La memoria viva

EL CORREO 23/01/15
ARANTZA QUIROGA,  PRESIDENTA DEL PP VASCO

· Gregorio Ordóñez nos hizo a todos más libres. Lideró antes de su muerte la lucha contra el miedo. Y por supuesto, no merecen la misma consideración los que murieron que quienes los mataron

Se equivocan quienes piensen que recordar a Gregorio Ordóñez es un acto de justicia que consuele exclusivamente a su familia, al partido que representaba, a sus amigos y allegados. Su recuerdo y memoria es un ejercicio indispensable para el conjunto de la sociedad vasca, oprimida durante tantos años por los efectos devastadores del odio e intolerancia sembrados por ETA.

Hace 20 años que ETA mató a un vasco único e irreemplazable. Su final no le llegó accidentalmente. Lo decidieron por él en nombre del ‘pueblo vasco’. Ésa es la gran tragedia a la que nos enfrentamos como sociedad. Queramos o no. Por qué y para qué son preguntas que no tendrán más respuesta que el vacío que tanto obsesionaba a Chillida, el vacío escondido tras el odio y la sinrazón, que busca excusas pero que no tiene respuestas. Porque no las hay. Ese vacío solo lo puede ocupar la memoria.

Hoy vemos que cada uno a su manera pretende huir de ese pasado, sin tener en cuenta que ese pasado no sólo no se anula fácilmente sino que vuelve incesantemente si no se reconoce. Es tal el desgarro de 900 vidas truncadas por nada y para nada, es tal su inocencia, su tragedia, su magnitud (con sus familias, amigos, vínculos) que nadie ni nada podrá inducir un estado de amnesia colectiva.

Sería ciertamente arrogante por mi parte recordar a Gregorio Ordóñez como un amigo al que conocí estrechamente, sencillamente porque me afilié al Partido Popular tan sólo dos años antes de que acabaran con su vida. Descubrí su verdadera dimensión tras aquel atentado. Recién llegada al Parlamento dediqué muchas horas a leer con curiosidad cómo defendía él los asuntos, dándome cuenta de su versatilidad y vocación pública. ¡Hay tantos organismos, proyectos y realidades hoy que llevan su sello!

Aprendimos muchas cosas de él. Para empezar, a no callarnos. A llamar a las cosas por su nombre. A pelear por todo aquello que merece la pena: nuestra familia, los amigos, nuestra ciudad, la democracia, la libertad. Me sorprende aún la vigencia de sus palabras, de sus discursos. La fundación que lleva su nombre tiene colgadas todas sus intervenciones y me parece un gran ejercicio repasarlas y detenerse en la actualidad y autenticidad de sus planteamientos (la honradez como bandera nos conmueve en estos momentos).

Sabía que ignorar el problema no era la manera de resolverlo, que era necesario alzar la voz y ser tenaz frente al terrorismo para vencerlo desde el Estado de derecho; llamaba asesinos a los terroristas y a sus cómplices; rompía tabúes y prejuicios nacionalistas recordándonos que vascos somos todos los que trabajamos y queremos a esta tierra.

Su memoria nos recuerda la necesidad de forjar una sociedad compacta, lejos de esos políticos tan exquisitamente neutrales y siempre amarrados al poder que sólo han contribuido a dividirla.

Gregorio Ordóñez nos hizo a todos más libres. El silencio que había roto nunca más volvería a escucharse. Lideró antes y después de su muerte la lucha contra el miedo; con su ejemplo nos ayudó a despojarnos de tanta cobardía para decir no al terrorismo, sí a la Libertad. Abrió una puerta a la ilusión y a la esperanza. Y aquí seguimos la inmensa mayoría de concejales que con él compartieron siglas para recordar que esa puerta sigue abierta, que no nos falta ni la ilusión ni la fuerza de la razón para dibujar un futuro mejor en el País Vasco.

Tenemos que ser constantes, fuertes y leales a nuestros principios democráticos, tal como él nos enseñó. Para que ninguna muerte haya sido inútil. Para que no enrojezcamos cuando nuestros hijos nos pregunten por qué asesinaron a tantos inocentes y qué fue de sus asesinos.

Eso contrasta con todos los esfuerzos institucionales del Gobierno vasco por seguir con esa deplorable teoría del conflicto, precisamente el mismo argumentario que utilizaba Pinochet al referirse a las víctimas del golpe chileno para quien se lo tenían merecido por el contencioso político que padecía el país.

Aquí no han estado siendo asesinados desde el año 78 tiranos o dictadores sino ciudadanos demócratas de todas clases y condiciones. Y por supuesto, no merecen la misma consideración los que murieron que quienes los mataron, mutilaron, amenazaron o extorsionaron.

No podemos cometer los mismos errores del pasado. No creo en la ruptura ni en quienes fomentan la división de la sociedad. Creo en la concordia, en la lealtad, en el marco legal que nos ampara, en la Justicia. No creo en la justificación de ningún atentado, creo en la inocencia de las víctimas.

Y por lo que veo, aún nos queda mucho camino para superar la tragedia vivida y construir una convivencia basada en principios elementales. El vacío de los asesinados está muy por encima de la contienda y disputa partidista, y eso es precisamente lo que nunca se entendió y tenemos la obligación de asumirlo ya.

Yo sé que es muy difícil acostumbrarse a la ausencia de Gregorio. Su viuda, Ana Iríbar, su hijo, sus amigos más íntimos, sus colaboradores más estrechos, ninguno de nosotros podremos sobreponernos a su ausencia, es verdad. Lo terrible de esta tragedia es que el tiempo no lo cura todo y Gregorio, como todos los demás, son irrepetibles. Pero también lo somos todos y cada uno de nosotros. Irrepetibles y muy necesarios. Y estoy convencida de que esta batalla contra la desmemoria y la impunidad –¡qué gran maldición!– también la vamos a ganar. Es el único camino digno para el futuro de la sociedad vasca.