La importancia del pensamiento político

ABC 07/07/14
ESPERANZA AGUIRRE

· Occidente no ha sabido defender con la energía necesaria los principios y los valores que lograron, hace veinticinco años, la derrota del comunismo y la caída del Muro de Berlín

EN 1974 Margaret Thatcher, a punto de ser elegida líder del Partido Conservador británico, impulsó la creación del Centre of Policy Studies (CPS), con el objetivo de actualizar y articular las ideas fundamentales del pensamiento liberal y de plasmarlas en propuestas políticas concretas. Para esa trascendental labor contó, desde el primer momento, con la inapreciable colaboración de la extraordinaria personalidad de otro parlamentario «tory», el economista y politólogo Keith Joseph, que fue, hasta su muerte en 1994, uno de los pensadores que con más inteligencia y brillantez han analizado y defendido las posibilidades y virtudes de la economía de mercado, y de la libertad y la responsabilidad individual como bases de la organización social. Sir Keith Joseph, que provenía de una familia de origen judío, es uno de esos pocos intelectuales que han sabido conjugar las ideas y el pensamiento con la acción política. Además lo hizo con éxito, pues a él se le deben muchas de las propuestas ideológicas y políticas que ayudaron a Margaret Thatcher a convertirse en la gran política que fue.

Para conmemorar su cuarenta aniversario, este Centre of Policy Studies celebró, el pasado 18 de junio, una jornada con el título de «The Margaret Thatcher Conference on Liberty», que tuvo lugar en el Guildhall, que es, desde hace ochocientos años, la impresionante sede del Ayuntamiento de la City. El hilo conductor de esta jornada era el análisis de la política de los países occidentales en los veinticinco años transcurridos desde la caída del Muro de Berlín. Los más de novecientos asistentes tuvieron la oportunidad de escuchar, entre otros, al ex primer ministro de Australia John Howard; al catedrático de Harvard y autor de libros como «Occidente y el resto» o «La gran degeneración», Niall Ferguson; al actual presidente del CPS, Lord Saatchi; al biógrafo oficial de la señora Thatcher, Charles Moore; al filósofo Roger Scruton; al actual ministro británico de Educación, Michael Gove; al general norteamericano Petraeus; al primer ministro de Estonia; al autor de «El presidente, el Papa y la primera ministra. Un trío que cambió el mundo», John O´Sullivan; y al único premio Nobel de Literatura británico hoy vivo, al brillantísimo V. S. Naipaul, que fue el encargado de abrir la Conferencia.

Tuve el honor y la oportunidad de participar en esta jornada en un panel dedicado a contestar la pregunta Has the West gone soft? (¿ha blandeado Occidente?), y dediqué mi intervención a señalar cómo sus actuales sistemas educativos son responsables muy señalados de que los países occidentales, veinticinco años después de la caída del Muro, no defiendan los valores de nuestra civilización con toda la energía y el entusiasmo necesarios.

La caída del Muro vino a certificar el fracaso sin paliativos del comunismo que, además de haber sometido a los ciudadanos a un régimen represivo sin igual en la Historia, los había sumido en un profundo atraso económico. En la caída del comunismo tuvieron un papel relevante el Papa Juan Pablo II, el presidente Reagan y la premier británica Margaret Thatcher. Los tres fueron capaces de defender sin complejos los valores de la civilización occidental. Cada uno a su manera plantó cara al comunismo porque estaban convencidos de la superioridad de esos valores: la libertad, la dignidad de las personas, la responsabilidad, la propiedad privada, el Estado de Derecho, la igualdad ante la Ley y el libre mercado. Muchos pensaron que aquella derrota del comunismo sería una eficaz vacuna frente a cualquier tentación totalitaria o colectivista. Sin embargo, hoy siguen presentes esas tentaciones.

Esto es así, en primer lugar, porque el virus del totalitarismo ha demostrado una especial habilidad para mutar y presentarse con distintos disfraces. El fundamentalismo islámico es una de esas mutaciones. Otra mutación es el populismo que está triunfando en algunos países de América Latina, como Venezuela, Ecuador o Bolivia. Un populismo que no disimula su parentesco con la dictadura comunista de los Castro. Podemos sería otro ejemplo de este populismo. Pero, además, creo que esa persistencia de las propuestas totalitarias se explica porque Occidente no ha defendido con la suficiente energía la superioridad moral de sus valores. Esto es así, en parte, a causa de los sistemas educativos de la mayoría de los países occidentales en los últimos cincuenta años. Desde los años sesenta triunfan en Occidente dos ideologías que están resultando letales a la hora de formar ciudadanos conscientes, responsables y comprometidos en la defensa de nuestros valores.

Una es el «sesentayochismo», que se basa en las propuestas antiautoritarias del mayo de 1968. Ese «sesentayochismo», al reaccionar contra algunos excesos de autoritarismo, se ha convertido en una reacción contra la «auctoritas» del saber. Así, en los colegios de muchos países occidentales, da lo mismo saber que no saber, aprender que no aprender, enseñar que no enseñar. La otra ideología dominante es el igualitarismo demagógico de origen socialista. Los socialistas han confundido la deseada igualdad de oportunidades, que debe ser objetivo principal de todo gobierno, con la igualdad de resultados. Y eso solo se puede conseguir bajando el listón de la exigencia, de manera que el resultado final es una pérdida de la calidad de la enseñanza. La pérdida del sentido de la responsabilidad, del esfuerzo, del estudio y del mérito es otra de las manifestaciones de ese igualitarismo que conduce a un nefasto relativismo moral.

En resumen, probablemente Occidente no ha sabido defender con la energía necesaria los principios y los valores que lograron, hace veinticinco años, la derrota del comunismo y la caída del Muro de Berlín. Y una de las causas está en las ideologías que dominan en nuestra comunidad educativa. Unas ideologías que hacen que nuestra enseñanza sea falsamente igualitaria y que, además, desprecie la transmisión de los saberes que constituyen la esencia de la civilización occidental. Por eso, cualquier proyecto político que pretenda recuperar la iniciativa de Occidente en el mundo tendrá que abordar, sin duda, la revisión en profundidad de estos sistemas de enseñanza.