La guitarrita

ABC 12/08/16
DAVID GISTAU

· Vivimos un tiempo circular en el que ciertas cosas regresan, pero protagonizadas por personajes peores, autoparódicos

EN la adolescencia, por culpa de las malas compañías, fui durante algún tiempo el personaje imposible de integrar en una pandilla jipiesca que portaba guitarra y en la que los enamorados hacían cosas como casarse «ante John Lennon». Lo bien que me vino la mili. Y lo mucho que he odiado desde entonces a los Beatles con un odio pavloviano, como de verme otra vez allí dando palmaditas con tal de pertenecer. Fantaseo con bandas «heavies» que irrumpen en los conciertos de los Beatles y los asesinan como a hachazos con los filos de sus guitarras.

Aquella gente por lo menos tenía el eximente de la juventud, aunque la hubieran extraviado en un Madrid en el que todavía era posible irse a pasar la tarde en los billares. No así los «happy few» de Rahola que, en una edad ya provecta, renovaron el fulgor utópico de la ingenuidad cantando a los Beatles alrededor de un Honorable Puigdemont que, en el preciso instante en que tiró de guitarra, pasó de dux independentista a monitor de los «boy-scouts». Todo, con su pelito yeyé, pelito como de haberse hecho fotos cruzando ese infame paso de cebra de Abbey Road. Las hogueras eran de orujo. En el vídeo, sólo es posible sentirse identificado con Laporta, que no se sabe la letra y ha de mirarla en el móvil –son mis palmaditas para pertenecer–, probablemente porque él esté acostumbrado a reuniones mucho más divertidas en las que uno se derrama por encima champán, y no destino manifiesto y cursilería.

En su masía estival, Rahola, que tiene una capacidad de adaptación orgánica como para escribir sólo observándola un tratado darwinista, hace de Rosa Regàs como anfitriona de la consagración de una nueva casta social que, con la bandera y el patriotismo, aspira a suceder a la hegemonía pujolista y, con la guitarra, pretende imitar la felicidad hedonista, pura, juvenil, de la «gauche-Bocaccio». Que yo creo, según consultas realizadas esta misma mañana, era más de terminar la fiestas sin ropa. Vivimos un tiempo circular en el que ciertas cosas regresan, pero protagonizadas por personajes peores, autoparódicos. Así ocurre con los actores de esta supuesta nueva Transición, intrusos casi todos de un arquetipo del pasado para el cual no dan la talla: los cheques sin fondos que extiende la vanidad. Con estos nuevos divinos catalanes, personajes rampantes que presienten que ha llegado su oportunidad y que existe un enorme vacío sociológico que pueden llenar, ocurre lo mismo. Se aprecia una degeneración que va de Gil de Biedma a Laporta, de Azúa a Rahola, de los próceres estatuarios a Puigdemont con su guitarrita. El descenso de calidad alude incluso al enemigo cohesionador: no se trata ya de un antifranquismo luminoso e ilustrado que se distingue de la manchega, gigantesca cueva tecnocrática de Madrid. Se trata de un achicamiento tribal, el del nacionalismo, que sólo trae regresión. Incluyendo la elección del repertorio. Los Beatles, hay que joderse.