendo a los españoles el orgullo del éxito en la gestión de su destino. El factor clave radica en la correcta definición de los objetivos y el alcance de las reformas necesarias»

El mandato de las urnas, la aritmética parlamentaria decidida por los españoles, complica la composición de Gobierno hasta crear una situación crítica, con riesgos, pero también oportunidades, aunque estén escondidas. Algunos sostienen que los electores han pedido cambio, vuelco, arrinconar el bipartidismo y a sus protagonistas; otros estiman que el mandato popular es en favor del pacto político, para reeditar actualizado el modelo de consenso de la transición que hizo posible la mejor Constitución de la historia de España. Un nuevo debate sobre reforma o ruptura, como el que conocimos los españoles hace cuarenta años. Una experiencia que debe servir para ponderar ambas alternativas.

Ahora los pactos políticos son imprescindibles para gobernar, para salir del laberinto que hoy está enredado en movimientos tácticos de cuantos tratan de componer mayoría. En Europa saben bien la liturgia de los pactos para hacer de la necesidad virtud. Aquí esa práctica está oxidada por desuso, aunque fue esencial para una salida brillante del franquismo. Por eso hace falta tiempo, llegar a situaciones límite, ir descartando y desvelando, ensayar movimientos de desconcierto para llegar a las propuestas con fundamento. Al desconcierto táctico dedicaron los jefes políticos la semana pasada. Por eso el análisis político debe ser cuidadoso, capaz de distinguir hechos e hipótesis verosímiles, que no están en el mismo plano, no tienen el mismo valor.

La apuesta por otras elecciones implica un fracaso peligroso, produce vértigo, reproduciría el mismo o parecido mapa parlamentario con un desgaste estéril que animaría una abstención con consecuencias imprevisibles. Es una tentación para gente poco fiable, que espera que las soluciones lleguen del cielo o del azar.

Con el actual mapa parlamentario hay margen para componer un gobierno cuya relevancia no radicaría tanto en quién lo presida y quiénes lo compongan cuanto en ¿para qué?, ¿con qué agenda, plazos, objetivos y procedimientos?; es más importante el «para qué» y el «cómo» que el «quién», tendrá más valor la coherencia y la lealtad que la aventura.

Un rastreo por los programas de los partidos, y las declaraciones con fuste de los políticos que cuentan, separando paja (demasiada) y grano (poco), permite componer un cuadro de coincidencias que no son pocas, ni poco relevantes. Hay mayoría a favor de consolidar la recuperación de la economía y el empleo, aunque no coincidan en el tratamiento. Casi todos están por una agenda social que rectifique situaciones de desigualdad y pobreza, que complican la igualdad de oportunidades que sustenta el ascensor social. Todos están por una reforma de la Constitución, aunque no coinciden en su alcance y contenido. Y todos están a favor del valor de la educación para afrontar desde el fondo los problemas del empleo y la desigualdad. Hay consenso sobre la necesidad de acabar con la corrupción, que gangrena la democracia, la confianza en los partidos políticos y la autoestima nacional. Y para ello habrá que introducir trasparencia en la gestión de los asuntos públicos (sin excluir el ámbito privado) y reformar la justicia para que sea eficiente y eficaz.

Dibujar el mapa de las coincidencias y las discrepancias sobre los procedimientos para alcanzarlos no es difícil. Con ese cuadro tejer alianzas solventes, que duren y logren un buen desempeño, es posible. Luego habrá que encajar los nombres capaces para cumplir tarea y calendario, con un plazo no superior a dos años, que incluya la reforma constitucional. Los partidos actuales disponen de recursos para esa tarea, deben ordenarlos y proceder. Además, desde la sociedad les ofrecen una amplia panoplia de propuestas para tomar decisiones inmediatas. Nunca como ahora hubo tantos documentos para concretar las reformas que necesita la sociedad española. Para educación, sanidad, fiscalidad, financiación y lo institucional, incluida la reforma constitucional… los trabajos disponibles son concretos y solventes. Solo hay que elegir bien y poner en práctica.

El segundo Gobierno Suárez, el constituyente, fruto de las primeras elecciones democráticas, duró veinte meses, desde julio de 1977 hasta febrero de 1979. Un Gobierno monocolor en minoría (165 escaños) que lideró uno de los cambios más radicales y decisivos que ha conocido la sociedad española. Empezó con una política económica sincera y exigente (con devaluación y ajustes) en un momento crítico, aplicando la «terapia de la verdad», ingrata al principio, pero gratificante cuando llegan los resultados. Una política económica concretada en una reforma fiscal de calado para que los españoles pagaran impuestos («Hacienda somos todos», fue más que un eslogan aunque alguna despistada no se haya enterado) y los Pactos de la Moncloa que sentaron las bases para salir de la crisis económica y para elaborar la Constitución.

Aquel Gobierno restableció la Generalitat de Cataluña con el leal Tarradellas al frente, tomó decisiones arriesgadas en forma de amnistía y autonomías… Veinte meses fértiles, con errores, pero con un saldo abrumadoramente positivo, tal y como reconoce la historia. Un buen Gobierno que propició la Constitución de todos, que una vez aprobada en referéndum (diciembre del 78), llevó a nuevas elecciones que volvió a ganar Suárez en minoría (168 diputados). Y tres años después el vuelco en favor de los socialistas que acentuaron el cambio y las reformas.

Si el gobierno de la XI legislatura quiere buscar paralelismos, el más pertinente sería el constituyente, el de Suárez en junio de 1977. La historia no se repite, pero ayuda y enseña; quien olvida la historia puede repetirla para mal, como tragedia o como farsa. En pocos meses, incluso con un sistema parlamentario exigente y premioso en los plazos y procedimientos, se pueden hacer cambios decisivos que incidan en el futuro, pero deben partir de un proyecto básico y negociado. El Gobierno alemán de coalición dispone de un plan materializado en un documento de doscientos folios negociado durante semanas entre los socios. Pactar las diferencias y las coincidencias permite caminar con seguridad y acierto.

Hoy España vive una de esas coyunturas singulares que hacen que un nuevo gobierno fracase, arrastrando y alargando la crisis, o revierta la situación devolviendo a los españoles el orgullo del éxito en la gestión de su destino. El factor clave radica en la correcta definición de los objetivos y el alcance de las reformas necesarias; y luego un buen desempeño, con explicaciones, con debates de calidad, que huyan de la insolvencia y la banalización, y con determinación para poner el punto final al decaimiento.

FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA ES PERIODISTA – ABC – 25/01/16