La guerra del terror

ESPERANZA AGUIRRE, EL MUNDO – 12/01/15

Esperanza Aguirre
Esperanza Aguirre

· El miércoles pasado a media mañana todos los medios de comunicación y todas las redes sociales nos sacudían con la terrible noticia del atentado perpetrado por unos islamistas en la redacción de la revista Charlie Hebdo de París.

París, la capital del primer Estado que hizo del laicismo su columna vertebral, se veía sacudida por unos terroristas que no sólo rechazan ese laicismo, sino que, además, pretenden que su religión, el Islam, se convierta en la ley civil de todos los franceses. En aplicación de unos supuestos preceptos de esa religión, los terroristas del miércoles y después su cómplice, el secuestrador del supermercado, han asesinado a 17 personas entre periodistas y policías. En contra de lo que muchas veces se dice, los actos de terrorismo nunca son ciegos, siempre están llenos de significados, y sus autores siempre persiguen unos fines que, desgraciadamente, consiguen más veces de lo que debieran.

Por eso, después de cada atentado es imprescindible analizarlo en profundidad, descubrir las intenciones de los autores y reaccionar con la inteligencia y la entereza necesarias para que no consigan los objetivos que se han propuesto con sus crímenes.

Pues bien, al analizar el ataque terrorista del miércoles lo primero que tenemos que reconocer es que no se trata de un simple atentado contra unos periodistas a los que los islamistas consideran blasfemos. No. Es eso, pero, sobre todo, se trata de un ataque en toda regla contra los valores occidentales, contra los valores que a Occidente le ha costado más de veinticinco siglos destilar, desarrollar y convertir en los ejes de su propio ser. Por eso, el atentado de París lo estamos viviendo y sintiendo como propio todos los ciudadanos conscientes de Occidente.

Porque no podemos olvidar que ese atentado es, fundamentalmente, un ataque frontal contra el valor central de nuestra civilización: la libertad. Una de cuyas manifestaciones más esenciales es, precisamente, la de la libertad religiosa y de conciencia.

Lo que los terroristas no están dispuestos a tolerar de ninguna manera, lo que quieren erradicar de la vida de los países de Occidente es la libertad; para, una vez anulada la libertad de las personas, imponernos a todos su credo religioso, su concepción del mundo, sus normas, sus usos y sus costumbres. Este ataque frontal contra la libertad hay que enmarcarlo en lo que ya no cabe la menor duda de que, nos guste o no, es una guerra. Una palabra muy fuerte que nos cuesta mucho pronunciar, pero que, al mismo tiempo, es inevitable pronunciar.

Los yihadistas nos han declarado la guerra a todos los ciudadanos libres de los países libres. Esto no podemos ni debemos ignorarlo, por muy duro que nos resulte comprenderlo y aceptarlo. Claro que no es una guerra convencional, como las que estudiamos en los libros de Historia, en las que oficialmente un Estado declaraba la guerra a otro. Pero es una guerra en toda regla, una guerra que busca la destrucción de Occidente para imponernos la concepción yihadista del Islam en todos los países que hoy son libres. La segunda enseñanza evidente que sacamos del atentado parisino es que el arma clave que los yihadistas van a utilizar contra nosotros es el terrorismo.

Y aquí los españoles, desgraciadamente, tenemos una larga y dolorosa experiencia, después de cuarenta años de atentados etarras y casi 900 asesinatos. Asesinatos tan crueles como el que hemos podido contemplar del pobre policía francés al que el terrorista islámico descerraja varios tiros en la cabeza para rematarle, exactamente igual que los terroristas etarras (a los que algunos miserables homenajean como héroes) hicieron con Miguel Ángel Blanco o con Gregorio Ordóñez o con los otros centenares de sus víctimas.

Y la experiencia española en materia de terrorismo nos enseña, en primer lugar, que el arma clave que los países libres tenemos para luchar contra el terror es el Estado de Derecho. Esto es, la Ley, sólo la Ley, pero toda la Ley, sin excusas ni contemplaciones.

No hay que olvidar que el triunfo de los terroristas consiste en aterrorizar a los ciudadanos hasta el punto de que, ante el miedo a perder sus vidas, entreguen su libertad.

En esta defensa del Estado de Derecho y de la Ley tienen que ocupar un lugar destacado todos los ciudadanos occidentales de credo musulmán, sus autoridades religiosas y sus instituciones, que deben manifestar en todo momento su rechazo inequívoco del yihadismo terrorista y su adhesión a los valores occidentales, empezando por la libertad.

Pero eso sólo no basta. Es fundamental que los políticos de todos los partidos democráticos expliquen a los ciudadanos, tengan la ideología que tengan, que, en una guerra –y esto lo es– son imprescindibles los sacrificios, el valor e, incluso, el heroísmo.

Algunos tildarán de exagerada la comparación con el famoso discurso de Churchill en mayo de 1940, cuando electrizó a los ciudadanos británicos con su «blood, toil, sweat and tears», su «sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas», que fue una de las claves de la victoria del mundo libre sobre Hitler.

También a mí me gustaría equivocarme y que un discurso de ese estilo fuera eso, exagerado, pero me temo que estamos ante un desafío de una magnitud parecida al que el nazismo representaba entonces. Y mi único temor es que los países occidentales no sepamos estar hoy a la altura de la respuesta que en 1940 dieron los defensores de la libertad frente a los que querían arrebatársela.

ESPERANZA AGUIRRE, EL MUNDO – 12/01/15