La ley de la calle

ABC 26/03/14
IGNACIO CAMACHO

· En la izquierda falta coraje civil y sobra sectarismo para establecer cortafuegos morales con el vandalismo nihilista

Cuando entonces, como decía Umbral, o sea en la Transición, cuyas virtudes cívicas ha rescatado a título póstumo Adolfo Suárez, la izquierda adoptó la excelente costumbre de controlar el orden de sus manifestaciones y protestas para evitar que alborotos minoritarios o provocaciones radicales alterasen su esencial condición de expresiones de libertad. No fue una época fácil: la ley de la dictadura seguía vigente y se ganaban espacios de democracia en las calles. El punto crítico de tensión sucedió cuando el asesinato de los abogados de Atocha, que estuvo a punto de descarrilar el precario proceso reformista. El entierro reunió a casi un millón de personas en un ambiente de crispación tan lógica como amenazante; un chispazo habría encendido una catástrofe. El Partido Comunista de Carrillo manejó la situación con responsabilidad extrema sin un solo incidente. Fue una ejemplar demostración de fuerza tranquila en la que nadie rompió ni una papelera, y motivos había para que a tanta gente le hubiese hervido la sangre.

Ahora no hay concentración de indignados que no acabe a mamporros con los guardias; en cuanto se dispersan los manifestantes entran en acción los extremistas para montar batallas campales con tácticas de terrorismo urbano. Como las libertades están consolidadas, pese al discurso falaz de algunos convocantes de las marchas, no hace falta que los organizadores asuman el papel de vigilantes; para eso está la Policía que tiene el monopolio de la custodia de la calle. Pero se echa en falta una desautorización más explícita y más sincera de esa violenta insurgencia que además de destrozar mobiliario público y cabezas de antidisturbios contamina los mensajes de legítima queja usándolos como coartada de un vandalismo nihilista. Quizá no quepa esperar la condena de unos promotores que sueñan con el modelo ideológico de Cuba o Venezuela, pero parece como si a los portavoces institucionales de las fuerzas de izquierda, que deberían ser los más interesados en discriminar su causa de esta turbulenta bronca destructora, les costase reprobar el agresivo radicalismo de los antisistema que se les han adosado.

La brutalidad de los incidentes del sábado en Madrid les otorgaba una excelente oportunidad para distanciarse. Medio centenar largo de policías heridos no deja lugar a ningún debate sobre excesos represivos. La violencia fue tan unilateral que los sindicatos policiales se lamentan de desamparo. Se trataba de una ocasión ideal para adquirir crédito deplorando con claridad y firmeza la estrategia del caos. Y sin embargo, apenas se oyen medias palabras tímidas en segundo plano. Falta coraje civil y sobra sectarismo para establecer cortafuegos morales con esa conducta de provocación desestabilizadora. La denostada Transición tiene aún muchas lecciones que ofrecer para todos. Y no es la menor la de que el respeto político hay que ganárselo.