La gangrena

ABC 29/11/14
LUIS VENTOSO

· No son anécdotas pintorescas, es el germen de un aparato totalitario

EL jueves se conocieron dos noticias de apariencia chusca, ambas en Cataluña. Una era que el Gobierno de Mas había ordenado a su Consejo del Audiovisual, una suerte de comisariado político que atiende por CAT, que iniciase el proceso para multar a las radios y televisiones que se negaron a emitir la propaganda oficial de promoción de la consulta ilegal del 9-N. Entre los infractores están las cadenas Cope, Ser y Onda Cero. La segunda noticia era que el Ayuntamiento socialista de Tarragona exige a las tiendas de souvenirs locales que solo ofrezcan recuerdos alusivos a la ciudad y a Cataluña, proscribiendo todo aquello que pueda asociarse a folclore, paisaje o historia de España.

Han pasado 24 horas. No se percibe ningún revuelo en Cataluña por esas dos iniciativas. Vamos a plantearlo al revés. Ana Botella, alcaldesa de Madrid, emite una disposición y advierte a los quioscos y tiendas de recuerdos madrileñas que queda prohibido vender todo tipo de souvenirs que aludan a la Sagrada Familia, el Barça, Messi, Dalí, los Pirineos, la Costa Brava o cualquier cosa que recuerde mínimamente a Cataluña. Además, se multará a quien instale un rótulo en catalán en Madrid. En paralelo, el Gobierno de Rajoy crea un Consejo del Audiovisual de España (CAE) y le ordena que habrá expediente para multar a TV3, los periódicos catalanes y sus radios por no defender con la pasión debida el orden constitucional democrático. ¿Qué pasaría? Pues que se generaría, y con razón, una polémica estruendosa. De la mañana a la noche escucharíamos todo tipo de insolencias perdonavidas por parte de Homs, Junqueras y Mas. El diputado Tardá protagonizaría alguna protesta creativa. Sánchez y su entorno mediático podrían el grito en el cielo por la agresión. El novio de la emprendedora inmobiliaria Tania y los restos de IU exigirían la dimisión de Rajoy. Piqué, Guardiola y José Carreras se quejarían en Twitter de la agresión de «Madrid». La palabra «fascismo» saldría pronto a relucir.

Pero no ha pasado nada. ¿Y qué indica eso? Pues lo peor. A una parte de la sociedad catalana ya no la escandaliza que se reprima la libertad de esa manera tan burda y frontal, y la otra está tan acogotada por el pensamiento único nacionalista que es incapaz de expresar su queja en voz alta y clara.

Entrometerse con tal zafiedad en los escaparates de los comerciantes y en el libre albedrio de las empresas de comunicación no es una anécdota pintoresca. Es el germen de un régimen totalitario, que regula poco a poco hasta lo más íntimo para cercenar todo atisbo de disidencia. Un sendero que a lo largo de la historia ya se ha recorrido, acabando en el gueto, y en los años cuarenta del siglo pasado incluso mucho más allá. Javier Gomá, el filósofo de guardia, suele repetir una idea muy interesante: «Las conquistas humanas tienen un carácter absolutamente precario. No hay conquista ni progreso que no sea reversible». Callarte cuando comienzan a pisotear tu libertad, inhibirte por temor a ser diferente, plegarte buscando las regalías del poder omnímodo… No es nada nuevo. Es, simplemente, el principio de la gangrena. Lo que el extraordinario Ingmar Bergman llamó «el huevo de la serpiente».