La frustración de la vanguardia

 

La vanguardia no se conforma con vivir su modelo de vida; quiere que todos vivan según ese modelo. Es el caso del movimiento por el fomento del euskera. El debate de las políticas lingüísticas se reduce, en realidad, al clásico sobre la democracia y la libertad. Sólo aceptando esos valores podemos empezar a hablar del fomento del euskera, de la elección del idioma de enseñanza, etc.

Por fin, los tres o cuatro últimos años, se empieza a hablar sobre el euskera, sobre las políticas lingüísticas más en concreto, de forma cruda y abierta. La característica más importante de las políticas lingüísticas durante años ha sido precisamente el silencio. Primero fue un consenso mal entendido, luego miedo a presentarse como divergente de lo políticamente correcto, tan poderoso en la opinión pública en Euskadi, tanto más poderoso precisamente por haber sido alimentado con el silencio, con la ausencia de crítica. Y desde el mundo no nacionalista, una mezcla de complejo junto con el miedo a enfrentarse al poderoso nacionalismo, precisamente en su esencia, nos ha deparado largos años de dimisión de la crítica.

Pero últimamente la crítica sale a la luz. Esto se ha producido, seguramente, por dos motivos: el primero es que la presión de las políticas lingüísticas es tan fuerte que se hace ya insoportable. Los recortes de igualdad de oportunidades en amplios sectores de la población hacen que la situación sea insostenible. Pero, junto a esta rebelión silenciosa, hay también una enorme frustración entre los euskaltzales que durante tres décadas han hecho una vida militante con el fomento del euskera como bandera. Y conviene separar este colectivo militante -que ciertamente en su inmensa mayoría es nacionalista- de los políticos nacionalistas que de forma consciente y descarada utilizan las políticas lingüísticas para cerrar el acceso al poder político.

Alguno me dirá que al fin y al cabo las propuestas lingüísticas son las mismas o parecidas en ambos casos. Sí, pero la motivación es radicalmente diferente: el motivo que dirige la acción del político nacionalista es el control del acceso al poder, el motivo que guía al euskaltzale es la defensa del euskera y su fomento, mayoritariamente mal entendido, ya sé, pero su motivación profunda es diferente. Asumida la frustración -cosa que aún no se ha dado-, el militante del euskera puede abrir cauces para el diálogo y el consenso, el político nacionalista difícilmente abrirá este camino porque supone la pérdida de su propio poder.

No soy tan ingenuo como para no ver que un grupo no desdeñable de supuestos militantes del euskera son, en realidad, dura avanzadilla del núcleo duro de la construcción nacional. Pero lo que legitima y da respetabilidad a las políticas lingüísticas es esa masa, tampoco desdeñable, de militantes del euskera de buena fe. Este colectivo de militantes se encuentra hoy desorientado y frustrado al comprobar el fracaso de las políticas lingüísticas. Para este grupo, el fracaso más evidente es la ausencia del uso del euskera. O dicho de otra manera: la deslealtad más palmaria de los conocedores del euskera. Esta nueva categoría de conocedores ha roto los esquemas. Este colectivo tiene la legitimación moral porque ha hecho un enorme esfuerzo personal y, sin embargo, cuando puede elegir opta por utilizar el castellano. Precisamente por eso son el mejor índice del fracaso de las políticas lingüísticas. Es la dura realidad difícilmente asumible para el militante. No hay boletín oficial que regule la voluntad individual de los ciudadanos. Esta lección básica y elemental de libertad y democracia está siendo muy difícil de integrar por el colectivo militante.

Para el político de construcción nacional, la salida es clásica: esto nos pasa por ser demasiado buenos. Por eso proponen medidas aún más coercitivas para no dar posibilidades a las elecciones personales.

Al final, los militantes del euskera deben asumir la misma frustración que han tenido que asumir vanguardias de todo tipo: esta frustración se llama libertad. Se llama democracia.

Quisiera detenerme un poco en esto de las vanguardias. Vamos a definir vanguardia como el grupo o colectivo -tanto da que sean un grupo religioso, político (nacionalistas, comunistas) o cultural- que ha definido un modelo de vida, un modelo social que le parece el ideal. Está convencido hasta tal punto de su verdad que no puede entender que la población no lo acepte de forma natural y voluntaria. Es verdad que comprueba que de hecho esas adhesiones voluntarias no se dan, pero lo achaca a las circunstancias, a poderes oscuros que encadenan la voluntad de los individuos, a la alienación, como decían los comunistas. Su acción es precisamente romper esos poderes para que al fin los individuos liberados se adhieran a su causa.

La vanguardia no se conforma con vivir según su modelo de vida; quiere que todos vivan según ese modelo. El movimiento a favor del fomento del euskera actual en Euskadi, no lo tengo que decir, sigue este modelo.

Y frente a este modelo, y como muro de contención, se encuentra la democracia. El reino gris de las frustraciones. Y nos dice que a lo mejor no es que el ciudadano esté alienado, es que no quiere lo que nosotros le proponemos. Y surge el elemento de fondo más poderoso de la democracia: el reconocimiento de la autonomía de los ciudadanos.

Al final sólo nos quedan dos opciones: obligamos a los ciudadanos a que sean buenos ciudadanos -aquí cada uno puede poner la definición que quiera: nacionalista, comunista, euskaldun, etcétrera- o aceptamos que el ciudadano libre tiene autonomía para decidir lo que le gusta, aunque a nosotros nos parezca mal. Con lo cual, el debate de las políticas lingüísticas se reduce, en realidad, al debate sobre la democracia y la libertad. Y es un debate clásico. Las propuestas totalitarias, frente a la libertad y autonomía del ciudadano. Porque toda propuesta que impide la convivencia simultánea de otras alternativas es siempre totalitaria, por muy atractiva que sea.

¿Podemos obligar a la población a que sean buenos ciudadanos (libres)? Hoy podemos responderle a Rousseau: sólo podemos obligar al ciudadano a que cumpla las normas generales que, precisamente, son las que garantizan la autonomía personal y la libertad ciudadana.
La aceptación de esos límites es lo que produce siempre la frustración de las vanguardias. El mundo euskaltzale debe aceptar esos límites. Y es seguramente la única forma de garantizar el fomento del euskera en una sociedad libre. Y para ello es necesario poner blanco sobre negro, precisamente, la transgresión de la autonomía del ciudadano por parte de las políticas lingüísticas actuales.

Sólo aceptando de forma indiscutida esos valores podemos empezar a hablar del fomento del euskera, de la elección del idioma de enseñanza, de las ayudas públicas al euskera o los requisitos para el acceso a la función pública.

Andoni Unzalu, EL CORREO, 3/12/2008