La hora de Catalunya

Zapatero y el PSC han recibido lo merecido por su papel de aprendices de brujo desde 2003. Con una reforma sustancial del Estatuto en nombre de la nación catalana, resultaba posible soñar con una hegemonía del PSC. Lo sucedido es el el coste a medio plazo de un estilo de elaboración política atento sólo a las dificultades inmediatas.

En contra de lo que parecían presagiar las grandes manifestaciones contra la sentencia del Constitucional, las elecciones del día 28 se desarrollaron a partir de un debate político plenamente normal donde fueron sometidas a juicio las actuaciones pasadas, tanto del tripartito como de la oposición, no despuntó en el horizonte el salto a la independencia, salvo para el grupo minoritario de Laporta, y el buen juicio de los catalanes les llevó incluso a incrementar la participación, lo que significa que les importaba ante todo la fórmula de gobierno que había de administrarles en los próximos cuatro años. Todo ello, lógicamente, en el marco de una acentuación del sesgo catalanista en el mapa político resultante del voto.

Para CiU llegó el momento de superar las frustraciones producidas por dos consultas electorales donde, a pesar de contar con el mayor número de escaños, hubo de conformarse con permanecer al margen del gobierno. Sin duda ha sido premiada por su capacidad para hacer política desde una oposición incómoda, mucho menos estridente que el PNV en un caso comparable, tanto a la hora de colaborar sin recompensa con Zapatero para sacar adelante el Estatut como por la excelente labor parlamentaria desarrollada en el Congreso, con Duran i Lleida como portavoz. Frente a los vaivenes socialistas y al radicalismo inseguro de Esquerra, Artur Mas acertó, no sin una sobrecarga de engolamiento, a cabalgar la ola de la presión catalanista frente al Constitucional, preservando el pragmatismo tradicional en su partido. Independentista a título personal, se atiene a la prioridad habitual en su grupo: maximizar los logros en el terreno de los intereses económicos, con el privilegio supremo, el Concierto Económico a la vasca, por norte.

El presidente Zapatero y, en su seguimiento -y en el de Pasqual Maragall- el PSC, han recibido la recompensa merecida por el papel de aprendices de brujo que conscientemente asumieron desde 2003. La jugada parecía fácil, y además descansaba sobre la utopía maragalliana del catalanismo al tiempo arcaizante (recuerdo de la Corona de Aragón) y modernizador (Catalunya en Europa). Al tomar la bandera de una reforma sustancial del Estatuto en nombre de la nación catalana, resultaba posible soñar con una nueva forma de hegemonía en manos del PSC. Sólo que una vez lanzado el proceso, e iniciada la puja entre los grupos catalanes, se alzaba el obstáculo de la Constitución, cosa que al curioso jurista que es Zapatero le preocupaba poco, pero que primero estuvo a punto de dar al traste con la elaboración del texto y luego con su supervivencia tras el recurso del PP. Resulta asombroso que en todos estos años Zapatero y sus asesores se mostraran incapaces de emitir un solo juicio razonado o de aportar algo constructivo al debate sobre la nueva norma reguladora de la autonomía. Cabe pensar que en cambio bajo cuerda, en la larga discusión sobre el recurso, se movieron tanto como los documentos Wikileaks muestran para otras cuestiones. En la esfera de las ideas, con insistir en que el nuevo Estatuto era constitucional, bastaba y sobraba. Luego hubo que apuntarse a la cabecera del movimiento masivo de rechazo a la sentencia impulsado desde los partidos nacionalistas y por la prensa barcelonesa, para finalmente, en la campaña, recuperar el sentido de Estado, siempre por razones de marketing político ante la anunciada derrota. En tales circunstancias, más que la pérdida de votos y de escaños, ha sido la credibilidad del PSC lo puesto en entredicho por toda la secuencia anterior.

Lo sucedido es una llamada de atención sobre el coste a medio plazo de un estilo de elaboración política atento sólo a resolver las dificultades inmediatas, que se proyecta sobre otros planos de actuación gubernamentales. Así, los documentos del Departamento de Estado arrojan nueva luz sobre un personaje clave en la persecución de Garzón, el fiscal Zaragoza, no porque éste deseara procesarle como Manos Limpias y Varela, sino porque, de acuerdo con la postura adoptada por Zapatero por los mismos días del otoño de 2008, había que frenar a toda costa su pretensión de aclarar para siempre el significado genocida del franquismo. Zaragoza respondía a tal exigencia, dada su contrastada disponibilidad para asumir relaciones peligrosas favorecidas por instancias superiores -la impresentable con la Embajada de EE UU sobre el ‘caso Guantánamo’ frente a Garzón- y su visión abiertamente desfavorable del juez hoy encausado. Había que atender a las víctimas y olvidar a los verdugos, explicó Zapatero en el Congreso. El recurso de Zaragoza respondió a esa propuesta, de forma tan agresiva que sentó las bases de la posterior ofensiva ultra de Manos Limpias. Nueva jugada del aprendiz de brujo.

Los documentos ‘hackerizados’ prueban además la vocación del presidente hacia el doble juego, ostensible en los temas relacionados con la violación de derechos humanos por Washington. En la misma línea, el discurso oficial hablará de fidelidad a las resoluciones internacionales, e incluso de simpatía por los saharauis, cuando en la práctica se ha optado a fondo por el reverencialismo, con la vana esperanza de obtener benevolencia, cuando día a día Mohamed VI se sirve de la presión sobre España como instrumento de afirmación nacionalista. De ahí el regreso de Moratinos, ‘la voz de su amo’, ante los atisbos de cambio apuntados por Trinidad Jiménez. Jugamos como perdedores.

Y para conjurar tensiones, hacia el interior, autocracia. Montilla dimite, pero sin duda por disposición superior, rehúye el Congreso extraordinario y delega la dirección en dos fieles, Nadal e Iceta. Resultado: ya salen los primeros brotes de disidencia (Castells). Zapatero debería saber que la democracia interna es el único cauce para abordar una crisis desde el pluralismo. No es lo suyo. Más a favor de la hegemonía nacionalista en Catalunya.

(Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político en la Universidad Complutense de Madrid)

Antonio Elorza, EL DIARIO VASCO, 9/12/2010