La gran falacia

Ibarretxe habla de unas «instituciones vascas indefensas» y, frente al recurso, amenaza con una «respuesta adecuada, serena y firme ante un despropósito». Prepara su estrategia electoral: presentarse a sí mismo y a Euskadi como víctimas de una nueva imposición del Estado español. Con esa doctrina alimenta a los terroristas. Para ellos, la «respuesta adecuada» es matar.

Ruego al lector que anote esta circunstancia: ayer, Ibarretxe acusó a Zapatero de suspender el autogobierno del País Vasco. Era su respuesta al recurso de inconstitucionalidad que el Gobierno español presentó contra su ley de consultas. Al mismo tiempo, el Ministerio de Economía presentaba las anunciadas, esperadas y poco sorprendentes «balanzas fiscales». Y ese País Vasco, al parecer desprovisto de su autogobierno, es la comunidad rica que menos contribuye a la solidaridad. ¿Quizá porque no tiene recursos? ¡No! Es el territorio de mayor renta. Pero sus habitantes no pagan impuestos al Estado español. Sus privilegios le permiten recaudar, inspeccionar y gastar sin pensar en el resto de la nación. Gracias a los beneficios forales, disfruta de una auténtica independencia tributaria. En ese sentido, Euskadi es realmente un Estado asociado.

¿Y dice Ibarretxe que recurrir su ley es quitarle el autogobierno? Si los demás tuviésemos la misma falta de pudor, le diríamos: ¡váyase usted, señor lendakari, a hacer gárgaras con sus soflamas! El País Vasco queda fuera de los principios de solidaridad interregional por concesión del Estado y, en todo caso, constituye un agravio para el resto de las autonomías, ricas o pobres. Quienes tienen, o tenemos, virtualmente suspendido, y desde luego limitado, el autogobierno político, somos todos los demás: los que ven repartida su contribución por criterios superiores; los que carecen de recursos propios para atender a sus necesidades; los que esperan cada año la asignación presupuestaria para ver cómo pueden gobernar; los que dependen de la generosidad del Gobierno central para el desarrollo de las infraestructuras; los que ven cómo se acumulan retrasos en obras públicas como el tren de alta velocidad y claman en el desierto para pedir que se concreten unos simples plazos de ejecución?

Al lado de eso, el País Vasco es un paraíso de autonomía; un paraíso de competencias que no tiene parangón en Europa. Sin embargo, Ibarretxe tiene construido un discurso que describe unas «instituciones vascas indefensas» y termina su alegato contra el recurso al Tribunal Constitucional con su tradicional amenaza: «Respuesta adecuada, serena y firme ante un despropósito democrático». Eso es gobernar desde la demagogia como procedimiento. Es ejercitar una forma de presión que no puede ser admitida como respuesta al cumplimiento de los mandatos de la Constitución. Y es, sobre todo, el estilo político de un gobernante que enmaraña en esas falacias su aspiración de engañar a todos, empezando por los propios vascos.

A este cronista le gustaría saludar hoy su otro talante, que es el de urgir la pronta sentencia del Constitucional. Si Ibarretxe quiere esa sentencia, es que está dispuesto a acatarla, aunque sea desde la más sonora de las discrepancias. Pero lo estropea todo con esa falsificación de la realidad. No es que sea un mentiroso, que no soy quién para calificarlo así. Es que está preparando su estrategia electoral: presentarse a sí mismo y a Euskadi como víctimas de una nueva imposición del Estado español. ¿Y saben a quién alimenta con esa doctrina? Claro que lo saben: a los terroristas. Para ellos, la «respuesta adecuada» es matar.

Fernando Ónega, LA VOZ DE GALICIA, 16/7/2008