La mediación mágica

ETA ha buscado tradicionalmente la ‘internacionalización del conflicto’. Alcanzar la paz exige que ETA interiorice la conveniencia de abandonar las armas. La presencia de mediadores resulta contraproducente: le otorga legitimación, crea la apariencia de una negociación y alimenta las expectativas de los terroristas de obtener réditos.

El 10 de diciembre de 2006 se inició en Oslo una nueva ronda de conversaciones entre el Gobierno español y ETA. Las perspectivas de partida eran muy negras. La ruptura de la tregua etarra flotaba en el ambiente y por ello el ministro noruego de Asuntos Exteriores, Jonas Gahr Store, se reunió por separado con los representantes de las dos partes para animarles a proseguir el diálogo evitando la vuelta del terrorismo. Los buenos oficios de la diplomacia noruega no pudieron impedir que ETA volara el aparcamiento de la Terminal 4 de Barajas unos días más tarde.

La última ronda de contactos entre el Gobierno y ETA, en mayo de 2007, fue casi una convención de observadores internacionales: acudieron dos representantes del Sinn Fein, otros dos del Gobierno británico y uno del noruego, además de los mediadores habituales del Centro suizo para el Diálogo Humanitario. Querían con su presencia hacer un último esfuerzo para salvar aquel proceso de diálogo que naufragaba sin remedio. Fue un esfuerzo inútil porque pocas semanas después ETA anunció que rompía oficialmente la tregua que ya había roto de manera efectiva el 30 de diciembre en Madrid.

Nunca había habido en los contactos entre el Gobierno y ETA tanto intermediario ni supuesto especialista en resolución de conflictos. El resultado del proceso de 2006, sin embargo, fue similar a los anteriores con la vuelta de la banda al terrorismo. Y es que la presencia de mediadores no es suficiente para modificar la voluntad de la organización terrorista. Si ETA ha decidido no apearse del burro de reclamar contrapartidas políticas a cambio de sus armas, no hay intermediario que le haga cambiar de opinión. No hay una mediación mágica, sea nacional o internacional, que haga desistir a una organización terrorista si ésta no tiene asumida por otros motivos la decisión de renunciar a la violencia.

Alcanzar la paz pasa, por tanto, por lograr que ETA interiorice la conveniencia de abandonar las armas y para ese objetivo la presencia de mediadores resulta contraproducente porque su actuación, además de otorgarle legitimación como interlocutor político, crea la apariencia de una negociación y alimenta las expectativas de los terroristas de obtener réditos de su historial de crímenes y amenazas o, como mínimo, de quedar impunes.

ETA ha buscado tradicionalmente lo que se ha llamado la «internacionalización del conflicto» para implicar a organismos y personalidades extranjeras. Un informe realizado para la banda sobre las características de la negociación entre el Gobierno de El Salvador y la guerrilla destacaba precisamente la «internacionalización» que habían provocado los insurgentes. «Para nuestro caso esto representa una lección a tener en mucha consideración», concluía el redactor del informe.

Al afán de ETA por buscar observadores extranjeros se une en estos días la actuación de algunos voluntarios que andan ofreciendo sin disimulo sus servicios de mediación ‘pret a porter’.

Florencio Domínguez, EL CORREO, 21/9/2010