«La gran reforma constitucional vendrá por Europa»

ABC 16/03/14
ENTREVISTA MARIANO RAJOY

· El jefe del Ejecutivo fija en ABC los ejes de su agenda: elecciones europeas, Cataluña y consolidar la recuperación

Del hombre que tengo delante se ha dicho simultáneamente que es frío y visceral; listo y tonto; bondadoso y perverso; vanidoso y humilde; calculador y vehemente; hablador y silente; emprendedor y pasivo; perezoso y trabajador. Así, cuando inicio la charla con él me asalta una idea. Alguien que puede ser una cosa y la contraria ha de tener materia contra la que no hay fuerzas del mal ni del bien –representada esta última por la paradigmática superioridad moral de la izquierda– que osen luchar. Sin embargo, por mucho que intento alimentar el mito para el fondo de armario de mi reportaje, él se empeña en abatirlo. Y hasta parece un sujeto normal cuando bromea sobre lo que hacemos los periodistas. —Las hemerotecas son muy valiosas. Fíjese que todavía recuerdo a los periódicos que se dedicaron a pedir el rescate desde sus editoriales. Bueno, a pedir que fuera yo quien lo reclamara como presidente del Gobierno.

—Hubo alguno que lo exigió.
—Eso, eso. Hubo quien pensó que era inminente, que faltaban horas.

Reflexiono cuando charlo con el presidente en la Redacción de ABC, adonde ha acudido para clausurar los actos del 110 aniversario del diario, sobre que el fin del mundo –o el cabo de Hornos en versión monclovita– ya no es lo que era. El apocalipsis que se coló en las portadas dickensianas de «The New York Times» araña nuestro pasado más reciente, pero ya no tiene el tirón político que los tiburones de votos presumían. Sobre ello le pregunto a mi interlocutor.

—Mire, yo no me doy en absoluto por satisfecho. Tenemos mucho por hacer. Sepa que hasta que yo no vea que en España se crea empleo de forma importante no estaré tranquilo ni diré que hemos superado la crisis definitivamente.
—Luego cree que todavía hay un trecho por recorrer…
—Por supuesto. Y el mérito de lo hecho no es del Gobierno, sino de la sociedad española. Somos un gran país y esta no es la primera vez que logramos sorprender a los que nos observan desde fuera.

Cualquiera diría, recién duchado y planchado, que mi interlocutor ha pasado ya por el ring parlamentario con Rubalcaba (es miércoles y ha tocado Pleno en el Congreso), pastoreado a los presidentes provinciales de su partido en Génova y escamoteado de nuevo, cien mil suspiros impacientes después, el nombre del elegido para comerle la merienda europea a Elena Valenciano. Tanto es así, que la pregunta es inevitable. Sin novedad, es la respuesta. Asunto cerrado, salvo que en los corrillos parece establecerse una fecha para anotar: lo más probable es que «lo conozcamos» en la primera semana de abril. Es más, parece que antes del día 7 de ese mes.

Cuando el presidente dice que «lo conozcamos», naturalmente hace uso de una gentileza con su interlocutora porque sabe muy bien que la que tendrá que aguardar hasta entonces seré yo. Si hay alguien en el territorio comunitario de la UE que no tendrá que esperar a los días previos a la Semana Santa, forzando los calendarios electorales, ese es él, Rajoy. Pero yo sigo rellenando la quiniela.

—¿Cómo están las opciones de Luis de Guindos para presidir el Eurogrupo?
–Estamos trabajando para que España tenga la máxima representación en los organismos internacionales. Ahora, si me permite, sí le quiero hacer una reflexión. Nuestro futuro se juega en Europa, no lo dude. La pesca, la agricultura y tantas decisiones económicas que van a marcar nuestro horizonte más próximo se fijan allí.

—Me está diciendo entonces que no se resigna a que las elecciones europeas no entusiasmen a los votantes españoles y haya una gran abstención.
—Yo espero que no. Le diré una cosa: la gran reforma de la Constitución española vendrá por Europa.

Expropiado de la intendencia y la seguridad que obligadamente le acompañan, el presidente solo parece presidente en una cosa: su conducta metódica. Durante el tentempié que siguió a la clausura del aniversario de ABC, no probó bocado ni bebió un vaso de agua. Y eso que en la Biblioteca del periódico se sucedieron filas de postulantes a dialogar con Rajoy que hubieran justificado la ingesta de un par de litros de agua para acometer el reto. Curiosa era su frugalidad y curiosa también la composición de esos grupos de pacientes tertulianos: desde presidentes de clubes de fútbol hasta responsables de empresas del Íbex pasando por altos cargos de su partido y representantes de la cultura y la aristocracia. Si uno ponía la oreja podía escuchar conversaciones tan variopintas como la receta infalible para mantenerse en forma –Rajoy está delgado, y bien se entiende a juzgar por la indiferencia con que trata a las croquetas– hasta la necesidad de una reforma eléctrica. Era algo parecido al «¿qué hay de lo mío?» en versión 2.0. Además, al invitado de ABC todo el mundo le dice que las reformas han de seguir. Hasta la «izquierda más posibilista» está de acuerdo.

—¿Va a aprobar más reformas, tras la financiera, la laboral, la eléctrica..?
—Por supuesto que tenemos que ampliar nuestro plan reformista. La eléctrica es la más importante, pero hay que hacer otras.

—Se lo aconseja Europa, claro.
—Sí, pero no solo. Yo tengo la profunda convicción de que tenemos que seguir por ese camino para avanzar.

Supongo que la misma determinación que a Rajoy le sirve para no hacer concesiones a las calorías del plato le ayuda para no bajar la guardia ante las calorías vacías que le sirve una periodista intentando rascar el nombre de algún candidato (llega un momento en que tanto da cuál, cuando el presidente no quiere pronunciar un nombre: a estas alturas sirve un candidato para Europa, para la alcaldía de Madrid o el elegido para la sustitución de un ministro achicharrado).

—Mire, las autonómicas y municipales no tocan. Ahora es Europa.

Sin quererlo, Rajoy me hace afiliarlo –cuando lo escucho cerrarse en banda– en el ejército de los seguidores de Lincoln, que dijo aquello de que «las batallas hay que abordarlas de una en una». Aunque esa militancia parece romperse cuando se le habla de Cataluña. El jefe del Ejecutivo parece tener presente, simultáneamente a la coyuntura que toque en cada momento, una preocupación transversal, global, indesmayable, que pasa por esta frase:

—Nunca voy a permitir una consulta como la que han planteado algunos. Y, desde luego, no voy a pasar a la historia como el presidente que permitió un referéndum ilegal en Cataluña.

La anécdota de Carrascal

Toca hablar de periodismo y luego apagar la luz. Lo primero lo sirve en bandeja José María Carrascal, que se acerca al presidente y le cuenta una anécdota sobre Aznar, otro presidente próximo en la afiliación, pero no en la filia a su sucesor. El maestro de periodistas le cuenta cómo hace años le dijo al otro inquilino de La Moncloa que nunca ambos podrían ser amigos si querían hacer cada uno su papel de gobernante y crítico con el poder. Sin embargo –sostuvo Carrascal– sí hay que reconocer los aciertos. «Y yo reconozco, señor Rajoy, los méritos que ha tenido su Gobierno en el ingente trabajo de recuperar España». Por un momento, el presidente baja la guardia.

—Nosotros, Carrascal, también tenemos momentos malos y nos duelen las cosas. Yo a usted lo leo mucho.

Rajoy se marcha de ABC. Aquel al que muchos garabatearon una contrafigura a base de creerle alianzas con poderes infernales para acabar con la España particular de algunos, se despide a pie de coche de la presidenta de ABC, Catalina Luca de Tena, y de su director, Bieito Rubido, con estas palabras:

–Tener un periódico de más de 110 años no es cualquier cosa.

Ahora sí. Toca apagar la luz.