La estela del terror

Resulta lícito apuntar al efecto perverso de una mentalidad forjada en el nacionalismo totalitario de Sabino Arana, creador de una auténtica identidad asesina. Si no, cómo explicar la conversión de tantos jóvenes, de existencia normal, en criminales sanguinarios legitimados por la búsqueda de un objetivo político irreal. «Aquí se ha matado por un concepto aberrante de patria».

Existe una abundante abundante bibliografía acerca de la historia de ETA, pero hasta ahora faltaba un libro en el que la historia de todas y cada una de sus víctimas mortales fuera reconstruida siguiendo el hilo de los atentados. En un libro sobrecogedor, Vidas rotas, tres especialistas en el análisis del terrorismo nacionalista han conseguido efectuar esa necesaria reconstrucción histórica. Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey atienden con un encomiable nivel de profesionalidad a la exigencia formulada por el hijo de una de las víctimas, el político socialista Fernando Múgica Herzog: «Se tiene que saber quiénes son las víctimas, sus nombres y apellidos, su historia anónima de persecución, de humillación y de ofensa. Y quiénes son los victimarios, que tienen también su nombre y apellidos, por qué están en la cárcel y qué es lo que hicieron. Hay que saber quién murió y quién mató».

Vidas rotas es una rigurosa crónica de crímenes políticos, pero también un incentivo para preguntarse cómo es posible que en una sociedad, especialmente cuando acaba el franquismo y llega la democracia, y con especial intensidad justo entonces, se multiplicasen esos «patriotas de la muerte», por usar el término de Fernando Reinares, los cuales con toda frialdad asesinaron uno tras otro a cientos de ciudadanos que en la mayoría de los casos no podían tener responsabilidad personal alguna en la supuesta opresión sufrida por Euskadi. Hubo arrepentimientos, incluso pagados con la vida como el de Yoyes, pero en general tropezamos con creyentes empapados en una religión del odio, algo que han vivido en sus hogares o en los círculos de socialización como adolescentes. Habida cuenta del tipo de reacción complementaria de tantos nacionalistas ajenos a ETA ?ejemplo la actitud de los miembros de PNV y de EA en Andoain con ocasión del asesinato de Pagaza?, resulta lícito apuntar al efecto perverso de una mentalidad forjada en el tipo de nacionalismo totalitario de Sabino Arana, creador de una auténtica identidad asesina. No es posible de otro modo explicar la conversión de tantos jóvenes, inicialmente de existencia normal, en criminales sanguinarios legitimados por la búsqueda de un objetivo político que nunca ha sido ni será real. Tal y como resume el autor del prólogo, Fernando García de Cortázar, «aquí se ha matado por un concepto aberrante de patria».

Cuando el asesinato tuvo especial relevancia ante la opinión pública o se encuentra disponible información adicional acerca de lo sucedido a los familiares, o de sus juicios sobre los sucesivos casos, el relato efectúa una oportuna detención, casi siempre esclarecedora al dar cuenta pormenorizada de los terribles efectos del crimen. Ello es siempre también motivo de desolación para el lector que tenga un mínimo de sensibilidad. Después de cada episodio, uno siente el deseo de ir a ver, a hablar, a abrazar a esos supervivientes, en ocasiones mutilados, tantas otras veces afectados psicológicamente para siempre por el impacto del momento crítico en que recibieron la noticia, contemplaron el cadáver de la víctima o vivieron en primera persona de un modo u otro el atentado.

Conviene destacar que a pesar de lo delicado del tema, Alonso, Domínguez y García Rey no cierran los ojos ante las actitudes contradictorias. Ahí está la reseña del homenaje a Ernest Lluch, con la reproducción de las famosas palabras de una conocida periodista, alusivas a que Lluch hubiera dialogado con los etarras incluso en el instante de ser asesinado. Despropósito explicable por el dramatismo de la situación, pero que es reducido a su significado preciso por los datos ofrecidos en el libro de Edurne Uriarte acerca de la forma en que sus asesinos arrastraron al ex ministro por el garaje hasta llegar a un punto en que las balas no rebotaran contra ellos. Los killers de ETA no concedían espacio para el diálogo.

La lectura de esa riada interminable de tragedias personales y familiares, y sobre todo el interés que revisten anotaciones como la citada, llevan a pensar que en el libro se da la ausencia de un componente que habría resultado imprescindible para situar esos crímenes en su tiempo real, en el marco de la opinión pública y de las circunstancias políticas cambiantes. Alguna vez hay informaciones de este género, siempre valiosas, que subrayan la importancia de conocer cómo reaccionaron los partidos políticos y las organizaciones sociales a los sucesivos crímenes. De ese modo hubiera sido posible establecer un balance de conjunto, así como reconstruir las probables líneas de continuidad o cambio, especialmente importantes por lo que toca al Gobierno Vasco y al PNV. Al no haber sido cubierto este vacío, queda en la sombra el principal interlocutor institucional de las víctimas, el nacionalismo democrático, a quien muchos reprochamos haber elaborado un discurso ambivalente respecto del terror, con el rechazo formal de ETA siempre acompañado a continuación de la justificación indirecta del «conflicto». Sólo mediante esa inclusión los lectores llegarían a entender las causas del inhumano aislamiento a que fueron sometidos tantos allegados de las víctimas en los pueblos vascos y navarros. Es preciso ir, pues, a las raíces, porque según advertía Heine, citado por Primo Levi, «la violencia es una semilla que no muere».

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Fragmento dedicado a Ernest Lluch en ‘Vidas rotas’, de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey

ERNEST LLUCH MARTÍN

21 de noviembre de 2000. Barcelona. Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.

La noche en que fue asesinado, Ernest Lluch Martín regresaba a su casa de la avenida de Chile de Barcelona tras haber impartido clases de Economía en la Universidad Central de esa ciudad. Llegó al garaje del edificio de su vivienda, se apeó de su turismo y en ese momento recibió dos impactos de bala en la cabeza que le provocaron la muerte en el acto. Un vecino del inmueble encontró su cadáver a las 23:30 horas, unas dos horas después de que José Ignacio Krutxaga, miembro de la banda terrorista ETA, le hubiera asesinado con una pistola.

En el año 2001, la editorial Dèria publicó el libro Qué piensa Ernest Lluch, basado en una larga entrevista que le hizo el periodista Marçal Sintes en 1996. Una de las preguntas que formuló fue: «A usted, ¿ETA le ha amenazado?». Lluch respondió:

Me han estado siguiendo, me han hecho todo este tipo de cosas. No quiero entrar en detalles porque es una cuestión que los que por ahora hemos salido bien librados del asunto no debemos aprovechar para hacernos los mártires. Y ahora, desde luego, tengo miedo a veces.

Ernest Lluch Martín nació en 1937 en Vilassar de Mar (Barcelona). En la fecha de su asesinato tenía compañera sentimental. Antes se había separado de su esposa, con la que tuvo tres hijas. A lo largo de su vida se afanó en sus grandes pasiones: la universidad, la política, los medios de comunicación, la música y el fútbol. De larga trayectoria universitaria, consiguió el grado de doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Central de Barcelona. En 1966 fue expulsado por apoyar al Sindicato Democrático de Estudiantes, siendo en aquellas fechas ayudante del catedrático Fabián Estapé. En 1986 obtuvo la cátedra de Historia de las Doctrinas Económicas en la Universidad de Barcelona. Posteriormente fue también rector de la Universidad Menéndez Pelayo en una de las épocas de mayor proyección de esa institución (1989-1995). Desde 1995 y hasta su asesinato se dedicó a su tarea de docente en la capital catalana.

En cuanto a su carrera política, en los años sesenta fue partícipe de varias iniciativas que lucharon contra el régimen franquista. Siendo un joven estudiante se sumó a la oposición democrática al franquismo, convirtiéndose en el representante de los alumnos de la Facultad de Económicas. En las elecciones generales de junio de 1977 fue elegido diputado por Gerona como candidato de la coalición Socialistas de Cataluña. Felipe González contó con Ernest Lluch para ocupar la cartera ministerial de Sanidad y Consumo en su primer Ejecutivo (1982-1986).

Ensayista y articulista, en la época de su muerte compaginaba su labor académica con sus colaboraciones en diversos diarios, como La Vanguardia, El Diario Vasco y El Correo, y en la emisora de radio Cadena SER. Como ensayista, escribió varios libros sobre historia económica, particularmente referidos a Cataluña. Entre ellos: La Catalunya vençuda del se gle XVIII: foscors i clarors de la Il·lustració o L’alternativa catalana (1700-1714-1740) (Edicions 62, S. A., 1996) y Ramón de Vilana Perlas i Juan Amor de Soria, teoria i acció austricistes (Eumo editorial, 2000).

Era un apasionado del fútbol y del Barça. En las elecciones a la presidencia del F.C. Barcelona de 2000 había concurrido como miembro de la candidatura de Lluis Bassat, finalmente derrotada. Compaginó su militancia culé con su simpatía hacia la Real Sociedad, club del que era socio. De hecho, Lluch estuvo muy vinculado a San Sebastián, ciudad a la que acudía frecuentemente.

Según destacaron varios medios de comunicación tras su asesinato, Ernest Lluch era uno de los más acérrimos defensores del diálogo como vía de resolución de la violencia en el País Vasco. No en vano, era miembro del denominado movimiento social por el diálogo y el acuerdo Elkarri. La prensa expresó de forma generalizada que Lluch había respaldado siempre el acercamiento de los socialistas vascos con el Partido Nacionalista Vasco (PNV), formación política a la que pertenecían varios de sus amigos. En numerosas ocasiones había repetido que no se podía aislar al PNV de las negociaciones.

A ese respecto, José María Calleja, en su libro ¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco (Espasa, 2001), dijo de su amigo Lluch que «se situaba en el ámbito tan característico del socialismo catalán, un poco de izquierdas, un poco más nacionalista casi que de izquierdas». Añade Calleja:

Ernest quiso hacer algo más que denunciar la violencia terrorista y se adentró en un territorio lleno de minas, como es la aproximación al entorno de la banda terrorista, con afán de encontrar una solución dialogada. Una de las muchas minas que alfombran ese territorio salvaje le explotó en la cara y le quitó la vida. Como en tantas otras ocasiones, corren más riesgos los que hacen esfuerzos por «integrarse» al modo nacionalista, por acercarse a los nacionalistas, por caerles simpáticos, por llevarse bien con ellos, que aquellos que tienen claro, desde el primer minuto, que en el País Vasco no hay libertad y que ETA te puede pegar un tiro si te sales o te enfrentas a su proyecto totalitario.

Por su parte, Florencio Domínguez, en su obra ETA en Cataluña. De Terra Lliure a Carod-Rovira (Temas de Hoy, 2005), argumenta que el asesinato de Lluch «se produjo en el contexto de una brutal ofensiva terrorista con la que ETA pretendía forzar un cambio de política del PNV para restablecer el pacto entre nacionalistas (el Pacto de Estella)». Añade el autor que la ofensiva terrorista «iba encaminada a impedir cualquier puente de entendimiento que pudiera levantarse entre el PNV y los partidos constitucionalistas, especialmente con el PSE». El libro de Domínguez recoge que la dirección etarra, en una circular interna, marcó con claridad el sentido de la campaña criminal en las mismas fechas en que fue asesinado Ernest Lluch: «En opinión de la Organización, hay que evitar que los partidos políticos vascos u otros agentes hagan acuerdos particulares con los Estados español y francés, puesto que eso sería reeditar el error de 1977».

El 23 de noviembre de 2000, cerca de un millón de personas se manifestaron por las calles de Barcelona para protestar por el asesinato de Lluch y para pedir el cese del terrorismo etarra. La manifestación discurrió bajo el lema «Cataluña per la pau. ETA no» (Cataluña por la paz. ETA no) y estuvo encabezada por el presidente del Gobierno español, José María Aznar; el del catalán, Jordi Pujol; el alcalde de Barcelona, Joan Clos; el lehendakari, Juan José Ibarretxe; y el secretario general del PSOE, José Luís Rodríguez Zapatero, entre otros políticos.

En aquella manifestación, la periodista Gemma Nierga, en cuyo programa de radio La Ventana participaba Lluch como colaborador, fue la encargada de leer el manifiesto unitario pactado por los distintos partidos políticos. Tras leer el texto acordado, la periodista añadió una reflexión que sorprendió a los políticos allí presentes al no haber sido previamente consensuada: «Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo mató, habría intentado dialogar; ustedes que pueden, dialoguen, por favor».

A propósito de esta declaración, Edurne Uriarte escribe en su libro Cobardes y rebeldes. Por qué pervive el terrorismo (Temas de Hoy, 2003):

Los terroristas acababan de asesinar a Lluch y muchísimos ciudadanos catalanes y todas las fuerzas políticas se lanzaron a la calle para rebelarse contra ETA. Pero tras la lectura del comunicado suscrito por todos, Nierga tuvo un arrebato personal, un impulso irrefrenable de aportar su propia solución al terrorismo, el diálogo. «¡Diálogo! ¡Diálogo!», gritó, y por si acaso no estaba todavía suficientemente claro que los que nos negábamos a negociar con ETA éramos unos intransigentes, añadió que Lluch hubiera negociado con sus propios asesinos. Es uno de los momentos más indignantes y humillantes para la movilización democrática por la libertad que recuerdo. Cuando muchísimos ciudadanos habían dejado hace tiempo de callar por mie- do, y cuando estaban dispuestos a arriesgarse y a movilizarse contra los terroristas, una persona signifi cativa, miembro de la élite periodística de nuestro país, les decía, nos decía, que no, que estábamos equivocados, que no debíamos enfrentarnos a los terroristas, que eso era una actitud intransigente, que debíamos aceptar el chantaje y que teníamos que resignarnos y rendirnos a sus exigencias. Y lo que resulta aún más terrible, pero importante para entender el signifi cado de la teoría del diálogo, es que algún tiempo después me relataron los detalles exactos del crimen de Lluch. Como es sabido, fue asesinado en un garaje, pero no es tan sabido, sin embargo, algo más de ese crimen. Pues bien, los terroristas abordaron a Ernest Lluch al lado de su coche, pero no le dispararon allí mismo sino que le arrastraron hacia la mitad del garaje para que las balas con las que le iban a asesinar no rebotaran en los coches y alcanzaran a los propios terroristas. Habría que preguntar a Gemma Nierga qué diálogo con los terroristas hubiera sugerido a Lluch para esos terribles instantes finales.

En 2002 se constituyó la Fundación Ernest Lluch, que pretende mantener viva la memoria del académico asesinado por ETA, además de centrarse en promover actividades relacionadas con el bagaje de Lluch en «los campos de la reflexión intelectual, de la producción académica, de los compromisos cívicos y de las aspiraciones sociales, culturales y deportivas» (www.fundacioernestlluch.org).

En 2002 la sección 2.ª de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional condenó a José Ignacio Krutxaga Elezcano, Lierni Armendaritz y Fernando García Jodrá como autores del asesinato de Ernest Lluch a sendas penas de 33 años. Asimismo, los terroristas debían indemnizar a los herederos del fallecido con 464.593 euros. Durante el juicio los asesinos intentaron ensuciar la memoria del prestigioso profesor desafiando al tribunal con la siguiente proclama: «Hoy hemos sido juzgados por la muerte de Lluch, el ministro de los GAL…, nosotros no olvidamos ni olvidaremos que Ernest Lluch fue un miembro del Estado de los GAL. Gora ETA y visca la terra».

Antonio Elorza, EL PAÍS, 4/2/2010