La matrioska vasca

Con un nuevo mapa político con solo cuatro actores -PNV y Bildu en el flanco nacionalista, PSE y PP en el no nacionalista-, ya no cabe refugiarse en terceros como tantas otras veces. La ejecutiva de Iñigo Urkullu -cuyo camino a la reelección parece un poco más despejado después del batacazo del soberanista Egibar- debe elegir, sea por acción o por omisión, entre adentrarse por el camino abertzale o ir por el no nacionalista.

Las matrioskas, ya saben, son esas muñecas rusas huecas por dentro y generalmente pintadas de vivos colores. Su gracia, su misterio, radica en que no se sabe cuál es el número total de muñequitas que guardan en su interior ni el tamaño de la última pieza. Dicen quienes entienden que la suma total de figuras debe ser siempre una cifra impar. Pero incluso este detalle, hasta llegar al final y hacer recuento, constituye una incógnita. La negociación de los pactos postelectorales en Euskadi, tras el terremoto que originaron los ciudadanos con sus votos el pasado domingo, se parece no poco a una de esas matrioskas. Todos los partidos se han lanzado al juego. Han comenzado a sacar muñequitas del interior de la muñeca. Pero ni se sabe cuántas quedan ni quién se hará con la última pieza, y menos aún si se respetará el orden establecido y la suma final dará impar, o si no será así y saldrá par.

Ciertamente en estos últimos días han pasado muchas cosas, algunas relevantes. En apariencia, solo en apariencia, los partidos han destapado sus cartas. Pero la baraja no está aún al completo sobre la mesa. Faltan ases y, de momento, no se puede garantizar en manos de quién están, por más que pueda sospecharse a la luz de algunos movimientos.

Borrasca
Pero han pasado ya muchas cosas relevantes. Anoten para empezar dos. El derrotado Joseba Egibar ha logrado, paradójicamente, una de las grandes aspiraciones de los jeltzales guipuzcoanos desde hace lustros: apear al socialista Odón Elorza de la Alcaldía donostiarra. En Álava, la magnitud del batacazo del PSE -sus resultados figuran entre los peores del partido en toda España, con caídas que rondan el 39%, cuando en Guipúzcoa han sido del 24% y en Vizcaya del 26%- ha puesto un poco más en la picota a la ejecutiva que encabeza Txarli Prieto. Su reunión del pasado jueves, que se prolongó más allá de las dos y media de la madrugada, fue borrascosa y el preludio de las tensiones que sacudirán en los días inmediatos al socialismo vasco.

La caída de Elorza cierra un ciclo de nada menos que dos décadas en San Sebastián y en Euskadi. Un ciclo de éxito para el PSE y de dolor de cabeza para el PNV. Y es que los jeltzales fueron quienes auparon en 1991 al joven Elorza al sillón consistorial y quienes repitieron jugada en 1995. En ambos casos, pese a que el PSE no había sido la lista más apoyada -fue tercero y segundo, respectivamente- y con idéntico objetivo: evitar que el bastón municipal cayera en manos primero de su escisión, de EA, y después del PP de Mayor Oreja. Luego el político socialista se consolidó en el cargo y, elección tras elección, se encargó de amargar la carrera a cuantos candidatos se fue inventando el PNV. Incluido Eneko Goia el 22M. Pero el desconocido aspirante de Bildu Juan Carlos Izagirre ha acabado con su trayectoria municipal.

El futuro de Elorza, uno de los emblemas del sector vasquista del PSE, aún no está escrito, aunque parece poco probable que se escriba fuera de la política. Ernesto Gasco es el sustituto elegido deprisa y corriendo. De entrada como aspirante a alcalde por el PSE; si no lo logra, como portavoz en la oposición.

A una semana del veredicto de las urnas se ha empezado a ver a un PNV con claros síntomas de vértigo ante la envergadura de la decisión que debe adoptar. Como cualquier partido, busca no perder poder, e incluso, si puede, ganarlo. Pero, con un nuevo mapa político con solo cuatro actores -PNV y Bildu en el flanco nacionalista, PSE y PP en el no nacionalista-, ya no cabe refugiarse en terceros como tantas otras veces. La ejecutiva de Iñigo Urkullu -cuyo camino a la reelección parece un poco más despejado después del batacazo del soberanista Egibar- debe elegir, sea por acción o por omisión, entre adentrarse por el camino abertzale o ir por el no nacionalista.

Arrebatarles el liderazgo
La decisión -como la continuidad o no del apoyo a Zapatero- no será inocua. Como tarde, en dos años habrá elecciones autonómicas. Y si los votantes juzgan erróneo el camino elegido, los peneuvistas correrán el riesgo de verse (casi) alcanzados por la izquierda abertzale tradicional, que nunca ha ocultado su propósito de arrebatarles el liderazgo en el campo nacionalista. Por eso, de momento, juegan de catón. El PNV, dice, no se sumará a ‘frentes’ contra Bildu donde la coalición haya ganado. Hablará con todos y contrastará programas. Ahí se confirmará, si interesa, la sima que le separa de la sigla sorpresa el 22M. Y vendrá la decisión. Eso sí, de momento no muestran la menor intención de retirar a sus candidatos a gobernar. Mientras no lo hagan, habrá que pensar que Bildu tiene complicado acceder, por ejemplo, a la Diputación de Guipúzcoa.

Los otros tres protagonistas juegan sus bazas, menores, a la espera de la gran decisión que se adopte en Sabin Etxea. La coalición abertzale, exigiendo el poder donde ha ganado y ofreciéndose a apear al PP sin contraprestaciones donde lo han hecho los conservadores. Un ejercicio inteligente de presente, pero también de futuro si al final el resto se une contra ellos y toca oposición, victimismo y denunciar el entreguismo del PNV. Los socialistas, a la espera de poder intercambiar cromos con los jeltzales. Los populares, que volverán al poder en Vitoria, esperando su turno, un tanto decepcionados de que no pocas voces reivindiquen el derecho de Bildu a gobernar Guipúzcoa por haber ganado y sean muchos menos quienes lo hagan con ellos, que hace cuatro años ganaron en Álava y fueron apeados del poder, y que esta vez temen pueda repetirse la misma canción.

Alberto Ayala, EL CORREO, 29/5/2011