La desnacionalización del País Vasco

EL CORREO 24/11/14
IÑAKI UNZUETA,  PROFESOR DE SOCIOLOGÍA

· Tomar en serio a las víctimas exige recomponer la pluralidad de la sociedad

Jean Améry no superó el síndrome de Auschwitz y en 1978 se suicidó en Salzburgo. Unos años antes, en la década de los cincuenta, realizó un viaje por la República Federal Alemana y sus reflexiones las recogió en ‘Años de andanzas nada magistrales’, donde señala que «a los alemanes no les estaba permitido mirar hacia atrás, sólo les quedaba la prisa sin descanso. Saltando habían pasado ya no sólo por encima de su horrendo pasado inmediato sino también por encima de la negación de éste personificada en los exiliados». En este mismo tono crítico, Karl Jaspers hacía referencia al estado de urgencia moral de la RFA y decía que, «sin la conciencia de una responsabilidad colectiva no sería posible romper la continuidad fatal con el Estado que introdujo los campos de concentración». A los planteamientos de Améry y Jaspers se les añadió, entre otros, el diagnóstico de Alexander Mitscherlich sobre la incapacidad de duelo y arrepentimiento en los primeros años de la RFA.

La desnazificación de la RFA fue analizada también desde perspectivas más optimistas. En la serie de televisión ‘Hijos del Tercer Reich’, cuando finaliza la contienda uno de los protagonistas vuelve a Berlín y declara a sus amigos: «Fuimos a la guerra como nazis y volvemos como alemanes». En efecto, mientras la alta jerarquía político-militar fue juzgada y condenada en Nuremberg, la mayoría de la población que en diversos grados y modos colaboró con el nazismo se incrustó en las estructuras democráticas como alemanes corrientes que sin nostalgia dejaban atrás el pasado. Quizá por ello, en 1971 Habermas escribía en ‘Perfiles filosófico-políticos’ que, «la RFA ha logrado superar las asincronías de su desarrollo y se ha convertido por primera vez desde hace siglos en un contemporáneo de la Europa Occidental: hoy vivimos en uno de los seis o siete Estados más liberales del mundo y en uno de los seis o siete sistemas sociales con menos conflictos internos». En dos décadas el nazismo en la RFA se encontraba prácticamente extinguido.

Por lo que a nosotros respecta, cabe señalar con S. Licht y M. Kaldor que desde hace años la sociedad vasca se encuentra sometida a un proyecto de nacionalización que excluye a determinados segmentos de la población y deseca la práctica cívica. Se trata de un proyecto que se legitima en la incompatibilidad e irreductibilidad de las culturas, pues como dice Martín Alonso, «lo que importa no es la existencia de diferencias sino la voluntad de diferenciar». La nacionalización de la sociedad significa que la identidad reposa en la no-identidad: «Ni españoles ni franceses, somos vascos». Es decir, como acertadamente señala Reyes Mate, «la identidad se construye excluyendo personas sin las cuales los excluyentes no serían lo que dicen ser». Desde esta perspectiva, la historia se basa en una idea de progreso que tiene un happy end: la liberación del pueblo. Los presos de ETA no se encuentran presos por asesinar a personas inocentes sino porque lucharon por la libertad política y social de nuestro pueblo (Documento del 28-12-13) y el diputado general de Bizkaia, José Luis Bilbao, se afilió al PNV por la liberación de Euzkadi. De ese modo quedaron constituidos el bando de los nacionalistas libertadores y el de los opresores: PP, PSE, Guardia Civil, etcétera.

Estas visiones de la historia que construyen un enemigo a sacrificar en el altar de la patria Walter Benjamin las relacionaba con el fascismo, ya que la producción de víctimas se vuelve inevitable y se naturaliza la historia de sufrimiento. Para el vencedor el pasado es tan sólo lo que fue, sus hechos son inertes y se encuentra clausurado. El vencedor identifica facticidad con verdad. La naturalización de la historia presenta dos momentos de violencia: la lograda en el pasado con la producción de víctimas y la presente en la que los herederos narran el pasado con los esquemas del vencedor. Porque los presos de ETA se encuentran presos porque lucharon por la libertad política y social de nuestro pueblo (Documento del 28-12-13), sus herederos pueden continuar el proyecto de nacionalización por otras vías promoviendo la «ruptura exquisitamente democrática entre Euskadi y España». EH Bildu ha recibido un patrimonio de ETA que ahora trata de incrementar. Como suele comentar mi amigo Víctor Urruela, «nos han robado la dama, una torre, cuatro peones y el alfil, y ahora exigen que con reglas democráticas se inicie una nueva partida».

Las víctimas que hoy recorren nuestros pueblos observan con desolación la argumentación negacionista que establece equivalencias morales, funde en una amalgama distintos tipos de violencia y disuelve en un conflicto las responsabilidades. Las víctimas observan la incapacidad de duelo y las prisas por dejar atrás el pasado. De ahí que sea necesario, como decía Benjamin, «cepillar la historia a contrapelo» y adoptar una perspectiva que incluya lo que pudo ser y se malogró». El pasado, dice el benjaminiano Reyes Mate, «es más de lo que fue, es lo todavía no descubierto y que aún puede llegar a ser». Por ello, las víctimas guardan un mensaje que trastoca el presente. La nacionalización obligatoria de EH Bildu oblitera las víctimas pues tiene prisa por homogeneizar aún más la sociedad y la asimilatoria del PNV las instrumentaliza pues no puede aceptar plenamente su contenido de verdad. Es contradictorio hablar de paz y convivencia y dar por decidido un nuevo estatus político sin hacer previamente una revisión del pasado que problematiza el presente. Tomar las víctimas en serio supone frenar todo proceso de nacionalización que fractura la convivencia y las humilla aún más. Tomar las víctimas en serio significa recomponer la pluralidad de la sociedad.