La democracia secuestrada

ABC 02/07/14
IGNACIO CAMACHO

· Es el fracaso de la educación cívica lo que permite que triunfe el discurso sobre un secuestro de la democracia

ESTÁ triunfando en España un relato político cuyo argumento principal consiste en la afirmación de que vivimos en una democracia ficticia o, en el mejor de los casos, secuestrada. Lo sostienen los líderes de Podemos y sus adláteres neocomunistas, para quienes el modelo de democracia no secuestrada es el bolivarismo venezolano, y los dirigentes nacionalistas, cuyo proyecto esencial se basa en el designio excluyente de despojar de su nacionalidad a la mitad de sus conciudadanos. Los presuntos secuestradores serían, según las circunstancias, los banqueros, una partitocracia corrupta –la célebre «cahssssta»– y sus lacayos mediáticos, parapetados todos en una Constitución espuria. El sistema, en suma, compendio de todos los males modernos; un régimen diseñado para estrangular al pueblo y privarle de su dignidad. Pero lo alarmante del caso no es que este discurso de embaucador populismo demagógico cuente con propagandistas más o menos eficaces sino que haya prendido entre millones de españoles desencantados por la precariedad socioeconómica. Que una parte significativa de la sociedad que levantó la prosperidad democrática más larga y estable de nuestra historia esté dispuesta a comprar sin matices una mercancía ideológica superficial y averiada. Que el uso habitual del marco de libertades haya degenerado en la creencia paradójica de que esa libertad es una superchería, un engañabobos, un artificio legal que sirve para perpetuar el abuso de las élites.

Ello ha sucedido por tres causas esenciales. La primera es la corrupción transversal y masiva de la clase dirigente, una epidemia moral que ha devastado la nobleza de la política. La segunda, el rápido empobrecimiento sufrido en la crisis por la burguesía media surgida en la postransición y asentada en la bonanza de la década de entresiglos. Y la tercera, last but not least, el fracaso educativo de un sistema que no ha sido capaz de transmitir la virtud de sus valores. Sobre las dos primeras hay poco que explicar: son dos fenómenos palmarios e incontestables que constituyen la mayor desgracia sociopolítica contemporánea. Pero la última representa una falla interna, un defecto de fabricación en la arquitectura de la libertad: el olvido de la pedagogía cívica.

De poco han servido la famosa Educación para la Ciudadanía ni el profuso adoctrinamiento ideológico de la Logse si no han logrado explicar con éxito a las jóvenes generaciones los fundamentos del régimen constitucional y de su pacto por la convivencia. Si el sentido de la formación democrática es tan débil que se diluye ante viejas soflamas de oportunismo revolucionario. Fracasada en el conocimiento técnico, en las habilidades matemáticas o lingüísticas, la instrucción pública ha alcanzado su máximo nivel de incompetencia al mostrarse incapaz de preservar del embate de la demagogia el mayor patrimonio inmaterial de una sociedad libre.