La cruzada de los necios

EL CORREO 06/04/14
FERNANDO SAVATER

· La venta y consumo de drogas son falsos delitos cuya penalización ha fomentado la aparición de crímenes verdaderos

Como mis dotes proféticos están bajo mínimos y tengo la bola de cristal notablemente empañada, creo que se me puede disculpar que blasone de mi único acierto como arúspice. Aunque ni siquiera en este caso tengo motivos de contento, porque lamento profundamente que se haya cumplido mi vaticinio. Hace un par de décadas escribí que la cruzada contra las drogas no acabaría con ellas, pero bien podría poner en peligro de muerte algunas democracias latinoamericanas. Y desdichadamente parte de mi pronóstico parece irse cumpliendo, al menos en países como Mexico. Puede que el peligro no sea propiamente ‘de muerte’, pero sin duda constituye una seria amenaza a la seguridad ciudadana y una permanente fuente de corrupción para funcionarios e instituciones. Víctimas destacadas son también los periodistas que arriesgan sus vidas en esas latitudes denunciando a las mafias del narcotráfico y sus vínculos con ciertas autoridades que mantienen complicidad con ellas. Y sobre todo son también perjudicados tantos y tantos jóvenes, obnubilados por la ganancia desmesurada de un dinero supuestamente ‘fácil’ (en realidad letal) y utilizados como carne de cañón por estrategas sin escrúpulos del crimen organizado.

A mi juicio, la persecución inquisitorial de las drogas es uno de los más serios argumentos contra el supuesto de que los seres humanos nos regimos mayoritariamente por pautas racionales. ¿Es verdaderamente plausible pensar que en la época de mayor desarrollo de la química y en un planeta en que tantas especies naturales pueden ser utilizadas para producir sustancias que alteran de un modo u otro la conciencia la simple persecución policial puede acabar con ellas? ¿No contribuirá mejor a convertirlas en el más fabuloso de los negocios y por tanto a perpetuarlas? A la vista están, por desgracia, los lamentables resultados de esta cruzada no sólo estéril en lo que se propone sino dañina sin poroponérselo. El aumento exponencial del gangsterismo internacional, la corrupción de policías y gobernantes en los países de estructura institucional más frágil, la adulteración de las sustancias hasta hacerlas irreconocibles e inmanejables a sus usuarios, el truculento atractivo transgresor añadido por la prohibición para los más jóvenes, etc… La venta de drogas y su consumo son falsos delitos cuya penalización ha fomentado la aparición de muchos crímenes verdaderos, hasta el punto de convertirse en una amenaza potencial para la estabilidad de algunas repúblicas latinoamericanas y de muchos ciudadanos en todas las latitudes.

También en este asunto la educación y la información sensata podrían sustituir ventajosamente a las medidas meramente represivas, inútiles o contraproducentes. Las genéricamente llamadas ‘drogas’, que van desde la doméstica mariguana hasta otras mucho más peligrosas como la heroína, el crack y quien sabe cuántas nuevas posibles variantes sintéticas (por no hablar de otras legales, como el café o el alcohol, o a caballo entre la legalidad de venta y la semiprohibición de consumo público, como el tabaco) no van a desaparecer del mundo porque se las persiga aparatosamente: sólo aumentarán de precio. Incluso sustituirlas por variantes autorizadas no asegura buenos resultados, como está pasando con los cigarrillos de vapor que acabarán tan arrinconados como los otros: recordemos que la heroína fue al comienzo una medicina para aliviar a los morfinómanos… ¿No sería mejor que esas sustancias fuesen vendidas bajo control legal, pagando impuestos, y acompañadas de la debida información sobre las indicaciones y contraindicaciones de su uso, así como los peligros de su abuso?

La mayoría de las personas quiere disfrutar o experimentar sensaciones nuevas y capacidades aumentadas, pero no dañar irreversiblemente su salud. A lo largo de los siglos, por ejemplo, hemos aprendido a convivir con el alcohol y a gozarlo como desinhibidor o estimulante sin perecer por su causa. Por supuesto, hay gente que no logra manejarlo bien y sufre las consecuencias, pero también hay gente que maltrata su vida pervirtiendo el uso aconsejable de la religión, la política, el sexo o el dinero. Todo lo que nos gusta y ejerce influencia sobre nuestra conciencia puede ser mal o bien utilizado. Pero una cosa es el problema individual que tienen ciertas personas para controlar sus apetencias y otro el drama colectivo de mercancías artificialmente ilegalizadas que fomentan las organizaciones delictivas y corroen todas las instituciones públicas, fomentando el caos social. Lo malo es que este problema no puede afrontarlo un solo país, ni siquiera unos cuantos, sino que exige una decisión que alcance a las más altas instancias internacionales. Y lo peor es que contra una solución racional de este disparate conspiran los intereses creados no sólo de quienes se lucran con el tráfico de sustancias ilegales sino también de quienes han encontrado un modus vivendi en las organizaciones dedicadas a perseguirlas.